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Riesgos en la travesía

JAVIER UGARTE El pasado día 7 estrenamos Gobierno en Euskadi. Y contra lo que dijo un inane periodista en la entrevista al lehendakari de ese día en ETB, somos muchos los que le damos un margen de confianza. Sus declaraciones fueron un tanto genéricas pero correctas (lo que no puede decirse de los entrevistadores). Pero con margen o sin él, Ibarretxe deberá hacer frente a un tiempo nuevo (quiera o no quiera finalmente ETA), una travesía cuyos riesgos son muchos y en el que el horizonte está velado. En primer lugar, coincido con lo dicho por el lehendakari en relación a la actual situación que él calificó de "ilusionante" y yo llamaría esperanzada. Pero, quien no quiera engañarse sabe que esta esperanza no proviene de Lizarra sino de la confianza en un cese definitivo de la violencia. Hay entre nosotros quien ve con buenos ojos la independencia y quien la ve con malos; quien es autonomista y quien no es nada. Pero a muy pocos ilusiona hoy un nuevo amanecer con una Euskadi lituana: no soluciona problemas y nunca se le ha propuesto seriamente. Lizarra vive de una esperanza vicaria y perversa que procede de la amenaza de ETA, pues se la ha presentado como la única vía para alcanzar la "paz". Lo que la sociedad vasca demanda realmente es un cambio hacia la prosperidad y el sosiego; hacia un clima de concordia, estabilidad, libertad y eficacia en el marco de Europa. "Paz y progreso", resumió el lehendakari. Correcto. Ahora le resta, si realmente cree en ello, arrastrar a su partido -a todo él- hacia ese programa. Si lo logra, prestigiará la institución y ganaremos los ciudadanos. En segundo lugar -paradojas de la vida-, debe saberse que la única institución que ha surgido del "ámbito vasco de decisión" (y a lo que se opuso HB) es el Estatuto de Gernika. Debe saberse y asumir que no es un corsé coactivo "español" como se difunde hoy, sino un punto de equilibrio entre los propios vascos. El "problema político de fondo" para el conjunto de la sociedad vasca (más allá de los nacionalistas) no es su encaje o no en la Constitución, sino alcanzar un nuevo consenso superior al Estatuto. Y, si eso no es posible (y hoy no lo es ni en la CAV; para qué hablar de Navarra), trabajar lealmente con él. Ibarretxe no puede completar el desarrollo autonómico (prioridad de su Gobierno según Zenarruzabeitia) apoyándose en dos partidos que sostienen francamente que se trata de un marco superado, y en otro que lo rechaza frontalmente. Deberá resolver esa contradicción si quiere ser algo más que un gobierno de gestión o marioneta en manos del EBB. En tercer lugar (poco que decir sobre esto que no se haya dicho ya), deben desaparecer, no ya esos restos de violencia que hoy padecemos, sino la propia cultura violenta que aún hoy difunde el mismo Otegi cuando dice entender esas reacciones mientras existan problemas como el de los presos (y mañana será el euskera y pasado el repertorio de la Sinfónica de Euskadi). Urge difundir un espíritu cívico, una estructura moral, que afiance una cultura democrática basada en la memoria y el rechazo de la violencia totalitaria (hoy que aún la tenemos reciente). Y, en cuarto lugar, habrá de embridar al caballo de la política cínica que hoy representan Arzalluz y Egibar (posición extrema de una larga tradición en el PNV): una política oscura, de negociaciones secretas y personales, fraudulenta, ajena a las instituciones, planificada como una larga conspiración. Una política que alcanza su paroxismo cuando con seriedad provinciana Egibar asegura que en el 2004 "cumpliremos las condiciones de Maastricht", etc. -que sería de risa si no generara tanta inestabilidad para el país-. Y lo habrá de hacer porque está desvirtuando el escenario público, haciendo perder crédito a la política y a las instituciones, y deslegitimando el propio papel del lehendakari (a quien parecen ignorar en sus cálculos). Ibarretxe deberá armarse de un idealismo tan activo como práctico para hacer de éste un país amable e interesante para propios y extraños. Le deseo lo mejor.

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