Los fuertes del Serantes
El Serantes, el monte de Santurtzi por excelencia, la sombra de las populares sardineras que hicieron famosa a esta localidad de la margen izquierda del Nervión, la cara opuesta de Punta Galea, el mítico volcán que cantara Plinio el Viejo, el faro natural para los navegantes que querían llegar a Bilbao... El Serantes, reconocido por su peculiar configuración cónica desde cualquier punto de la ría, pelado de vegetación (metáfora de la industrialización del Gran Bilbao) mantiene recuerdos de tiempos más gloriosos, cuando en su cima y sus laderas se construyeron fuertes, torreones, baterías, símbolo del poder defensivo de esta cumbre. No hace tanto que los más jóvenes jugaban por las ruinas del fuerte y llegaban hasta el corazón del castillo por los túneles que se excavaron en momentos de recuerdos conflictivos, después de la segunda guerra carlista. El visitante que llega por los cinco kilómetros de carretera que se construyeron para levantar el torreón de la cumbre (o el excursionista que accede a pie por una de las transitadas rutas) se encuentra con un pentágono irregular que, a pesar de las ruinas, mantiene la grandeza que debió de tener en su momento, en la transición entre el siglo pasado y el presente. Mientras estuvo habitado por tropa (hasta el año 1910), el recinto constaba de cuatro pabellones para los soldados, de una sola planta, otros dos similares para accesorios del acuartelamiento y un pabellón con planta baja y principal donde residían el gobernador y los oficiales, sin olvidar el aljibe para dar de beber a tan numerosa dotación. Todas estas edificaciones estaban separadas por calles de entre 3 y 5 metros. Es decir, un fuerte en toda regla, construido para defender el puerto y, por extensión, el Abra del Nervión. Evocación A pesar de las ruinas, el fuerte del Serantes conserva esa dignidad de las construcciones militares de los tiempos en que las guerras eran sólo para los militares y la población civil se mantenía al margen. Aún ahora, casi 90 años después de su abandono, cuando se pasea entre las ruinas, con los muros invadidos por el verdín y el suelo cubierto de hierba, el fuerte mantiene el poder de evocación hasta para el más convencido antimilitarista. Los nuevos tiempos hicieron que el fuerte perdiera su rigor defensivo y comenzara a parecer cada vez más inútil a las autoridades militares. En julio de 1928, el Ejército español aprueba un presupuesto para su demolición, pero el Ayuntamiento de Santurtzi hizo una petición de cesión porque quería instalar en su interior una hospedería-restaurante y un parque de recreo público. El resultado fue que no hubo ni para uno ni para otro hasta casi 40 años después cuando, por fin, el consistorio adquiere las ruinas de la en otra época gloriosa fortaleza. Aunque Santurtzi ya estaba acostumbrada a tener (y no sólo en el Serantes) fortificaciones de toda índole. Fue puerto artillado en tiempos de Felipe V durante la Guerra de Sucesión, cuando se instalaron tres fuertes (nada comparables a los actuales), con cuatro cañones cada uno: el de San Bernabé en El Campillo (debajo de donde empieza el paseo de La Sardinera), el de San Gerónimo en Las Cuartas (donde arranca el rompeolas) y el de San Carlos en Gibilis. Y en la cima todavía se mantiene erguido el castillo, la primera construcción en serio que se levantó en el monte, coincidiendo con la primera República. Desde su azotea se controlaba sin problemas todo el Abra y esta visión no debió parecer mal a las autoridades militares que años después construyeron varias baterías en el Serantes, cuando España entró en guerra nada más y nada menos que con Estados Unidos el 25 de abril de 1898, tras la misteriosa explosión del Maine en la bahía de La Habana dos meses antes. Sin embargo, ni estas baterías ni tantas otras que se construyeron en la costa vasca (como las que se cavaron en la cercana Punta Lucero, aprovechando la Segunda Guerra Mundial y que han funcionado hasta tiempos bien recientes) han tenido mucho futuro dados los avances tecnológicos de las artes de la guerra. Las que sí se han mantenido y se mantendrán si no se desmorona antes el Serantes son las cuevas y simas que perforan este pretendido volcán del que también hablaba el naturalista Guillermo Bowles en su Introducción a la historia natural y la geografía física de España. Como recoge Joseba Trancho en su apasionado Serantes mendia, libro que lo cuenta todo sobre este mítico monte pelado, las cuevas son ocho, mientras que las simas son cuatro. Recorridas por el grupo espeleológico Beti Guruntz, carecen de gran importancia como tales, aunque sí la tengan para los vecinos de la zona, que cuentan leyendas acerca de ellas, como la de la sima de las Tres Hermanas, que recibió su nombre por las tres hermanas que se cayeron por ella al mismo tiempo, una por cada boca de la sima, o la del Capitán, nombrada así porque un militar a caballo desapareció por ella sin que volviera a saberse nada de ambos. Tal vez se presentaron en el mar, ya que otro cuento popular dice que esta torca no tenía fondo y llegaba hasta el Abra. Romería de Cornites Pero el Serantes es también un lugar para la gente normal, la que gusta de ir al monte a pasear tranquilamente, lejos de cualquier riesgo. La romería de Cornites, el lunes de Pascua, es un buen ejemplo de este aspecto del Serantes. Cientos de personas suben hasta este mirador provilegiado y degustan un cornite, un pan llamado en otros lugares hornazo o bollo preñao, relleno de huevo y chorizo. Los fuertes del Serantes, sus simas, los cornites tienen que convivir hoy con una enorme antena de televisión y la presencia en el paisaje de autopistas, superpuertos y otras huellas del progreso. La leyenda dice que en el Serantes hubo plantaciones de naranjos por doquier, probablemente en la época en que se pensaba que era un volcán y que las simas comunicaban con el Cantábrico, en ese Serantes idílico que tienen todos los que han ascendido alguna vez a su cima y han comprobado que, a pesar de su degradación, es una de las cumbres más atractivas de Vizcaya.
Datos prácticos
Cómo llegar: La característica figura del Serantes que se disfruta desde Santurtzi (además de la pista que desde esta localidad permite ascender casi hasta su cima en coche) ha vinculado a este monte con el pueblo sardinero. Pero también se puede ascender desde Zierbena, aunque andando. Para llegar a cualquiera de estas localidades, hay que tomar en Bilbao la autovía a Santander y desviarse en las salidas correspondientes. Alojamiento: Santurtzi cuenta con una variada oferta hotelera. Sin embargo, es difícil encontrar algún establecimiento de agroturismo en las cercanías. Entre los hoteles, se encuentran los siguientes: San Jorge (tel. 94 4839393), Barlovento (94 4612084), Cantábrico (94 4615590), Iruña (94 4610601), Santurce (94 4611732), Tauro (94 4612192) y Almesán (94 4617025). Comer: Además de las famosas sardinas de la canción popular, en Santurtzi se puede comer muy bien en varios restaurantes, entre los que destacan el reconocido Currito (94 4839393) o el Kai-Alde (94 4610034). Otros establecimientos destacados de la localidad son el Lucas (94 4616800) o el Cristina (94 4618531). En Zierbena, no hay que olvidar el Gloria (94 6365013), el Itxas-gane (94 6365232), La Parrilla (94 6365267) o el Txakolin (94 6362854).
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