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Esplendor de Cádiz

A. R. ALMODÓVAR Lo que más me impresionó del Carnaval de Cádiz la primera vez -año 73, cuando Franco los quería disfrazar a todos de "típicos gaditanos"- fue ver cómo las calles se iban llenando poco a poco de familias enteras desafiando la prohibición. Las abuelas vestidas de niñas, las niñas de abuelas, los maridos de esposas, las esposas de maridos. Con la mayor naturalidad se exhibía aquel trueque de papeles, que venía a denotar también una curiosa manera de entender el mundo: nadie quería ser lo que era, pero aceptaba que los demás se lo recordaran, eso sí, con mucha risa y en justa reciprocidad. Alrededor de este sencillo principio sigue girando esta espléndida fiesta de la ciudad más antigua de Occidente, también la más constreñida en sus límites y, en la actualidad, probablemente "la máh pará d´Uropa", como proclama uno de los cuplés del año. Lo que no quita para que la gente siga burlándose de todo, a partir de esa autolicencia que concede empezar por reírse de uno mismo y de sus propias desdichas. Por todo eso es el Carnaval de Cádiz el más filosófico que existe, frente al erotismo sin más de los cariocas, la exquisitez un tanto fúnebre de los venecianos y esa cierta ramplonería en que naufragan otros festejos de la purpurina y el trompetazo. Releo estos días, precisamente, las opiniones de un filósofo, Mariano Peñalver, que se atrevió nada menos que a ser jurado del concurso oficial de estos carnavales en 1988, y que ha recogido sus impresiones en un libro altamente recomendable: Desde el Sur (lucidez, humor y sabiduría) (Universidad de Cádiz, 2ª edición, 1998). El subtítulo, que lo dice casi todo, anuncia un contenido lleno de observaciones sagaces, como ésta: "Lo gaditano es un modo de ser que consiste en un estar", aludiendo a ese sentimiento del espacio doméstico en que se convierten las calles de la ciudad, una apretada sensación de vida resuelta en humor a veces cercano a lo trágico, que si no fuera porque es incomprensible, añado yo, sería para preocuparse seriamente. No sé si este año habrá habido filósofos en el jurado, pero desde luego han acertado de lleno. Sobre todo, en el primer premio de chirigotas, concedido a Los Yesterday, de Juan Carlos Aragón. La nostalgia, que es otro ingrediente fundamental de lo gaditano, nos ha devuelto un audaz reconocimiento de la que fue la verdadera última ideología del siglo: el movimiento hippy y todas sus concomitancias: mayo del 68, el Che Guevara, los Beatles, la vía chilena hacia el socialismo... Una bocanada de aire fresco se apoderó repentinamente del Teatro Falla, que nos trajo emociones que ya creíamos superadas. Y es que todavía tienen razón, con todo su veraz antimilitarismo, su ecologismo imprescindible, su libertad de amar y su amor por la libertad, y desde luego su resistencia al orden burgués: "¡Menos trabajo y más carnaval!", coreaba el estribillo, que así combatía la mugre fatalista del desempleo que padece la ciudad, frente al más sistémico y sometido de otra de las agrupaciones: "¡Menos paro y más carnaval!", qué lástima. Porque no hay verdad más grande que la del que se rebela. Siempre fue así, y por eso esta ciudad tan antigua lo sabe y nos lo recuerda, con un zamarreón en las entrañas.

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