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Entrevista:

"Hará falta mucho estómago para salvar la paz en el Ulster

ENVIADO ESPECIALCuando el líder laborista británico Tony Blair ganó las elecciones con una mayoría devastadora en mayo de 1997 se prometió que haría varios milagros en nombre del nuevo laborismo. El mayor, quizá, había de ser la paz en Irlanda del Norte, y para ello nombró ministra del problema a una señora, más que gruesa desorganizada de carnes, la cincuentena felizmente llevada, melena hecha de matojos como injertos, que gusta vestir como un ama de casa disfrazada de girl scout; pero con una cabeza de primer orden. Marjorie Mo Mowlam vive los días decisivos de su carrera, porque de aquí al 10 de marzo, fecha en la que deberá formarse el Gobierno autónomo de la provincia, el extremismo católico, que se opone a la tregua del IRA, y la masa del protestantismo orangista, que se opone a dejar de mandar, tratarán de destruir los acuerdos del Viernes Santo, 10 de abril de 1998, que parecían entonces el comienzo de una nueva era para el Ulster.

El jefe de ese futuro Gobierno, el protestante, presuntamente moderado porque quiere la paz si le sale gratis, David Trimble, exige para permitir que entren en el Gabinete dos miembros del Sin Feinn, brazo político y minusválido del IRA, que esta fuerza terrorista entregue las armas; y el grupo republicano se niega a ello, porque una doble escisión en sus filas, el IRA-Continuidad y el IRA-Auténtico, sólo espera ese momento para clamar traición y reanudar la guerra llevándose a una parte de la parroquia católica consigo.

"Los días hasta el 10 de marzo serán cruciales y hará falta determinación, flexibilidad, y estómago para salvar la paz". Mowlam se rasca un diente, quizá en busca de alguna partícula ósea de la costilla de cordero que come con grandes interrupciones oratorias. "No puedo creer que no exista una fórmula para que ambas partes salven la cara. Ayer vi a Bertie [Bertie Ahern, jefe de Gobierno de la República de Irlanda] y a Tony Blair y hemos de sudar todos lo que haga falta para salvar los acuerdos".

Trimble, aterrorizado de que sus huestes no le sigan, ha sugerido que se aplace ese 10 de marzo ominoso para dar tiempo a que el IRA anuncie al menos una fecha para empezar a decir su adiós a las armas. Y a Mowlam se le nota que comienza también a aceptar la posibilidad de una prórroga.

"Creo que cumplir las fechas es fundamental, y no quiero aceptar un aplazamiento; pero podía vivir con un pequeño retraso". Se lo piensa, sin embargo, mejor y, en medio de una batería de reniegos menores, rectifica: "Si aparcamos los acuerdos perdemos impulso, y ya quiero ver yo qué les pasará a los que ahora saboteen el calendario de paz en las elecciones europeas de junio, cuando tengan que presentarse ante el electorado de la provincia".

Los terroristas, por su parte, se sienten en terreno sólido para no desarmar ahora, porque los acuerdos de 1998 sólo obligan al Sin Feinn a usar su ascendiente para pedir al IRA que entregue su arsenal a partir de mayo del año 2000; pero, sobre todo, porque enfrente tienen a una policía integrada por orangistas, que no alberga la menor intención de desarmar.

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"Ya sólo el 93% es protestante, porque en los últimos meses ha habido un ingreso de un 6% de católicos, que empiezan a perder el miedo a la RUC [Royal Ulsters Constabulary], que es lo mismo que perder el miedo a la paz", señala la ministra. "Ése es el camino, la ruptura de una barrera cultural entre las extremidades de las dos religiones, para que sea posible la reforma de la fuerza".

El IRA exige que se desmantele la policía como condición para poder renunciar un día a las armas. "Chris Patten [personalidad muy respetada del partido conservador] presentará su informe para la reforma de la policía este verano, y si se mantiene la paz hasta entonces, podremos acabar con una situación en la que los católicos, legítimamente, ven personificada en la RUC la discriminación que han sufrido durante décadas, el hostigamiento, y la persecución por el solo hecho de ser católicos. Aunque Patten tiene el inconveniente de que, como también es católico, no despierta simpatías entre los protestantes".

¿Acaso Mowlam se inclina hacia los republicanos? "Yo no me inclino hacia nadie". Reposa la cabeza en el hombro del periodista norteamericano que tiene a su derecha -un viejo amigo- y aflauta la voz como si se compadeciera: "Mi caso es peor porque, aunque fui educada como anglicana, no tengo religión y eso provoca la desconfianza de ambos bandos".

¿Pero, por qué los protestantes se oponen mucho más que los católicos al acuerdo, si pueden obtener la paz sólo a cambio de la creación de unos organismos de control del Gobierno de Dublín que nunca controlarán nada?

"Protestantes y católicos han conseguido bastante, pero ninguno quiere dar el primer paso. Ambos creen que el precio que pagan es demasiado alto por la paz y nadie quiere ponerse en la piel del otro. Para los protestantes, sin embargo, el salto cultural es aún mayor porque con la paz pierden su posición dominante en el Ulster". Se pone el vaso sobre la cabeza para llamar la atención del camarero y reanuda la expedición dental brevemente interrumpida.

"Si no hay un gesto del IRA y encima disolvemos la policía, Trimble se queda sin protestantes, que se le irán con Ian Paisley" [el líder orangista que vociferó contra el Papa en una intervención de Wojtyla en el Parlamento de Estrasburgo]. "Trimble es serio, como lo son los líderes del Sin Feinn, Gerry Adams y Martin McGuinness. Pero el acuerdo significa cosas muy diferentes para cada comunidad". Tanto, que ni siquiera se pierde un desarme real, sino simbólico. "Efectivamente. El IRA puede entregar parte de las armas y eso, de momento, bastaría, sabiendo además, que se puede rearmar cuando quiera. Todo el problema se reduce a una cuestión de prestigio. El que parezca que cede menos, gana".

Mowlam no puede evitar ser optimista y vivir hasta la extenuación cada segundo de esta su opus trascendental. Ha metido a la prensa extranjera en un intersticio gastronómico de una vida que saborea con mucha más pasión que la mozzarella que ha pedido de entrada; sabe, esta actriz consumada, cuyo mejor papel es, sin embargo, ella misma, que su estatura política, universalmente celebrada en el Reino Unido, es un activo ante los protestantes, tan británicos, y un halago para los católicos, que se sienten casi de prestado en su propia tierra.

Como una división blindada de la paz, la negociadora amenaza, seduce, vocea, y envuelve a quien se le ponga por delante a las órdenes de un Tony Blair que, si logra el fin definitivo de la violencia en el Ulster, habrá ganado mucho para vender al mundo su tercera vía entre el capitalismo y el capitalismo. Majorie Mo Mowlam sufre un súbito acceso de melancólica prudencia. "Por lo menos que todo esto sirva para salvar algunas vidas". La ministra renuncia al postre en un guiño a una dieta inexistente.

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