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Meditación sobre el rock

Jesús Ferrero

¿Habrá existido un vehículo de expresión más inmediato que el rock para las masas de americanos y europeos que se han ido sucediendo desde los años sesenta? ¿La gran limitación del rock, así como su grandeza, no habrá sido justamente su vinculación a las masas? Los nazis y los soviets ya sabían que los verdaderos elementos de cohesión de las masas son muy limitados y tienen poco que ver con el pensamiento. ¿Se le puede atribuir al rock un pensamiento? Claro que sí: el pensamiento "de un idiota lleno de ruido y de furia". Resulta penoso leer las entrevistas a estrellas del rock: casi todas exhiben una pobreza intelectual humillante. Sólo recuerdo una memorable: la que le hicieron a John Lennon cuando ya se habían escindido los Beatles.Quizá la extrema debilidad del rock ha sido el efecto de la extrema juventud de sus estrellas. Como dice Nick en El gran Gatsby, "las revelaciones íntimas de la juventud, o al menos sus términos de expresión, suelen ser plagios y estar desfigurados por supresiones más que evidentes", y pocos han sido los ídolos del rock ajenos a ese problema, de modo que sus visiones del mundo siempre han resultado infinitamente más viejas y más toscas que las expresadas por poetas fulminantes de cualquier época. En gran parte debido al poder de los media, entre los que ocupó un lugar predominante la radio, el rock invadió pronto el espacio público y el privado de infinidad de personas, dando un sonido y un ritmo a su intimidad, y convirtiéndose en una atmósfera tan envolvente como una placenta. Y es que el rock también cumplió y cumple una función puramente física, que es al mismo tiempo una función de atomización social. Hacer de nube aislante ha sido una de las claves más reveladoras del rock. Durante toda mi adolescencia, aislé mi habitación del resto de la casa con el rock que sonaba en mi tocadiscos. La música me individualizaba mucho más que las paredes, la música me colocaba en una nube. Y es que, ya entre las masas de adolescentes de la clase media posteriores a 1960, empezaron a coexistir, en el universo familiar, dos focos opuestos: el tocadiscos individual que convertía el cuarto del hijo en una nube, y la televisión, ante la que la familia se volvía a reunir como antes ante la chimenea. La pantalla crepitante había sustituido a las llamas: fuego electrónico para la nueva familia (que ahora se ha atomizado mucho más al incorporar las televisiones individuales y los ordenadores personales). En ése y otros aspectos, el rock no sólo ha servido para conformar masas que se hacían visibles en los grandes rituales pop, también ha servido para atomizar más la sociedad y configurar ciudadanos acostumbrados a pasar largas temporadas en las nubes. Una canción de los Stones trataba con bastante mordacidad el problema.

Pero las atmósferas del rock eran y son plurales. Primero está la atmósfera uterina que el rock crea en los cuartos de los adolescentes, y luego está el rock de las discotecas y los bares nocturnos, donde la música hace a la vez de aislante y de aglutinante. Por un lado los clientes se ven obligados a hablar a gritos, y ya se sabe que el grito no es la mejor forma de formular deseos o transmitir pensamientos, y al mismo tiempo el ruido hace de balsa unificadora, que aproxima más los cuerpos al incluirlos en una misma vibración.

Cabe pensar que las danzas basadas en el rock representan un regreso a la danza tribal, a la vez que suponen un alejamiento del narcisismo copulativo y un desplazamiento hacia al narcisismo personal, aunque sin olvidar que, por muy personal que sea una danza, la propensión a la mímesis es inevitable y, como en el baile de parejas, los bailes personales no se libran de su efecto espejo en los demás.

