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Reportaje:ANIVERSARIO DEL BROTE EPIDÉMICO

El año del virus de la hepatitis C

Hacia las tres de la tarde del 20 de marzo de 1998, viernes, la jefa del servicio de Epidemiología de la Consejería de Sanidad, Hermelinda Vanaclocha, se marchó a su casa pensando que lo que tenía encima de la mesa era un asunto "muy complicado". Horas después de la cremà de las Fallas, había recibido notificación escrita de que varios trabajadores de la empresa Iberdrola habían dado positivo en las pruebas de la hepatitis C después de haber sido operados en la clínica Casa de Salud de Valencia. "En lo primero que piensas es en aparatos contaminados. No había más información, pero ese mismo día ya pensamos que si se trataba de un asunto de mala esterilización, había que tomar una decisión tan gorda como cerrar un hospital". Transcurrido el fin de semana, la incredulidad se impuso a la lógica. La clínica comunicó, a través de los medios de comunicación, que desde el día 4 de febrero de ese año se había vetado el acceso a los quirófanos a un anestesista, de nombre Juan Maeso, portador del virus VHC y posible foco de contagio. "Era algo tan increíble que no podías creer las sospechas sobre un señor. Había que afinar mucho porque esto no ocurre habitualmente", dice. A partir de ahí, las 23 personas del servicio dejaron de lado su trabajo diario, salvo unos mínimos, y se concentraron en la hepatitis C. Nada igual desde la colza "No hemos tenido vida personal durante seis meses", afirma Vanaclocha. Cuenta que el servicio trabajó hasta las diez de la noche muchos días durante las Pascuas, San Vicente, primero de mayo, y sólo paró tres semanas en agosto. "Desde el principio sabías que el tema acabaría en el juzgado. Había que ir estudiando el brote, mientras el juez iba pidiendo datos y a eso no estábamos acostumbrados. No había ocurrido una cosa igual desde la colza", añade. Hubo que hacer centenares de encuestas epidemiológicas, preguntando al afectado los posibles factores de riesgo -sexo sin protección, consumo de drogas vía parenteral-. "Algunos rompían a llorar y no sabías qué decirles", recuerda. Hasta que la comisión de científicos tuvo redactadas las conclusiones del informe (que trasladó al juez el 26 de octubre), hubo una reunión semanal en la que cada miembro "traía sus deberes hechos", relata Vanaclocha, "y se cuidó mucho la redacción del informe, para que todas las palabras estuvieran claras". Había datos de epidemiología, microbiología, secuenciaciones de virus, aspectos clínicos y todos ellos apuntaban a una única fuente de contagio: el anestesista Juan Maeso. "¿Seguro que se entiende bien esta frase?", se preguntaban unos a otros. Los trabajadores del servicio de Epidemiología se repartieron toda la bibliografía publicada sobre la enfermedad, en distintos idiomas, hasta acabar "agotados". "Tardaremos en volver a la normalidad, tenemos un retraso de seis meses, y el hecho de que el informe esté entregado no significa que no te pidan más datos", concluye, no sin antes transmitir que lo único que no querían sus colaboradores es que los metieran en "movidas políticas". En palabras del consejero, Joaquín Farnós, la mejor decisión fue crear la comisión de expertos "externos" a la consejería, con personas del Instituto Carlos III de Madrid. "El camino estaba marcado, la clínica había iniciado por su cuenta un estudio epidemiológico y rápidamente nos dimos cuenta de la importancia del caso", dice Farnós. "Aparqué un viaje que tenía previsto a Colombia, para atender a tres frentes: el sanitario, que suponía controlar el brote; los medios de comunicación, ya que se convirtió en noticia de alcance internacional y el frente político, pues se produjo una explotación inusual del caso por parte de la oposición", comenta. Farnós no conocía a Maeso ni ha mantenido nunca una conversación con él, a diferencia del presidente del Colegio de Médicos de Valencia, Vicente Alapont, quien se reunió al menos tres veces con el anestesista. "Primero vino su familia y luego él solo, o acompañado de su primera abogada. Me manifestó su absoluta inocencia y yo me ofrecí para lo que necesitara", cuenta. "Quise ser imparcial, sin forjarme opiniones concretas. Yo soy digestivo y nadie me tiene que explicar qué es la hepatitis C. Habitualmente el problema lo tiene el médico, que tiene que aislarse bien para no ser infectado. Es tan imposible contaminar a nadie que no llego a comprender el cómo se ha hecho. Puede haber negligencia con una persona, pero no con un centenar, eso ya sería un hecho voluntario y de ser así, no estaríamos hablando de una persona normal", dice. "No me cabe en la cabeza, si se llegase a demostrar el contagio, sería algo irrepetible", añade, tras afirmar que el miedo generado es "infundado". "Se han producido reacciones absurdas de pacientes que preguntan a su anestesista si se pincha y cosas así. Ahora tenemos una labor importante que es recuperar la confianza y la buena relación médico-paciente", afirma. Al igual que Alapont, quien pasó de la incredulidad a la inquietud y la tristeza, por el cariz que estaba tomando este asunto (él mismo rechazó ofertas para acudir a shows televisivos en el extranjero), al presidente de la Sociedad Levantino-Murciana de Anestesia y Reanimación, Manuel Beltrán, no le cabe en la cabeza lo ocurrido. Conocía a Maeso, con quien trabajó unos años en el Hospital Clínico de Valencia y piensa que este asunto, que tardará en solucionarse, ha hecho mucho daño a la profesión. Para Beltrán resulta imposible pensar en una actuación anormal, porque la tarea de un médico es atender y curar al enfermo. "Me afecta lo ocurrido por mi profesión. La anestesia es la gran desconocida, la gente tiene miedo y se pregunta si se despertará o no después de la intervención. Pero es una parte muy importante de la intervención y aunque somos poco visibles, sin nosotros no se operaría", concluye.

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