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Yeltsin cambia el hospital por un sanatorio, pero se niega a ceder poder

El presidente ruso frena la propuesta de tregua a la Duma lanzada por Primakov

Borís Yeltsin se perdió hace unos días la boda de su nieta mayor, pero no quiere celebrar mañana su 68º cumpleaños entre médicos. Ayer abandonó el Hospital Central Clínico, en el que fue internado el 17 de enero a causa de una úlcera de estómago sangrante, y fue trasladado al sanatorio de Barvija. En su ausencia ha repelido un ataque directo de su primer ministro, Yevgueni Primakov, a los omnímodos poderes de los que le dotó la Constitución de 1993.

Yeltsin continuará su convalecencia en Barvija y, si la enfermedad no le ha hecho cambiar de carácter, desafiará los consejos médicos con esporádicas salidas al Kremlin o a alguna de sus residencias campestres. La primera escapada se producirá probablemente mañana, para festejar su aniversario en familia.Será difícil que Yeltsin supere antes de dos semanas su última crisis de salud. Incluso después, es probable que siga dando los sustos propios de un enfermo crónico del corazón (al que se le implantaron en 1996 cinco puentes cardiacos) y que, en tres años, ha sufrido varios infartos, tres infecciones respiratorias, dos neumonías y una úlcera de estómago. Y eso, por no hablar de las dolencias no reconocidas, a mitad del camino entre el rumor y la noticia, como la arteriosclerosis cerebral, la demencia senil y la enfermedad de Parkinson.

Los despistes, confusiones y tropezones que han marcado los últimos viajes al extranjero, sumados a una debilidad física cada vez más patente, han recluido desde hace meses al líder de la segunda potencia nuclear del planeta a un "reposo activo" en sus residencias de Gorki 9 o Rus, que sólo interrumpe para breves jornadas de trabajo en el Kremlin. A veces utiliza esas escapadas para intentar demostrar que sigue al mando, como cuando, el 17 de diciembre, salió tres horas del hospital (se recuperaba de una neumonía) y purgó a fondo la administración presidencial.

Yeltsin ha abandonado el hospital mientras su primer ministro se encontraba en Davos (Suiza), participando en el Foro Económico Mundial. Primakov quiso demostrar con su ausencia que no le preocupaba el debate del presupuesto (que la Duma aprobó el viernes en tercera y penúltima lectura) ni la tormenta suscitada por su fallida propuesta de tregua política ante las legislativas de diciembre y las presidenciales de junio-julio del 2000.

Primakov llegó en septiembre a la Casa Blanca (sede del Gobierno) después de que la Duma rechazase rotundamente el retorno de Víktor Chernomirdin, el candidato de Yeltsin al relevo de Serguéi Kiriyenko, barrido por la explosión de la crisis el 17 de agosto.

El ex jefe del espionaje y ex ministro de Exteriores (de 69 años, mucho mejor llevados que los 67 de Yeltsin) fue aceptado casi por consenso, entre otras cosas porque no se le conocían ambiciones presidenciales. Desde entonces, Primakov, sin haber avanzado apenas en la resolución de la crisis económica, ha logrado una estabilidad política casi sin precedentes en la nueva Rusia.

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Entre continuos desmentidos de que esa idea le ronde por la cabeza, Primakov se ha convertido en uno de los más serios aspirantes a suceder a Yeltsin, una carrera que tiene a otros dos caballos en primera línea: el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, y el líder comunista, Guennadi Ziugánov.

La propuesta del primer ministro a la Duma consistía en una tregua que garantizase la estabilidad ante las elecciones. La Duma debería comprometerse a no presentar un voto de censura al Gobierno, a dar carpetazo al impeachment (juicio político por alta tración) contra Yeltsin, y a garantizar a éste una inmunidad total cuando termine su mandato. A cambio, el presidente debería renunciar expresamente a disolver la Duma y destituir al Gobierno.

El compromiso habría blindado doblemente en su cargo a Primakov y fortalecido su poder, que ya es semipresidencial en la práctica tras el progresivo abandono de Yeltsin de los asuntos corrientes. Pero el líder del Kremlin, hospitalizado y todo, dejó muy claro que no cederá ni un ápice de sus atribuciones. Aunque su portavoz, Dimitri Yakushkin, negó que hubiese fricciones, quedan pocas dudas de que Yeltsin consideró el plan de Primakov como un intento de reducirle cada vez más a una figura decorativa, lo último que aceptaría este viejo luchador, que sigue conservando el control del maletín nuclear y que, cuando está en juego su supervivencia, sabe sacar fuerzas de flaqueza.

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