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Entrevista:

"Hombres y mujeres siguen sin entenderse"

Gilles Lipovetsky prosigue en su desmenuzamiento de las intrigas posmodernas. La mujer, la permanencia y revolución de la mujer, es su último objeto de conocimiento. La tercera mujer (Anagrama) llega de Francia cargado de iras. El feminismo radical le acusa de no haber entendido nada: la acusación es particularmente grave porque se trataría de no haber entendido un siglo entero, el siglo de las mujeres. Al pensamiento sixty -Pierre Bourdieu a la cabeza- le indigna que el ensayo no sepa reconocer los mecanismos de dominación masculina que hacen de la mujer, todavía, un ser diferente. Al margen de asentimientos o confrontaciones, el pensamiento de Lipovetsky es en este libro muy inequívoco: la igualdad entre hombres y mujeres no ha traído la disolución de las respectivas identidades. ¿Las pruebas?: el presente. Pregunta. Cita usted en su libro una encuesta realizada hace poco en Francia. A la pregunta de qué prefieren hacer las mujeres con un hombre, contestan que "hablar, reír y hacer el amor". Por este orden. Cuando les preguntan a los hombres qué prefieren hacer con una mujer, contestan que lo mismo, pero en orden inverso. ¿Es una metáfora de la relación contemporánea entre los sexos?

Respuesta. Por lo que respecta al amor, a las relaciones afectivas, no hay duda. Hombres y mujeres viven de manera muy diferente estos procesos. Las predicciones de los sesenta según las cuales hombres y mujeres iban a mantener una igualdad de comportamientos en este ámbito se han revelado como una completa ilusión. Observemos el rito de la seducción: ¿quién sigue dando el primer paso? No hay duda de que son los hombres. Algunas mujeres me lo discuten. Entonces, voy y les hago la pregunta directa: "¿Cómo lo haces tú?" "¡Ah!, no", me responden, "yo no, pero las otras sí". Las mujeres dan el primer paso sólo cuando conocen previamente al hombre. Pero son incapaces de abordar en un café o en una discoteca a un desconocido.

P. Al margen del amor, ¿hombres y mujeres quieren lo mismo, pero distinto, en otros ámbitos?

R. Sí. El poder, por ejemplo. Es verdad que la mujer también lucha por él. Pero para ella no es un objetivo en sí mismo. Para el hombre sí lo es.

P. Hummm...

R. Mire, en el libro transcribo los resultados de una encuesta hecha recientemente a universitarios franceses en torno a los 23 años. Les preguntan cómo se ven en el futuro. Los chicos se ven hechos unos generales, dirigiendo empresas, triunfando en la política, en el arte... La mayoría de las mujeres se ven con un hijo en los brazos y cuidando de la familia.

P. ¿Y ése no es el ejercicio de un poder clave?

R. ¡Claro que sí! Precisamente es una de las tesis centrales de mi libro. Yo me opongo al feminismo cuando dice que la mujer que se ocupa de la familia es una esclava. A grandes rasgos hay dos interpretaciones para explicar que la mujer se ocupe de la familia. Una es la del eterno femenino: la mujer lo lleva dentro y lo llevará siempre porque es algo esencial, inmutable. Falsa: la historia demuestra que la mujer cambia. La otra dice que la mujer en la domesticidad es una imposición masculina. Falsa: la mujer en este siglo ha hecho trizas dos códigos importantísimos: el de la virginidad y, justamente, el que de forma inexorable asociaba la domesticidad a lo femenino. Esto prueba que cuando la mujer se siente oprimida, rompe con la opresión. Es curioso, volviendo a lo de antes, que no haya roto con la opresión que supone ser seducida.

