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La presidencia de Clinton entra en una fase peligrosa al comenzar el juicio en el Senado

La gravedad y solemnidad con la que el Senado de EEUU comenzó ayer el juicio a Bill Clinton introdujo una nueva dimensión en el caso Lewinsky. Lejos quedan las épocas de las revelaciones periodísticas escandalosas, la campaña de la Casa Blanca contra la polémica investigación del fiscal Kenneth Starr e incluso los agrios debates partidistas en la Cámara de Representantes. Al tomar ayer el asunto entre sus manos con decimonónico ceremonial republicano, el Senado despertó al país y le recordó la gravedad de la situación: un presidente se sienta en el banquillo de los acusados por primera vez en 130 años.

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Anoche, seguía sin saberse cómo será, cuánto durará y cómo concluirá el juicio, pero desde horas antes ya estaba en marcha. Comenzó con el desplazamiento en procesión por el interior del Capitolio de Henry Hyde y los otros 12 congresistas encargados por la Cámara de Representantes de sostener ante el Senado las acusaciones de perjurio y obstrucción a la justicia contra el presidente. Los 13 acusadores fueron desde la Cámara de Representantes al Senado y al entrar en este último hemiciclo, abarrotado como nunca, el Sargento de Armas dijo: "Escuchen, escuchen, escuchen, todas las personas presentes están obligadas a guardar silencio bajo pena de prisión".En medio de un silencio sepulcral, Hyde leyó los dos artículos del impeachment de Clinton. "William Jefferson Clinton", concluyó, "ha minado la integridad de su cargo, ha aportado bochorno a la presidencia, ha traicionado la confianza como presidente en él depositada y ha actuado de manera subversiva para la primacía de la ley y la justicia, con manifiesto daño para el pueblo de EEUU". Por eso, Hyde, en nombre de la Cámara de Representantes, pidió al Senado que juzgara de inmediato para su destitución al presidente de la nación y líder de la única potencia imperial de este fin de milenio.

Manos a la obra

El Senado puso de inmediato manos a la obra. Escoltado por tres senadores republicanos y otros tantos demócratas, en el hemiciclo compareció William Rehnquist, presidente del Tribunal Supremo, que vestía una toga negra con galones dorados en las mangas. El miembro más veterano del Senado, Strom Thurmond, de 96 años, tomó juramento a Rehnquist, que, de acuerdo con la Constitución, preside el juicio del titular de la Casa Blanca. "¿Jura solemnemente que en todo las cosas relativas al juicio para la destitución de William Jefferson Clinton actuará con justicia imparcial de acuerdo con la Constitución y las leyes, y que Dios le ayude?", preguntó Thurmond. "Lo juro", contestó el presidente del Supremo. A continuación, Rehnquist tomó un juramento de contenido semejante a los 100 senadores presentes, 55 republicanos y 45 demócratas. Levantaron sus manos derechas al unísono y luego, uno por uno, firmaron en un libro de juramentos. El Senado les regaló el bolígrafo de su firma como recuerdo de esta ocasión histórica.

Este ceremonial reprodujo el único precedente existente, el del juicio del presidente Andrew Johnson en 1868. Con una diferencia, la televisión no existía entonces y ahora sí. Todas las cadenas televisivas de noticias transmitieron en directo el comienzo del juicio del presidente, llevando a los estadounidenses la sensación de hecho histórico.

Si el caso Lewinsky comenzó y se desarrolló en buena parte como un culebrón, desde ayer ha entrado en una fase de extraordinaria gravedad al poner el presente y futuro del político más poderoso del planeta entre las manos de un organismo, el Senado, que se precia de no dejarse llevar por consideraciones partidistas o de opinión. La intención de los acusadores es que ante esa Cámara legislativa convertida ahora en tribunal comparezcan los principales testigos del caso, incluida la propia Monica Lewinsky. Esa comparecencia prolongaría durante semanas el juicio y sería muy peligrosa para Clinton.

Las formalidades del juramento recordaron que es, precisamente por violarlo, por lo que Clinton se sienta en el banquillo de los acusados. El juramento es un asunto muy serio en EEUU y su violación puede llevar a cualquiera a dar con sus huesos en la cárcel. Una vez recordado ese principio, Trent Lott, líder de la mayoría republicana, reiteró su deseo de encontrar "una fórmula bipartidista" sobre el desarrollo del juicio. Hoy a las nueve y media de la mañana (hora local) está previsto que hagan el último esfuerzo para alcanzarla. Si no lo logran, votarán una propuesta demócrata y otra republicana.

Pero el guión que despertaba más consenso prevé que el juicio termine a mediados de febrero, y no en cuestión de una o dos semanas como desean tanto la Casa Blanca como los demócratas. La acusación tendría toda la semana próxima para exponer sus argumentos; la respuesta de la Casa Blanca comenzaría el día 19, tras el largo fin de semana consagrado al recuerdo de Martin Luther King. El resto, incluida la presencia de testigos, seguía en el limbo.

El 42º presidente de EEUU guardó silencio personal en esta jornada en la que, aunque no físicamente, se sentó en el banquillo de los acusados. Pero su portavoz, Joe Lockhart, informó que, a fin de evitar la presencia de testigos, Clinton y sus abogados estarían dispuestos a dar como ciertos muchos de los hechos recogidos en el informe al Congreso del fiscal Starr. "Aunque no creemos que todos sean fidedignos, estamos dispuestos a no discutirlos durante el juicio", dijo Lockhart.

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