El alcalde de Zalamea
JAVIER MINA A nada que monseñor Setién deje de marear la codorniz a base de tirarla por toboganes políticos sin fondo y se dedique a cumplir con su obligación pastoral de oponerse al aborto, a las relaciones prematrimoniales, al amancebamiento y a los métodos anticonceptivos no sancionados por el Vaticano -¿hay quien se acuerde de algo llamado ogino?-, ganaríamos mucho. Pero ganaríamos más si se aplicara a predicar, con el mismo celo que emplea para asuntos en que muchos nos pasaríamos de su opinión, el matrimonio canónico y su recto uso deparador de hijos para el cielo, porque entonces Euskadi podrá contar con una familia digna de ese nombre. Se añadiría así la tercera pata a un banco que no por viejo ha perdido actualidad. En efecto, estamos asistiendo como quien no quiere la cosa a una asombrosa revalorización del municipio y el sindicato. Solo faltaba pues, la familia para dar razón a quienes creían que todavía no habíamos salido de las tinieblas franquistas... si no fueran los mismos. Quiero decir los mismos que, creyendo vivir en un estado ficticio de guerra, parecen de postre empeñados en parafrasear aquel infausto sistema de representación por tercios propio de una época que mejor estaría enterrada y boca abajo. Huelga -y nunca mejor dicho- demostrar el protagonismo político que los sindicatos nacionalistas han acumulado desde aquel lejano Gernikazo en que sustituyéndose a los partidos políticos se manifestaron confundidos pese a que uno de ellos hubo de saltarse a la torera el interdicto formal de no promover nada con quien no condenase una violencia que por aquel entonces vivía en plena euforia asesina. ¿Y que decir del municipio? Pues nada, que a falta de ver para qué sirve ya está sirviendo como test de inteligencia. Cuando el cerebro de todo este giro estellés y me refiero, aunque no lo parezca, a Egibar, apuesta a fondo por la asamblea de municipios y, sin embargo, afirma no suscribir las intenciones de quien quiere convertirla en el sustituto de las instituciones hoy vigentes, una de dos, o bien se le han apagado las luces o bien prefiere engañarse, y en tal caso daría prueba de la verdadera magnitud de la bombilla que le nutre, porque todo aquello que se ha dedicado a promover a dúo ha ido por donde quería el solista de menos votos. A los hechos me remito. Y puestos a tener ayuntamientos hasta en la sopa, no estaría de más el ir engalanando los balcones y preparándose a disfrutar de las manifestaciones que se nos avecinan y donde no creo que tarden en figurar las demás señas de identidad, aparte de la ikurriña. Manifas hay en las que ya se ven dantzaris, pronto se les unirán los coros, el arrantzale y el baserritarra, la iñude y el artzaia, los bueyes engalanados, el queso, Josu Ternera (alias Derecho Humano), la sidra y el txakoli. Amén de los deportes autóctonos, las secciones sindicales, la lengua, el matriarcado y los gimnastas realizando bonitos números de masas a fin de mostrar el lado saludable de nuestra juventud sin gasolina. Entre tanto y a modo de avance de la Edad de Oro que nos espera, las centrales sindicales deberían promover, en comunión con las familias, representaciones de El alcalde de Zalamea en cada pueblo. De entrada, la obra podría parecer vasca por el título y como encierra mucha enjundia contra el poder absoluto del rey, o sea, contra el ámbito de decisión español, como quien dice, nos vendría que ni al pelo. Cuando, para más inri, Pedro Crespo manda dar garrote tras el correspondiente juicio al capitán que violó a su hija, está haciendo que prevalezca la justicia municipal sobre la castrense en una bonita lección de antimilitarismo que no dejará indiferentes ni a chicos ni a chusqueros. Por encima de instruir deleitando al ciudadano en diversos campos y zelais semejante pináculo del arte consistorial fundiría en un solo plomo, familia, sindicato y municipio. De ahí que no nos duelan prendas a la hora de gritar con el superedil de Zalamea: "¿Qué importa errar lo menos quien ha acertado lo más?"
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