Silbar en la bañera
La reciente crisis monetaria en Brasil es muy distinta a las vividas meses atrás en Asia. Se ajusta a un guión clásico. Cuando un país tiene un déficit presupuestario cercano al 8% del PIB y otro en la balanza de pagos del 4% -trasunto de una moneda sobrevaluada-, el espectro de la devaluación acecha tan pronto como el crecimiento económico mengua. Iniciados los ataques contra la moneda, el intento del Banco Central de defenderla elevando los tipos de interés aumentará la carga de la deuda pública y ensombrecerá el futuro del país. Arreciarán las críticas al Banco Central -tildado de "sadomonetarista", "enemigo del tejido industrial"...- y tan públicos dicterios anunciarán la devaluación. Es una historia conocida. Recuerda la sufrida por Rusia en agosto. Pero se asemeja todavía más -¡ojalá!- a la vivida en 1992 por la libra, la peseta y, sobre todo, la lira. Como ahora Brasil, Italia abandonó entonces la paridad de su moneda dentro del Sistema Monetario Europeo (SME) porque con su enorme deuda pública no podía permitirse unos tipos de interés desorbitados. Hay otras semejanzas graciosas: iniciada la crisis también un miércoles, Italia afirmó -como las autoridades brasileñas la semana pasada- que dejaría flotar su moneda "un fin de semana", tras el cual volvería al redil del SME (¡tardó cinco años!). Si alguna devaluación de la peseta fue para Felipe González un "realineamiento", la del real fue para Fernando Cardoso una simple "modificación técnica" de su banda de fluctuación.El real ha aguantado los embates sufridos hasta el miércoles pasado gracias a factores ausentes en la crisis de 1992. Entre ellos, el inequívoco apoyo financiero del Fondo Monetario Internacional, las bajadas de tipos de interés de la Reserva Federal en 1998 (¡el Bundesbank los subió en julio de 1992!), la convertibilidad parcial de la moneda brasileña y el aletargamiento de los fondos especulativos internacionales (hedge funds) tras la crisis del LTCM del año pasado. Pero la crisis estaba cantada, por más que por una mezcla de (irrefrenable) optimismo, (sana) prudencia y sentido de la oportunidad, el programa de ajuste que Brasil pactó con el Fondo el otoño pasado no la contemplara. No hay que pedir peras al olmo: jamás un programa de ajuste o de convergencia anunció una devaluación; como el amor (y los Gobiernos), la estabilidad futura de una moneda "es eterna, mientras dura".
Cuando hay muchas empresas y bancos endeudados en divisas -sobre todo a corto plazo-, una devaluación puede arrastrar a la quiebra a muchos deudores y provocar el caos económico. Ha sido lo ocurrido en Asia. Por fortuna, el endeudamiento en dólares en Brasil no es alto, lo que reducirá el desgarro financiero provocado por la devaluación del real. Así, como ocurrió también en la crisis del SME, al forzar al Gobierno brasileño a devaluar, los especuladores, además de lucrarse, beneficiaron al país. A pesar de su mala prensa, la especulación es en ocasiones benéfica. "Pues si la devaluación era tan conveniente ¿por qué no se decidió antes?", se preguntará alguno. Como lamentó Ortega (El error Berenguer), hay decisiones políticas inviables sin un "martirio previo".
Tras una devaluación suficiente ¿qué hacer con los tipos de interés? La receta ortodoxa es mantenerlos altos -menos que durante la crisis-, para contener las expectativas de inflación. El (difícil) arte está en, sin desafiar esa ortodoxia, mostrándose resuelto a mantener los tipos altos "todo el tiempo preciso", bajarlos luego, sin alharacas, tan pronto como sea posible. Para ello Brasil deberá intensificar el ajuste presupuestario. Si lo hace, la crisis del real tendrá un "efecto contagio" limitado, incluso en la vecina Argentina, en la que una devaluación sería mucho más traumática; los efectos nocivos de la devaluación del real serían pasajeros; y, como dicen que hizo el canciller del Tesoro británico tras "sacar" la libra esterlina del SME, el ministro de Hacienda brasileño podrá pronto silbar en la bañera.
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