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A principios de la década de los setenta, cuando la cultura universitaria comprendió que no podía dejar al margen de sus especulaciones el mundo del rock, aparecieron algunos ensayos supuestamente demoledores, en los que enjuiciaban el rock como movimiento de masas involucionista y retrógrado. También lo acusaban de populista, de kitsch y de sentimental. En parte tenían razón y en parte no. Lo simple, lo elemental, lo puramente emocional, no tiene por qué ser necesariamente involucionista y retrógrado (aunque casi siempre lo sea). Y tampoco la presunta carga intelectual avala la grandeza de una obra. Otro pecado que le achacaban al rock era el de ser la música de un imperio que nos estaba colonizando a través de sus registros sonoros. Esa teoría tenía un problema: algunos aspectos nada desdeñables del rock proceden directamente de la música negra, y preferimos no pensar que aquellos sociólogos temían que nos colonizase la negritud, pérfidamente camuflada en la jungla del rock.

Bromas aparte, es lícito atribuirle al rock un considerable efecto cohesionador. En algún aspecto, nos ha hecho sentir al mismo ritmo que los americanos, y que los ingleses influidos por los americanos. Gracias a sus ritmos compactos y a su temperatura, el rock ha hecho de tam-tam de la aldea global, y es ahora mismo la única música "tribal" que, en mayor o menor grado, reconoce todo el mundo.

Puestos a resumir, habría que decir que el rock ha sido y es demasiadas cosas a pesar de su debilidad fundamental: ha sido música del corazón, medio de conformación de masas, música ambiental, nube uterina, música tribal, tam-tam globalizante, negocio a gran escala y máquina trituradora de mentes jóvenes que han ido conformando todo un panteón de considerable envergadura económica y sentimental, además de una mitología poblada de toda clase de arquetipos y estereotipos que, vista como un mosaico, es bastante cromática, aunque luego sus elementos, cogidos por separado, puedan decepcionar. Pero ahí volvemos al problema de la juventud de sus protagonistas, y es que para cuando llegan a la edad de la razón las casas de discos los licencian. Además, todos ellos empiezan a repetirse enseguida, todos ellos pierden relativamente pronto la inspiración. Y luego está el asunto de su narcisismo hipertrofiado y sobrealimentado que los idiotiza más trágicamente de lo que ellos creen, y que los separa definitivamente del mundo. Conocen prematuramente la autoridad del éxito, a costa de conocer prematuramente la autoridad del fracaso. Todo lo cual para decir que nos hallamos ante un fenómeno tan simple en sus formulaciones como complejo en sus consecuencias, que da bastantes luces sobre la forma y el contenido de nuestra época. Una forma y un contenido fundamentalmente híbridos, como el mismo rock, con derivaciones peligrosas que no obstante nunca han llegado a ser importantes. De ahí que parezcan tan exageradas las críticas de algunos iluminados para los que el rock es algo así como el embrión de una nueva "geopolítica": término acuñado por el místico nazi Karl Haushofer. Una nueva geopolítica mundial basada en el concepto claramente sinárquico de aldea global, como era sinárquico, aunque menos opresivo, el concepto agustiniano de ciudad de Dios. Por descontado que convertir el mundo en una aldea puede ser peor que convertirlo en una ciudad, sea o no la de Dios... Pero sigamos: esta nueva geopolítica llevaría homogeneizando las conciencias desde hace ya cuarenta años, y estaría educando a las masas para la adoración a nuevos líderes. Que a esas masas se las esté cohesionando con canciones y ritmos que proceden, a la larga, de la música de los esclavos (que trabajaban mejor cantando) no sería en absoluto paradójico: aquellas canciones, como las del rock, poseían un alto poder apaciguador. Así pues, treintaaños de idolatría desaforada a toscos ídolos del rock no sería asunto vano.

Bien, esa clase de ataques al rock como música sinárquica y como escuela de pleitesías diversas me parece delirante. Puede que, en tanto que ídolos de masas, Hitler y Mike Jagger tengan algo que ver, pero los festivales de rock nunca tuvieron el más mínimo aire marcial, y en muchos aspectos han representado lo más opuesto que se puede imaginar al desfile de las antorchas o al entierro de Lenin. Por lo demás, está bien que haya sones en los que se reconozca todo el mundo. Nadie se va a asfixiar porque, en medio de tanta divergencia, tanta intransigencia y tanto impedimento, flote en el aire de la noche algo parecido a un acuerdo.

Jesús Ferrero es escritor.

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