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Tribuna:
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Salve, euro

En los primeros días de vigencia del euro hemos oído muchas razones por las que debemos estar contentos: se van a facilitar las transacciones internacionales, sobre todo las europeas; estamos mejor cobijados frente a las asechanzas de la crisis, que, como el virus de la gripe, viene más o menos agresivo o resistente, pero viene; habrá más nitidez económica en Europa; España está en el grupo de partida de tan importante evento, lo que prueba que hemos hecho bien los deberes; por primera vez desde qué sé yo cuando, España se monta en un tren en la estación de salida... También se nos ha avisado de los riesgos, ya no se pueden arreglar las alegrías con devaluaciones de la moneda según la tradicional y arraigada costumbre patria, los excesos se pagarán con desempleo, y otros.Para mí también esto del euro es ocasión de gozo, pero visto el asunto desde otra perspectiva, como diría un orteguiano lúcido. Al aceptar el euro hemos renunciado a uno de los componentes de la soberanía patria, facultad de crear dinero con poder liberatorio de deudas; y, qué quieren ustedes, esa relativización de la soberanía patria me llena de interna satisfacción; desde el 1 de enero vivo y pertenezco a un país menos soberano que el 31 de diciembre anterior.

Puede pensarse que no es así exactamente, que lo único que hemos hecho con ese trozo de soberanía es transferirla a un lugar al que la han transferido también otros, y que de este modo estamos sujetos a una soberanía más amplia e importante que la anterior, pura soberanía patria. No negaré tan razonable argumento, pero la sensación de alivio, afortunadamente, permanece; es como si la soberanía, al compartirse, se hubiera diluido, y el yugo que representa parece, o es, menor; el respiro de la dilución, quizá sólo un fenómeno psicológico; pues bien venido sea.

Pero ¿por qué hablar de yugo cuando nos referimos al poder monetario? Se preguntarán algunos, ¿el yugo de la patria, aún el monetario, no es un dulce yugo?; y aquí entra la experiencia personal; para un español nacido poco antes de la guerra civil, y que ha conocido las guerras, ensoñaciones autárquicas, delirios de grandeza y de bienestar general en medio de la miseria seguidos de devaluaciones, una y otra vez, para un pluriestafado por la inflación irresponsable, para un sujeto pasivo de torcidas maquinaciones monetarias, es decir, políticas, esto de que ya tales instrumentos están fuera del alcance de los que manejan el cotarro patrio en cada momento, incluidos los salvadores mesiánicos y líderes seductores, es un alivio: nuestras autoridades, por sí solas, no van a poder recurrir a tales embelecos.

Es verdad que desde hace más de veinte años estas políticas han sido sensatas, que los actuales responsables han actuado con decencia y que, antes, virtuosos varones se opusieron, con mérito y a veces con éxito, a estas estafas político-monetarias; pero es que ya no queda la posibilidad de que algún genial compatriota nos vuelva a dar el timo por sí solo; es, con perdón, como si nos hubiéramos ligado las trompas.

Comprendo que muchos alemanes miren con recelo al euro, pues lo que ellos solos habían conseguido, después de tanto desastre, era lucido, y lo tenían controlado, y ahora van a poner sus manos en el negocio hasta los zarrapastrosos del sur; comprendo que para un súbdito británico sea duro pasar en menos de la vida de una persona de cabeza de imperio mundial a provincia europea; y eso sin haber perdido una guerra y sin haber hecho notorias estafas monetarias al pueblo británico mediante la libra esterlina, moneda antigua y honorable, unidad mundial de medida en tiempo no tan lejano. Pero uno es español por geografía, educación, vida y pasaporte, y está más que satisfecho de que se aleje la tremenda carga de ser "una de las pocas cosas serias que se puede ser en el mundo"; ahora podemos compartir esa carga con otros. Salve, euro, que has diluido una parte de la soberanía patria. Por donde lo que para unos es causa de desazón, la pérdida de soberanía, para otros es artificio confortable.

Y por eso comprendo con dificultad a quienes, en vez de la dilución, claman por la concentración, y quieren restringir el ámbito personal y territorial de la soberanía hasta que puedan sentir su aliento en el cogote (salvo que uno pertenezca al grupo de los llamados a soplar sobre los cogotes de sus paisanos). Esto de la soberanía, cuando más lejos la sienta uno, mejor; es lo que pienso y siento. Quizá como producto de la pequeña historia que a uno le ha tocado vivir. Pero la Unión Europea no es más que el camino para superar muchas pequeñas historias con desventuras.

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