Final mágico

IV Semana de Jazz. Universidad Politécnica. Valencia, 15 a 18 de febrero.El pianista Randy Weston clausuró el jueves en la Universidad Politécnica una intensa semana de jazz, sólo ensombrecida por la imposibilidad de celebrar las jam sessions nocturnas anunciadas. No obstante, ocho conciertos en cuatro días, además de los pasacalles matinales de la Nova Dixieland Band y la posibilidad de hablar de jazz con los especialistas Juan Claudio Cifuentes, Federico García Herráiz, Manuel Ferrand y Javier de Cambra, constituían un nutrido programa que numerosos estudiantes y aficionados extrauniversitarios (en sesiones prácticamente llenas) no dejaron pasar de largo. Cierto que era gratis, pero no lo es menos que se reveló como excelente fórmula para crear afición. En ese sentido, fue un acierto comenzar por el jazz vocal y más con una cantante todoterreno como Danna Leese, que transita del jazz al rhythm & blues blues con agilidad y es capaz de concluir la sesión en tono festivo recurriendo a I will survive para dejar al respetable en alto. Eso son tablas. En cuanto a los tríos, Carlos Gonzálbez, acompañado por una rítmica excepcional, no defraudó, y el portugués Bernardo Sasseti confirmó la clase que se le conoce por estos pagos, mientras que el guitarrista estadounidense Ben Monder resultó más bien frío. Estrenos fueron el homenaje a Billie Holliday de Fabio Miano que, de nuevo con Carlos Gonzálbez, reunió una banda espléndida, así como la sesión bautizada como "Maestros del latin jazz", donde Perico Sambeat, Mike Mossman y el sevillano Manolo Calleja inyectaron savia caribeña a sus propios temas, además de a algún estándar, para grabar un álbum en directo. Pero la sesión latina por excelencia fue la de la Sedajazz Big Band, un concierto cálido en el que se escuchó a una orquesta en pleno crecimiento. Un rito nuevo Claro que el concierto mayúsculo fue el de Randy Weston. El músico estadounidense, dos metros de humanidad vestidos de blanco africano, llenó física y espiritualmente el escenario sólo con su presencia, el piano y un torrente de vitalidad e ideas que fluía entre los dedos. Su música recorrió todo un siglo y se instaló en el futuro con una facilidad pasmosa. Extraviada en una jungla de notas sonó Caravan y a partir de ahí Weston trazó, sin solución de continuidad, un itinerario luminoso y circular de tributo a Duke Ellington y al bluesman Thomas Andrew Dorsey, dos creadores que nacieron 1899 y de los que ahora, por tanto se cumple el centenario. Los temas de uno y otro se cruzaron en un rito nuevo que Randy Weston ofició con manos maestras. Esa fue la primera parte. En la segunda, el veterano pianista agitó en la marmita sus piezas originales, algunas tan señeras como Hi-fly o Blue Moses y la magia volvió a apoderarse por momentos de la sala, cuando uno dudaba si estaba escuchando jazz, música minimal, un blues antiguo o cueros africanos pulsados a través de teclas blancas y negras. Y es que para Randy Weston entrar en trance parece resultar lo más natural del mundo.