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García Gual recuerda cómo Borges "se identificó" con Ulises, "el eterno errante"

Carlos García Gual, especialista y divulgador de la mitología en España, recordó ayer cómo Jorge Luis Borges "se identificó" con Ulises, "el eterno errante, el hombre que va buscando algo más". García Gual participó ayer en la Diputación de Sevilla junto a los escritores Felipe Benítez Reyes y José María Conget en la segunda jornada del encuentro en torno a Borges. Estas jornadas literarias concluirán mañana.

El catedrático García Gual ha publicado libros que ya son clásicos en torno a los mitos. García Gual habló ayer sobre la relación de Borges con los mitos. El profesor destacó como "primer tema mítico" el del laberinto. "El laberinto puede ser el jardín de los senderos que se bifurcan, el desierto, el mar, una espiral... Todo el mundo es un laberinto", indicó el profesor. El segundo tema mítico en el que García Gual hizo hincapié es la figura de Homero, con el que Borges compartió la ceguera y al que dedicó dos cuentos, El inmortal y El hacedor. "A Borges no le gustaba La Iliada porque Aquiles le resultaba antipático. Siempre tuvo, en cambio, gran simpatía por La Odisea. El furor de Aquiles no le impresionaba demasiado; pero Ulises le parecía un personaje magnífico", explicó García Gual. "Homero es el autor más citado por Borges. Las menciones de Ulises son muchísimas", agregó. Con todo, el catedrático matizó que es, "sobre todo, el Ulises que Dante encuentra en uno de los círculos del infierno" el que más obsesionaba a Borges. El Ulises de Dante "perece en el mar tenebroso". "Ulises es para Borges dos cosas: el eterno errante, el hombre que va buscando algo más; pero también es el peregrino que tiene que volver a casa. Borges se identificó con Ulises", indicó García Gual. El profesor añadió otro nombre propio recurrente en la obra de Borges: Heráclito. "Para Borges, Heráclito de Éfeso es una figura más simbólica que mítica. Borges siempre lo cita en relación a un fragmento: "Todo fluye. No te puedes bañar dos veces en el mismo río". Para Borges, también cada ser humano es un río hecho de tiempo. Las aguas no son las mismas; pero tampoco nosotros somos los mismos", agregó García Gual. Las otras dos figuras recurrentes en Borges son Empédocles, que ha sido antes otros hombres y pájaro y arbusto, y Proteo, "que es como el mar, que adopta mil formas". "Borges dice que todos somos Proteo. Todos somos otros y todos somos los mismos", concluyó García Gual. A continuación, el poeta y novelista Benítez Reyes disertó sobre la relación del escritor argentino con los sueños. "Truman Capote decía que comprendía por qué los psicoanalistas cobraban tan caro. Capote decía que no hay cosa más aburrida que oír la narración de un sueño. Por contra, era costumbre en la familia de Borges contarse los sueños cada mañana. La primera mujer de Borges, que presumía de no soñar, interpretaba aquellas narraciones como un acto de sabotaje contra ella", comentó Benítez Reyes. Esta imbricación entre la vigilia y el sueño estaba, pues, patente incluso en la vida familiar del escritor argentino. El autor de la novela El novio del mundo evocó las pesadillas que sufría Borges. El escritor soñaba con que estaba "perdido en un laberinto" del que le resultaba imposible salir. Ese laberinto a veces se transmutaba en un Buenos Aires de calles desconocidas o en "un rascacielos que nunca llega al cielo". El sueño se fundía con el laberinto y con otra imagen borgiana: el espejo. "Borges decía que sus pesadillas eran las mismas: laberintos y espejos. Decía que bastan dos espejos opuestos para construir un laberinto", aseveró Benítez Reyes. "¿Y si las pesadillas fueran grietas del infierno? ¿Y si estuviéramos en ellas literalmente en el infierno? ¿Por qué no?", se preguntaba Borges", agregó Benítez Reyes. Conget intervino el último con un relato que intentaba dar claves de la intrincada relación de Borges con el amor. El relato de Conget narraba la apasionada fascinación de una mujer con la literatura de Borges. Esta pasión le llevaba a escudriñar la obra del argentino ante el escepticismo de un profesor que le decía: "El amor en Borges es como el cine en Góngora". La mujer se divorciaba de su marido, abandonaba su investigación universitaria y se quedaba sola, esperando en su casa la llegada de Borges desde el reino de la muerte. Al final, aclaraba que ella era Matilde Urbach, un personaje literario que obsesionó a Borges y le hizo arder en ese terreno fronterizo entre el sueño y la realidad que caracterizó su relación con muchas mujeres.

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