Gómez Escorial y el toreo bueno
El toreo bueno es lo que gusta a los aficionados. El toreo bueno y el toro bravo. Hay un toro bravo en la plaza, un torero le hace el toreo bueno, y los aficionados juran que eso es comer jamón. De donde los aficionados paladearon en Valdemorillo pata negra. No todo el rato; no cuanto duró el espectáculo, que pasó de las dos horas. Pero no importa, pues los manjares tienen su toque, su momento, su cenit, y no hace falta más. Ocurrió el encuentro cuando ya la función iba de vencida. Salió el quinto ejemplar del hierro La Victoria -no hay quinto malo, dice el tópico- y embistió codicioso las verónicas que le instrumentaba Gómez Escorial. El puyazo lo tomó ese novillo recrecido y empujó a la acorazada de picar hasta las tablas. Allí se apalancó bajo el peto metiendo los riñones, mientras la parte superior de la acorazada -que, si uno se fija, es el individuo del castoreño- le pegaba duro. Se esforzaba tanto en pegarle duro que el rostro se le ponía de un púrpura subido y pareció que le iba a dar una congestión.
Victoria / Bejarano, Escorial, Reina
Novillos de La Victoria, con presencia y casta, varios bravos. Manuel Bejarano: estocada corta y descabello (silencio); media atravesada, perdiendo la muleta, y dos descabellos (silencio). Gómez Escorial: estocadatendida y rueda de peones (oreja); pinchazo hondo, rueda de peones, estocada, se amorcilla el novillo, pero se arranca y voltea al matador -aviso- y rueda el animal (oreja); salió a hombros. Reina Rincón: pinchazo y estocada caída (vuelta); tres pinchazos y estocada (aplausos). Plaza de Valdemorillo, 4 de febrero. 1ª corrida de feria. Lleno.
El novillo pareció también que iba a salir pulverizado de la refriega. Mas, ante la general sorpresa, se vino arriba y desarrolló las embestidas prontas y nobles características de los toros bravos. Los toros bravos no se crea que resultan fáciles de torear. Distintos son los chochones, los bobalicones, los pútridos y los modorros. A éstos les da pases cualquiera. A las figuras les encantan y se los rifan. Luego algunos glosarán sus interminables faenas asegurando que se inventaron el toro y ellos comentarán de sí mismos que estuvieron importantes.
Con semejante bagaje pretende encarar la fiesta el tercer milenio. Y está claro que eso no es el toreo. Lo demostraron, de consuno, Gómez Escorial y el quinto novillo de La Victoria. El novillo embestía encastado y el novillero lo citaba a la distancia debida, se lo traía toreado, le embarcaba ceñido, cargaba la suerte. Tres tandas de naturales le instrumentó de la forma mencionada, con sus correspondientes pases de pecho, en medio de una creciente emoción. Hubo luego redondos de similar factura, se adornó el toreo y entró a matar.
Debió creer Gómez Escorial que el novillo ya estaba clínicamente muerto por efecto de la estocada, y ésa era la impresión general, pues se amorcilló y le sobrevino el hipo a ritmo de gori-gori. Sin embargo, la sangre brava aún le rebullía al animal, y al ver al matador componiendo la estampa del vencedor ante sus fauces, se le arrancó de súbito y le pagó un volteretón.
Un servidor le hubiese dado la vuelta al ruedo a ese novillo con igual justicia que le concedieron la oreja a Gómez Escorial, pero un servidor no estaba para trotes. Además, no hubiese tenido mucho acompañamiento. Aunque el público abarrotaba los tendidos, los aficionados debían escasear y sólo alguno emergía tímidamente entre la fronda.
La novillada tenía mucho que torear y varios ejemplares sacaron genio, incluido el primer novillo, que, pese a su invalidez, persiguió y lesionó al peón llamado Poli. Manuel Bejarano estuvo francamente voluntarioso. Reina Rincón ensayó el toreo en pureza, y el primero de su lote, que se revolvía y derrotaba, le pegó una voltereta tremenda, sin que le amilanara el percance.
Hay toros, hay toreros, el toreo bueno existe. Aunque, para verlo, es preciso llegarse a Valdemorillo. Qué cosas.
Babelia
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