El irresistible hechizo de un instante
La década prodigiosa de la violonchelista Jacqueline du Pré (Oxford, 1945-Londres, 1987) transcurre en la década de los sesenta y comienzos de la de los setenta. De esos años se conservan sus mejores recuerdos discográficos. No son excesivamente numerosos, pero al menos ayudan a mantener viva la memoria. Raro es el apunte biográfico de Jacqueline du Pré que no destaca su formación básica en la escuela Guildhall de Londres y sus estudios posteriores en París con Tortelier, en Suiza con Casals y en Moscú con Rostropóvich. Pinchas Zuckerman definía su sonido como sensual y apreciaba su musicalidad instintiva; Zubin Mehta admiraba su concentración, su intuición, su control, su imaginación y el carisma que despertaba; Plácido Domingo se sentía hipnotizado ante su presencia, y hasta el mismísimo Yehudi Menuhin se deshacía en elogios ante su forma de sentir la música.
Jacqueline du Pré poseía un Stradivarius de 1712, que pasó tras su muerte a manos de Yo-Yo Ma. Michel Cresta definió en Le Monde de la Musique su manera de tocar como "un arte del instante", destacando el particular equilibrio sobre una cuerda allá arriba en la luz que mantenía la artista.
En 1967 se casó con Daniel Barenboim. Dejaron para la historia discográfica unos Beethoven y unos Brahms llenos de talento, imaginación y vitalidad por todos los costados. Con Barbirolli, Jacqueline du Pré grabó el Concierto para violonchelo, opus 85, de Elgar. No existe actualmente ningún testimonio grabado de las suites para violonchelo de Johann Sebastian Bach.
Una esclerosis de placas interrumpió su carrera, pero su fascinación permanece e incluso ha aumentado con el paso del tiempo. Jacqueline du Pré es una leyenda. Basta con escuchar cómo interpreta la Sonata para violonchelo y piano, opus 99, de Brahms (con Daniel Barenboim, claro), para comprender las razones y sinrazones de su irresistible hechizo.
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