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Verdes maduros para el siglo XXI

Italia, Georgia, Finlandia, Francia y finalmente Alemania y Eslovaquia, ¿mañana en la Comisión Europea? En los últimos dos años Los Verdes han entrado en cada vez más gobiernos europeos, en coaliciones diversas pero basadas siempre en la cooperación con las izquierdas. Los verdes ocupan carteras clave para el movimiento ecopacifista como las de Medio Ambiente o la de Cooperación y Desarrollo. Antes de finalizar el año, 5 de los 15 estados de la Unión Europea tendrán verdes gobernando y, en el caso alemán, el más importante por su peso económico y político, los verdes han ocupado ministerios de gran transcendencia como los de Exteriores, Medio Ambiente o Asuntos Sociales. Los verdes tienen hoy representación en 11 de los 15 parlamentos de la Unión y cuentan con más de 200 diputados y diputadas. En el Parlamento Europeo constituyen la sexta fuerza política con 27 escaños. La larga marcha de Los Verdes a través de las instituciones, iniciadas a finales de los setenta en Bélgica y en Alemania, empieza a recoger sus frutos. Como en todo movimiento político joven -y los verdes encarnan la única ideología nueva aparecida en este Planeta desde 1945- en estas dos décadas han sido muchas y muy diversas las vicisitudes que han tenido que experimentar. Sus éxitos iniciales, localizados en una Centroeuropa rica y angustiada por el despliegue de euromisiles y el riesgo nuclear, estuvieron muy vinculados a la efervescencia de campañas ciudadanas masivas al margen de la política establecida, anclada en tiempos de guerra fría e insensibilidad ecológica total. Por ello, Los Verdes fueron estigmatizados pronto como un sarampión nórdico propio de hijos de papá aburridos de vivir en la abundancia y sin futuro ante la inevitable ecologización de los demás partidos. Por si fuera poco, los verdes han sido hasta ahora los principales enemigos de su propio crecimiento, como demuestran las dramáticas fricciones hasta hace pocos años en Alemania entre activistas partidarios de una estrategia antisistema libre de todo compromiso con la política establecida y activistas promotores de un reformismo capaz de llegar a cambios decisivos en un modelo de vida que hace aguas por todas partes. Mientras, los muy activos movimientos sociales de los ochenta perdían buena parte de su combatividad y transferían sus energías a potentes ONG como Greenpeace o Médicos sin Fronteras, marcadas por un alto grado de profesionalización y de capacidad de propuestas de reforma del sistema. La influencia política verde es hoy mayor que nunca. La Cumbre sobre la Tierra de Río de Janeiro (1992) vino a dar la razón al ecologismo sobre los verdaderos retos que afronta la humanidad, como la hecatombe ecológica, la explosión demográfica, la esclavitud del Sur por el Norte y su secuela de hambre y guerras masivas. Desde entonces el reto de Los Verdes en los parlamentos y en la vida social es cómo traducir esta inquietud en programas y políticas practicables, esto es, cómo relacionarse con el Poder para transformarlo en profundidad y a tiempo en una dirección sensata. En esta etapa de maduración, los verdes han modificado gran parte de sus señas de identidad. Su ecologismo ha superado ya una inicial toma de posición filosófica angustiada en contra del industrialismo y está centrado en la elaboración e implementación de propuestas practicables de cambio ecológico de la sociedad industrial como la protección del clima, la reconversión verde de industrias insostenibles como la nuclear y la química dura, la pacificación del tráfico o la gestión sensata de los residuos. La preocupación por el empleo, los derechos sociales y la viabilidad del estado del bienestar ha crecido notablemente y se ha convertido en tema estrella verde a través de propuestas como una reforma fiscal ecológica que rebaje las cotizaciones sociales y en cambio penalice el consumo insostenible de recursos naturales. Al pacifismo a ultranza le ha sucedido, tras el drama de Bosnia, un creciente apoyo crítico a acciones humanitarias armadas urgentes bajo el exclusivo mandato de la ONU mientras la diplomacia no sirva para detener las matanzas. Paralelamente, una política de asilo e inmigración generosa que respete los derechos humanos es hoy una prioridad esencial. El principio de democracia de base ha sido en parte complementado a la vista de la necesidad de promover instituciones y acciones mundiales a corto plazo capaces de afrontar los grandes retos globales desde la operatividad y la igualdad Norte-Sur (como, por ejemplo, la reforma de las Naciones Unidas). La cultura feminista igualitarista es el único rasgo original verde que permanece incólume. Este realismo verde en tiempos de urgencia planetaria tiene aún muchos retos por superar. Por ejemplo, la mundialización del movimiento que propugna por antonomasia una política planetaria justa, ecológica y solidaria con las generaciones futuras. También en el último bienio hay que anotar la creación de la Federación Verde de las Américas, con fuerte impronta mexicana (10 diputados federales y participación en algunos gobiernos regionales) y brasileña, o incluso la emergencia de una Coordinación Verde africana que agrupa ya partidos verdes de 20 países del continente. Sin una red verde global bien organizada no habrá posibilidad de cambios profundos reales. Otra cuestión abierta es cómo combinar una creciente personalización y tecnificación política verde en un océano de palabrería mediática y politiquería sin sentido con la necesidad de mantener un alto grado de democracia interna y ampliar la democracia cotidiana. En cualquier caso, dos conclusiones son obvias: si hay futuro, éste tendrá que hacerse con políticas verdes y, como indica su evolución, los verdes están crecientemente preparados para ensuciarse en la puesta en marcha desde el gobierno de proyectos amigos del planeta, de todas sus gentes y de las generaciones por venir.

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