Ni la mitad de un cuarto
Cuando el presidente se empeñó en identificarse con su muñeco de guiñol y anunció con su proverbial sentido del humor que a día de hoy no hay crisis y a día de mañana tampoco, ya era posible imaginar que, a día de pasado mañana, todo lo que iba a haber no llegaría ni a la mitad de un cuarto de crisis, que era lo que se despachaba en los tiempos del hambre. Porque lo que el presidente mostraba en aquella ocasión, y ratificaba en el segundo intento de mejorar a su doble de látex, era que en el manejo de las crisis iba también a superar la marca de rumores previos, dudas de última hora y, al final, nada, establecida por su predecesor; pues nada es que la ministra de Educación pase a presidir el Senado y que el coordinador general del partido se ocupe en adelante de las administraciones territoriales.Reajuste se llamaba a la figura de cambio ministerial cuando permaneciendo lo sustancial cambiaba lo accesorio. Pero llamar reajuste a este meneíto parece exagerado, pues aquí todo el mundo se queda, desde el decaído Vicepresidente, que deberá continuar su larga peregrinación benéfico-excursionista, confortando con su presencia a todas las víctimas de las catástrofes naturales y humanas, hasta los ministros que nunca lo fueron en plenitud de poder; los que se han visto una y otra vez desautorizados e incluso humillados por los acontecimientos o por sus superiores, como el de Fomento y la de Justicia. Ministros amortizados, condenados a esperar con paciencia el final de la legislatura hasta habitar definitivamente el olvido.
Que todos se queden es admirable, no ya por la expectación que el mismo presidente se encargó de suscitar cuando creyó hablar para el guiñol, sino porque la inminencia de un congreso del partido que celebrará exultante los frutos de la marcha al centro era la ocasión propicia para imprimir un nuevo impulso político al Gobierno. Puesto que el presidente ha decidido agotar la legislatura y puesto que va más que cumplida la mitad de ella, tomar nuevos aires, revocar aunque nada más fuera la fachada, habría significado que emprendía el último año de su primer mandato con renovado ímpetu político, con otras caras que infundieran otra sangre a este Gobierno a mitad languideciente. No ha sido así y la única explicación razonable es que el presidente no quiere que nos hagamos ilusiones con su nuevo rumbo político; que esto es todo lo que hay, ni más ni menos de lo que ya teníamos: con la mitad de un cuarto, como sabemos los mayores, no alcanza ni para desayunar. Pero ¿qué nos habíamos creído? ¿que aquí estamos para muchos cambios? Ropita, la puesta, y cuanto más dure, mejor, que no están los tiempos para despilfarros. Los que quieran cambiar que se vayan a otra parte, porque lo que es en casa Aznar, lo que priva es el trabajo, la constancia, la labor metódica y callada, el peso exacto, ni un gramo más, ni un gramo menos.
A esas armas ha fiado el presidente su futuro. Si no hubiera sido por el sistemático revés propinado un día tras otro por los sondeos de opinión, junto a esas preclaras virtudes de mando habría mantenido también la faz agresiva de la que su partido y su gobierno presumieron durante los dos primeros años de legislatura. La opinión ha corregido, sin embargo, lo que el corazón se negaba de buen grado a aceptar y, liberado del lastre de sus primeros comunicadores, nada mejor que culminar el cambio de aquel "se van a enterar" con la amable palmada de quien es por derecho propio la sonrisa popular. Para la retórica del giro al centro, quedándose el gobierno como y donde estaba, basta que la figura del más componedor de sus ministros se haga cargo en adelante del partido.
Y así, todos contentos: los que se quedan porque se quedan y los que se van porque también se quedan.
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