El listo, el bárbaro y el tonto
Una de las enseñanzas de la época de Hitler, según Theodor Adorno, es la estupidez de pretender saber demasiado. Los listos, escribió en su apunte Contra los enterados, "han hecho siempre fácil la partida a los bárbaros, porque son así de tontos". Cuando un listo se pone a gritar, yo sé lo que digo, es para echarse a temblar: el desastre aguarda a la vuelta de la esquina. Como la experiencia demuestra, quien así presume de superioridad, de dominio de la situación, sólo está en vísperas de hacer el tonto. El PNV ha querido pasarse de listo con HB y, presumiendo de saber más que todo el mundo, de ser el único que realmente sabe de aquello, se apresuró a formar un frente nacionalista sin exigir antes a su nuevo aliado la condena de la violencia y la disolución de la organización terrorista ETA, de la que HB nunca ha negado ser el brazo político. A partir de esa claudicación, el PNV ha renunciado a tener una política propia que no sea la del seguidismo puro y simple de todas las iniciativas emprendidas por su socio. Desde el Pacto de Lizarra, no puede contarse ni una sola propuesta política del PNV que no sea la de apoyar sin fisuras y revestir de legitimación nacional todas las ocurrencias de HB.
HB se ha encontrado así dueña de un enorme solar, sin vallas y sin árbitros, para practicar el juego del listo, el bárbaro y el tonto, ofreciendo cada día al PNV la ocasión de demostrar su superioridad alardeando de todo lo que sabe o de saberlo todo. La designación de Urrutikoetxea para la Comisión de Derechos Humanos, interpretada como una provocación, fue más bien un caramelo regalado al PNV para probar de nuevo que sólo él está en el ajo de la pacificación. Como sabe tanto, el PNV no sólo aplaudió ese nombramiento, sino que se sintió obligado a declarar cuán estupendo le parecía ver a un procesado por delitos relacionados con banda armada como miembro de la comisión parlamentaria que vela por los derechos humanos. Era la prueba decisiva de lo bien que bajo su tutela iba el proceso de paz.
Al apoyar con tanto entusiasmo al procesado, el PNV sacaba también su buena tajada, demostrando así lo lista que es: las presidencias de todas las comisiones, rifadas entre los dos partidos nacionalistas. Del respeto a la minoría, de la distribución proporcional de cargos, de las reglas no escritas pero indispensables para una democracia basada en un consenso mínimo de todos los que representan sectores de opinión, se carcajean los nacionalistas. Y riéndose estaban cuando una providencia judicial les ha obligado a hacer el tonto corriendo por los pasillos para alcanzar a sus socios, tirarles de las zamarras y rogarles que volvieran a la reunión en la que tenían previsto repartirse el botín de las comisiones. Mientras corrían, el presidente, algo más perplejo, desairado, interrumpía el normal desarrollo de la sesión hasta que EA le diera su permiso para continuar. En Euskadi, no es la oposición la que bloquea al Parlamento, sino el partido del Gobierno y sus socios: una lección impagable.
El PNV, quizá por su arraigada doctrina de que el fin justifica los medios, se resiste a admitir la más reiterada lección que con tanta sangre ha impartido nuestro siglo: que es un despropósito moral y un dislate político separar la intención de una causa de los medios empleados para su triunfo. Que algo así lo haya dicho Azaña, un perdedor, no le quita ni un ápice de valor. Los triunfos conseguidos sin reparar en los medios sólo satisfacen a los totalitarios, pero quiebran la convivencia social, aplastan a las minorías, desprestigian a las instituciones, insultan a los jueces, envilecen la vida política y extienden un desierto moral. En ese desierto es donde progresan los bárbaros, los que están dispuestos a cualquier cosa para conseguir sus metas. Que HB y ETA pertenecen a esta categoría está más que demostrado; que un listo, cuando abre la puerta a un bárbaro, acaba haciendo el tonto, también.
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