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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Invierno en Kosovo

NADIE PODÍA esperar que el compromiso de alto el fuego logrado, bajo intensa presión de la OTAN, entre el régimen de Belgrado y el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) se prolongara más allá de la primavera. Su principal objetivo era evitar una inmensa tragedia humanitaria que amenazaba ser inminente con la llegada del duro invierno balcánico cuando la tregua se produjo en octubre. En cierta medida ha sido un éxito, porque la paralización transitoria de los combates permitió a decenas de miles de albaneses kosovares regresar a sus hogares o al menos a las ruinas de los mismos y tener acceso a la ayuda humanitaria.Pero aquel acuerdo, impuesto por la amenaza de la OTAN al presidente yugoslavo, Slobodan Milosevic, no solucionaba ninguna de las cuestiones básicas del conflicto y era fácil prever que, a más tardar en primavera, se reanudarían las hostilidades. Ha sido antes. La ofensiva artillera serbia de hace una semana, los diversos atentados por ambas partes y el secuestro de nueve soldados serbios son claros indicios de que un nuevo estallido bélico puede producirse.

Instar a negociaciones entre las partes es siempre una buena intención, pero nadie debiera llamarse a engaño sobre las posibilidades reales de la buena fe en un conflicto en el que está implicado alguien como Milosevic y en el que sus enemigos se han ido acoplando a sus métodos de lucha mucho más rápidamente que los mediadores y observadores internacionales.

Ahora, con Washington obsesionado con Irak y el proceso de destitución de Clinton, Milosevic parece considerar de nuevo que tiene margen para seguir con sus intenciones: llevar a Kosovo la limpieza étnica que ya aplicó en Bosnia. Y en Kosovo, donde un 90% de albaneses convivía con apenas un 10% de serbios, Milosevic considera que tiene mucho más que limpiar. Por eso, a nadie puede sorprender que el comandante de las fuerzas norteamericanas en Europa, William Clark, revele ahora que el líder serbio ha vuelto a violar sus acuerdos y ha desplegado de nuevo en Kosovo gran parte de las fuerzas que retiró bajo la amenaza de intervención de la OTAN. Como tampoco es sorprendente que las fuerzas guerrilleras albanesas, cada vez más organizadas y estructuradas como ejército, hayan reanudado sus acciones contra las fuerzas de la milicia serbia.

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La situación es muy grave y parece condenada a convertirse en una guerra abierta en un futuro próximo. La OTAN lo sabe y el Consejo Atlántico dedicó toda su primera reunión del año a esta cuestión. Todos parecen ya conscientes de que la presencia de observadores de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) pueden limitar disputas localmente, pero no impedir la escalada general una vez que las partes en conflicto crean llegado el momento de emprenderla.

El conflicto puede quedar fuera de control en cualquier momento y arrastrar a la guerra a gran parte de la región balcánica. Es, por tanto, imprescindible advertir a Slobodan Milosevic de que la OTAN reaccionará con contundencia si el líder serbio intenta de nuevo burlar a la comunidad internacional. Y es imprescindible que estas advertencias sean creíbles. Para ello, probablemente habrá que darle al máximo responsable de la tragedia balcánica un plazo para retirarse y hacer a los kosovares una oferta razonable de autonomía que sirva de base negociadora. Una vez cumplido el plazo, si Milosevic no cede, habrá que dejarle sentir lo hastiada que está la comunidad internacional de su sistemático desprecio hacia los valores democráticos. La experiencia de la última década indica que no hay otro camino.

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