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Las letrinas de la historia VICENTE PONCE

Observa el Presidente, otrora el Príncipe, esta tierra mítica que gobierna y se da cuenta, de inmediato, que lo suyo va a durar. Acaso no deba atribuirse tal Victoria Anticipada a sus reconocidas virtudes, que hoy por hoy están casi inéditas más allá de un aspecto externo de primo de zumosol proporcionado por el azar, una ponencia congresual colectiva algo brumosa y el siempre opaco asunto de Benidorm (amén de cierta astucia para conseguir un ventajoso e insólito precio por su vivienda particular), sino a la creciente obsesión de sus más directos adversarios por representar convincentemente el humo en cada comparecencia pública y creer todavía que sus electores potenciales siguen fieles esperando a Godot. En estos momentos la izquierda lo está haciendo muy bien y para eso ha sido necesario leer mucho y prepararse unos tres largos años (quizá necesite algunos más) casi hasta macerarse a la intemperie con este sol nuestro tan de Sorolla. Observa, pues, el sol y descubre a su lado insolaciones políticas como la del fantasma de Roosevelt (Franklin D.) en forma de conseller de Sanidad, viejo admirador del presidente norteamericano, feliz propietario de solares y jubilado ilustre de toda sospecha y de toda actividad del pensamiento desde los años sesenta o así y en cuyas temblorosas manos está depositado el futuro inmediato de la sanidad pública valenciana para espanto, mofa y befa de nosaltres. Pero es asumible, quita pocos votos. Observa las purgas en los medios de comunicación y piensa en un gulag mediterranée de lujo y página satinada hecho a medida de la pasividad de los periodistas locales, que se dejan violar entre el jolgorio de los cazadores de provincias. Tiene además a la izquierda dando vueltas desde hace años a una trampa irresoluble; sobrevalorar la movilización mediática y menospreciar su histórico vivero de crecimiento militante y de imantación del voto: la movilización directa de la sociedad, el duro trabajo cotidiano de agitación y debate cerca de las amplias masas. Eso tampoco quita muchas papeletas. Y sobre todo observa, babeando, la trabajosa construcción de ese enigmático edificio de Babel, la Acadèmia, donde casi ha conseguido que la nostra sea equiparable al descubrimiento, siempre aplazado, del eslabón perdido. ¡Qué gran apuesta!... las observaciones mudas del presidente sobre la cuestión lingüística (parece que carezca de lengua confesable) segregan la mayor paradoja política de este laborioso pueblo: un ciudadano al que el idioma le importa tanto como la obligatoriedad del sombrero para ver los toros está en las vísperas de pasar a la pequeña historia local con honores de pacificador. De Cartagena a Benidorm y de ahí al pie de página en la Enciclopedia Valenciana (El Gran Edu) gracias a su falta de escrúpulos. Y es que, a estas alturas de la batalla, quizá sea la amoralidad condición imprescindible para resolver su conflicto mental del trabalenguas. Y tal disparate, para desesperación de la izquierda, quita muy pocos votos. De momento y hasta que aclare, la izquierda consecuente debería aplicar al hipotético pacto lingüístico el sabio consejo del muy añorado César Simón: "Debes evitar el trato con personas que te hacen sentir peor de lo que eres. Cultiva el de las que no te hacen sentir más de lo que eres, pero estimulan en ti lo mejor de ti mismo. Trata a los demás con todos los honores y exige ese trato de los demás. Si no eres considerado con el máximo respeto, rompe discretamente esa relacion" (En nombre de nada. Pre-textos, Valencia, pág 28, párrafo 99). Demasiado civismo. Lo cierto es que hay que arañar votos y el escándalo sanitario, el drama educativo, el oportunismo lingüístico, la comedia siciliano-napolitana representada por los pintorescos presidentes de las diputaciones de Castellón y Alicante, la metástasis cultural (por ejemplo la demolición del IVEI o la carnicería en Debats, que pertenecen, por derecho propio, al abultado patrimonio democrático del recién nombrado conseller de Cultura, responsable último de tamaño acto de venganza cultural) y la fascistización mediática... no amontonan la suficiente arena para que la derecha valenciana se entierre una temporada al sol de Sorolla y entonces la izquierda, que parece seguir pensando, como decía Leopoldo María Panero, que "el fracaso es la más resplandeciente victoria", reviva de sus cercanas matanzas internas y se atreva a combatir, porque hechos tan vergonzantes como la retirada forzosa de las listas socialistas de Carmen Alborch obligan a pensar en una suerte de inconsciente miedo escénico a la probable Victoria por la alcaldía de la ciudad de Valencia. A muy pocos meses de las elecciones municipales y autonómicas, los augures saben o sospechan, que no ganamos. Se puede paliar con retórica, con eso que siempre ha administrado tan bien la izquierda en sus tibios atardeceres nostálgicos: L"Espoir; pero empieza ya a extenderse una sensación ambiental, que al cabo resulta mucho peor y más devastadora que una mala estadística o una encuesta adversa. Y no es que la derecha democrática se haya lucido, antes al contrario, es que, contra lo que pensábamos y acaso deseábamos, no ha ocurrido ninguna catástrofe irreparable. En suma, aquí todo va bien porque se ha generalizado la Derrota Anticipada y nadie se atreve a confesarlo. Se ha generalizado una añeja norma de las democracias con tradición cual es el aburrimiento, el bostezo social (de la izquierda, de los sindicatos, de las organizaciones cívicas... o de los particulares que un día militamos en el frente de los suspiros) lo que llama acertadamente Pascal Bruckner la mélancolie démocratique (Seuil. L"Histoire immediate, París, 1990) y, como ya dejara escrito Julien Gracq, el "bostezo precoz" es el tributo de las clases asentadas desde muy antiguo en la cúspide. Nos hemos equivocado de época y de clase. O sea, ellos durante algún tiempo. Observa el Presidente firme, frío, vacuo y especialmente experto en todas las tecnologías del Yo, en fin, esta tierra mítica que gobierna y se da cuenta, de inmediato, que lo suyo, aunque sea con la letra pequeña, casi con las letrinas de la Historia, va a durar. Todavía podemos intentar que se le atragante la Victoria.

Vicente Ponce es profesor de Historia del Arte de la Universidad Politécnica de Valencia.

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