Deprisa, deprisa, hacia el precipicio
El PNV, dirigido con autoridad indudable por Arzalluz, avanza con paso firme hacia lo desconocido, arrastrando tras de sí a muchos ciudadanos aparentemente dispuestos a lanzarse al precipicio. Actuando a la vez como Gobierno y oposición, el sábado reunió a sus alcaldes y concejales para preparar su participación en una Asamblea de Municipios de las actuales comunidades de Euskadi y Navarra y del País Vasco francés, según propuesta planteada por ETA en sus últimos comunicados y convertida por Euskal Herritarrok en eje de su estrategia de deslegitimación de las instituciones autonómicas. El objetivo de tal iniciativa sería favorecer la articulación política de esos territorios en una perspectiva de liberación nacional. Culmina así el giro antiautonomista del PNV, no sancionado, ni siquiera debatido, en ningún congreso de ese partido.El antecedente de la Asamblea de Municipios reunida en 1931 en Estella (Navarra) no puede invocarse sin mala fe. Entonces se trataba de impulsar un régimen autonómico para Euskadi, partiendo de las únicas instituciones legitimadas por unas elecciones (las del 12 de abril, que habían dado paso al advenimiento de la República). Ahora se trata de crear, en la línea intentada varias veces por ETA y HB, un organismo de contrapoder alternativo a las instituciones autonómicas; las mismas que viene encabezando el PNV desde hace dos décadas. Una vez más, pues, es el partido mayoritario quien, para mantener la unidad recuperada en Estella por la comunidad nacionalista, asume el programa y la estrategia de la minoría radical.
El pacto de Estella/Lizarra podría interpretarse como el compromiso entre el nacionalismo democrático y el antidemocrático por el que el primero admite la inutilidad (o insuficiencia) del Estatuto de Gernika para satisfacer las aspiraciones vascas a cambio de que el otro reconozca que ETA es ya un estorbo para los fines compartidos. Si el acuerdo se planteó en esos términos fue porque ETA y HB buscaban, antes que nada, una justificación retrospectiva de la violencia. Y para ello sería difícil imaginar un argumento tan eficaz como que el partido que gobierna Euskadi desde hace 20 años cuestione la legitimidad de las instituciones de autogobierno y admita que los vascos siguen oprimidos. El PNV aceptó eso en aras de la tregua, pero, una vez dado ese paso, se ha visto atrapado en una dinámica que no controla.
Por supuesto que en el PNV ha existido siempre un componente ideológico radical, antiespañol, heredado de Sabino Arana; pero también, desde hace casi 90 años, un componente democrático de reconocimiento del pluralismo vasco y búsqueda del consenso del conjunto social en torno a la fórmula autonómica. En el documento aprobado el sábado, el PNV recuerda que ya en la Asamblea de Pamplona, en marzo de 1977, se definía como objetivo el de la "liberación nacional de Euskadi". Sí, pero a la hora de fijar políticamente ese objetivo se proponía "la creación de una estructura política formada por aquellas instituciones indispensables y convenientes para el mantenimiento y desarrollo de esa identidad". Es decir, un estatuto de autonomía. Hablar de opresión nacional en la Euskadi actual es pura palabrería.
El PNV ha creído seguramente que podía cabalgar el tigre, pero está ocurriendo lo contrario: el mantenimiento de la unidad nacionalista exige cada día nuevas renuncias, y, por ejemplo, cada vez es más difícil distinguir la prensa del PNV de la de EH. Aparte recaídas en un aranismo infantiloide, se toma por indiscutible la retórica etnicista que lleva a renunciar al término político Euskadi en favor del antropológico de Euskal Herria. Que exista un origen común o algunos rasgos culturales compartidos en los territorios comprendidos bajo esa denominación no significa que necesariamente tengan que convertirse en un Estado, pasando por encima de siglos de historia. El partido nazi, en cuyos estatutos se proclamaba el derecho de autodeterminación del pueblo alemán, invocó ese origen étnico común para invadir los Sudetes.
Sin duda, tras la aparente seguridad de piedra de sus dirigentes hay dudas en el PNV. Por eso dicen, por ejemplo, que no pretenden deslegitimar las instituciones autonómicas; pero a la vez hacen lo que no puede interpretarse sino como un intento de secundar una iniciativa de ETA-EH que claramente persigue ese objetivo. La sensación es que todo va demasiado deprisa y que la presión incesante de los otros ha precipitado una alocada fuga hacia adelante del PNV, cada vez más enfadados con todo el mundo y cada vez más sordos a los argumentos de los no nacionalistas.
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