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Fraile

DE PASADALos policías de Granada que, siguiendo instrucciones del alcalde Gabriel Díaz Berbel y del concejal César Díaz, han velado durante tres jornadas con sus noches respectivas para que nadie perturbara la naturaleza mineral de la estatua del fraile Leopoldo de Alpandeire, quizá soñaron en su adolescencia emular al detective Sam Spade, tratar con rubias de ojos profundos y senos amorosos y, en el peor de los casos, seguir la pista a terribles malhechores y participar en duelos espectaculares contra los Hijos del Mal. Es probable que los agentes nunca imaginaran la misión surrealista para la que serían comisionados: vigilar la honra de la estatua pública de un limosnero capuchino muerto hace más de cuarenta años hasta la hora de su inauguración, ayer noche. ¡Lo increíble no es que los agentes hayan disuadido a los atacantes de perpetrar el segundo atentado contra la imagen, lo increíble es que no hayan sorprendido durante la larga espera algún gesto de agradecimiento de la estatua del fraile milagroso! Cuando una ciudad tiene que vigilar que nadie mancille la dignidad de sus estatuas es que algún nervio principal anda averiado Los detractores de esta imagen -oscuros iconoclastas que actúan embozados en la noche- han demostrado, al prender fuego al plástico y a la cinta de embalaje que envolvía la figura, tener la misma fe en la carnalidad de los símbolos, por más que estén construidos con frías láminas metálicas, que quienes favorecen esta curiosa variedad de politeísmo religioso, gremial o político que consiste en colocar réplicas humanas encima de un plinto en las plazas y en los lugares de concurrencia pública. El verdadero misterio, sin embargo, estriba en conocer las causas que confrontan la memoria del fraile con el vertido de Aznalcóllar. Las deben conocer en el Ayuntamiento y posiblemente entre los que postulan por la santidad del hermano mendicante, pues fue la autoridad la que mandó tapar con pintura color amarillo pálido el mural que los ecologistas habían trazado primorosamente en la pared de un solar contiguo al emplazamiento de la estatua y donde se ilustraba sobre la inconveniencia de los vertidos, del mal olor del mundo, de las cloacas y del espanto de la contaminación. ¿Quién pudo pensar que tales preocupaciones podían afectar la sosegada noche oscura del fraile? ALEJANDRO V. GARCÍA

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