P. ¿Cómo va a romper? Si es comodísimo.

R. Ja, ja. ¡Naturalmente! La mujer elige. Si se ocupa de la familia es porque quiere. Y porque hay poder, como decíamos. Esto es indudable. La mujer de finales del siglo, la mujer indeterminada, como yo la llamo, tiene una característica: puede conducir su vida. Puede casarse, puede no hacerlo, puede tener hijos, puede no tenerlos, puede trabajar fuera o hacerlo en casa. Puede. Es la gran revolución.

P. Esta revolución ¿ha traído un mejor entendimiento recíproco entre hombres y mujeres?

R. Éste es un asunto muy especial. ¿Qué decían los sixties? Que la aproximación de derechos entre hombres y mujeres, que esta convergencia, iba a procurar que hombres y mujeres se entendieran mejor. Pues no. A partir de cierta edad, los hombres no comprenden a las mujeres ni al revés. Unas no entienden que el hombre se pegue a la televisión mirando el Mundial de fútbol y los hombres no entienden la anorexia. La profecía sixty no se ha cumplido: los hombres y las mujeres se han aproximado, pero siguen sin entenderse.

P. ¿Y dónde está la explicación?

R. Yo no sé dónde está la explicación.

P. ¿Genética, cultural?

R. ¡Ah!, en esa llaga no he querido meter el dedo. Hay aspectos donde hombres y mujeres presentan unas lejanías muy drásticas. La violencia, por ejemplo. La violencia física. La mujer no es un ser violento ¿Es cultural, es el hecho de llevar un hijo dentro? La mayor parte de las realidades son culturales, pero muchas motivaciones son genéticas. No lo sé. Yo sólo he querido describir la vida entre los sexos tal como la veo.

"La mujer necesita admirar para amar"

Pregunta. ¿El siglo de las mujeres qué habrá supuesto, sobre todo, en la historia humana? Respuesta. El asunto clave es la creatividad. La incorporación al trabajo, a la dinámica de la creación y del saber, ¡de la mitad de la población! es un fenómeno completamente turbador, importantísimo. ¿Se imagina las consecuencias que todo esto traerá en el futuro en términos de creatividad? Es formidable y nadie lo había previsto.

P. En su libro niega la posibilidad de que el hombre esté atravesando una crisis de identidad. Dice, concretamente, que este asunto es pura literatura...

R. Sí, sí, es literatura...

P. Es curioso que muchos filósofos, para no decir mentira, digan literario.

R. ¿Qué quiere? Yo sólo veo la crisis del macho en las novelas.

P. Debe de ser por cuestiones de mercado.

R. ¡Ah, sí, ja, ja! Es verdad que el público de las novelas es básicamente femenino. Halagan a su dueño. Pero no, no hay crisis por ninguna parte. El hombre anda con paso firme en los deportes, en los negocios, en la política... Todo esto responde a una frase famosa, y muy desafortunada, de Aragon cuando decía que "la mujer es el futuro del hombre". Es una frase ridícula.

P. Argumentan que en lo íntimo el hombre no sabe quién es.

R. Según las encuestas, lo que más provoca el deseo de una mujer es la admiración. La mujer necesita admirar para amar. Al hombre no le pasa lo mismo, por cierto....

P. Tal vez los que hablan de crisis sostengan la hipótesis de que ya no hay nada que admirar.

R. Sí, es lo que dicen, pero el fenómeno de la seducción no descansa y las mujeres siguen con la necesidad de admirar, en primer plano.

P. ¿Ha aumentado la competición entre las mujeres?

R. Mi impresión es la contraria. Las mujeres ya no se definen sólo por los hombres. Así, el mito de Blancanieves, el terrible mito del espejito mágico, tiene menos razón de ser.

P. Citaba usted antes la frase de Aragon para negarla, pero lo cierto es que los coches tienen cada vez más turgencias.

R. ¡Ah, sí, claro, claro! Y los hombres utilizan cada vez más afeites. Nada de nada: hombres y mujeres se limitan a prestarse cosas. Vaya a los aeropuertos, fíjese en las mujeres en viaje de negocios, en sus trajes, su mirada.

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