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Reportaje:XX ANIVERSARIO DE LA REVOLUCIÓN ISLÁMICA

Un ensayo de cohabitación en Irán

), Los franceses lo llaman "cohabitación", los norteamericanos hablan de "control y equilibrio". El híbrido sistema político de Irán, en el que una multitud de instituciones comparte y compite por el poder, puede ser único dado su enorme complejidad. Sin embargo, la Constitución adoptada después de la revolución islámica ha creado obstáculos que dificultan un proceso de cambio.Veinte años después de que la dictadura del sha fuera derrocada por una sangrienta rebelión callejera, el sistema político establecido por los revolucionarios islámicos ha probado tanto su durabilidad como su inestabilidad: permite reformas graduales, pero a un ritmo que se aleja cada día más de lo que está pidiendo la sociedad, advierten analistas iraníes.

Hoy, en el día del 20º aniversario de la revolución se esperan grandes multitudes en la plaza de Azadi (libertad) de Teherán, donde hablará el presidente, Mohamed Jatamí. Aunque son pocos los que realmente desafían la legitimidad de la República Islámica, es evidente que un número creciente de iraníes está descontento con la mala marcha de la economía y con la lentitud en los cambios sociales.

Como en Francia o en Estados Unidos, el presidente de Irán, elegido de forma directa, a veces asume a la vez el papel de líder de la oposición en un Parlamento controlado por sus adversarios políticos, que le destrozan sus planes presupuestarios o plantean votos de censura a sus ministros.

"El sistema es similar a la cohabitación francesa, sólo que aquí el poder todavía está mucho más disperso", afirma un diplomático europeo. "En materias complicadas, las distintas instancias se pasan la pelota unas a otras. Lleva tiempo y en ocasiones una fuerte crisis hasta que alcanzan un compromiso", añade.

Cuestiones vitales se encuentran atrapadas en el entramado institucional: ¿Debería ser privatizado el ineficaz sector público? ¿Deberían permitirse las inversiones extranjeras y hasta qué límites? Las fundaciones revolucionarias, muchas de ellas propietarias de grandes empresas, ¿deberían pagar impuestos? ¿Debería alguien encargarse de destituir un juez corrupto? ¿Quién? "Tenemos varias instituciones independientes con funciones muy diferentes, pero todas están vinculadas como planetas en un sistema solar", dice el ayatolá Abbas Ali Amid Zanjani, catedrático de derecho y ex jefe de la comisión judicial del Parlamento. "Esta estructura gubernamental puede satisfacer el deseo de cambio que exige la sociedad porque fue elegida por el pueblo", señala. El clérigo advierte de que la división del poder a menudo paraliza el sistema, aunque reconoce: "Esto se debe a la herencia de la cultura política de Occidente, algo que realmente nos hace sufrir".

Para muchos, la versión iraní de la separación de poderes, una de las más democráticas en el Oriente Próximo, se parece más a una explosión solar, con estrellas alejándose en direcciones contrarias, que a un orden celestial.

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"El problema de Irán es la dualidad del poder entre el Gobierno y las instancias religiosas", manifiesta Abbas Abdi, uno de los militantes islámicos que ocuparon la embajada de Estados Unidos en Teherán en 1979. "Me recuerda a la vieja Europa, donde también se enfrentaban el rey y el jefe de la Iglesia", explica Abbas Abdi, que hoy es un importante reformista del ala liberal.

En Irán, las instituciones revolucionarias coexisten con las clásicas de gobierno en un clima tenso. Así, por ejemplo, hay comisarios islámicos -parecidos a los del partido en la antigua Unión Soviética- que vigilan la corrección ideológica dentro de los ministerios, las Fuerzas Armadas, las universidades y las empresas.

La Constitución de 1979, a pesar de incorporar muchos elementos democráticos, reservó el máximo poder al ayatolá Jomeini, el carismático líder de la revolución. Hoy por hoy, el poder se lo reparten su sucesor, el conservador ayatolá Alí Jamenei, quien no goza de la autoridad moral de Jomeini; el presidente reformista Jatamí, que ganó las elecciones de 1997 contra el candidato de los clérigos; un Parlamento elegido en 1996 y dominado por los conservadores, y el archiconservador Consejo de Vigilancia, cuyos teólogos revisan la legislación para asegurar su conformidad con el islam. Para romper los continuos estancamientos administrativos, el denominado Consejo de Discernimiento, liderado por el ex presidente Ali Akbar Rafsanyani y que incluye al jefe del Gobierno, al presidente del Parlamento y a una treintena de políticos y clérigos, intenta ponerse de acuerdo.

Mientras se disparan las tasas de inflación y de desempleo y muchos iraníes luchan para llegar a fin de mes, el sistema político se dedica a crear un consejo tras otro para resolver las interminables disputas entre comités.

Aunque el poder judicial está en manos de los halcones religiosos, Jatamí ha logrado algunos progresos respecto a su peso en el control de las fuerzas de seguridad y de los servicios secretos. Tras la sorprendente admisión el mes pasado de que agentes del servicio de espionaje estuvieron implicados en la muerte de intelectuales disidentes, Jatamí aceptó el martes la dimisión del ministro de Información (espionaje).

El Parlamento votó el año pasado una moción de censura contra uno de los principales aliados reformistas del presidente, el ministro de Interior, Abdalá Nuri. Otro reformista popular, el alcalde de Teherán, Gholamhusein Karbaschi, fue condenado a cinco años de cárcel por corrupción. El presidente, sin embargo, nombró vicepresidente a Nuri y ha evitado, hasta ahora, que Karbaschi ingrese en prisión.

"Es casi imposible eludir el viejo cliché de dos pasos adelante y uno atrás", comenta un diplomático occidental. "Hacen las cosas al tuntún, pero, a pesar de todo, las reformas siguen adelante y la corriente ahora parece estar a favor de Jatamí".

De momento, pocos iraníes quieren responsabilizar al presidente por la crisis económica que se ha agravado aún más por la caída del precio del crudo. Algunos analistas opinan, sin embargo, que los halcones no sólo se oponen a las reformas económicas para proteger a sus fundaciones revolucionarias y sus empresas públicas, sino también para debilitar a Jatamí con el fin de ganar las próximas elecciones generales. Este tipo de táctica, familiar en otros países, podría poner en peligro el apoyo público al peculiar sistema iraní.

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