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El túnel

La Nochevieja fue un agujero negro en el túnel de Guadarrama, los ocupantes de 400 vehículos atrapados en su interior vivieron una legítima odisea, las inclemencias meteorológicas y las incompetencias atávicas. Los dioses coléricos y los hombres estúpidos se empeñaron en hacer un infierno de su retorno a Ítaca para celebrar en la ínsula familiar el báquico ritual de las uvas. La naturaleza también tiene su mala uva y frecuentemente abomina de la sabiduría que los necios le atribuyen; no es sabia, aunque así la adjetivara un sabio que, admirado por alguna maravillosa peculiaridad de su mecanismo, cometió el torpe desliz de generalizar. La naturaleza no es sabia, pero sí poderosa, y de vez en cuando le gusta ejercer su poder y azotar a sus esclavos, que dicen adorarla, pero que continuamente la contradicen con sus propósitos y despropósitos. Los cautivos del túnel confiaron en el poder de sus máquinas para imponerse a los designios de la naturaleza, y lo que es peor, confiaron en las presuntas capacidades técnicas de los humanos responsables de una autopista de peaje, orgullosa obra de la ingeniería terrícola, admirable obra pública de ejemplar rentabilidad para sus propietarios privados, que fue amortizada hasta el exceso por sus usuarios hasta que una privatización de tapadillo amplió sine die los plazos de la graciosa concesión, dejando el pingüe negocio en manos de la empresa concesionaria.

El ministro de Fomento (Fomento Empresarial de Privatizaciones y Contratas) es un firme partidario de las autopistas de peaje frente a las autovías estatales y gratuitas, paradoja tal vez justificable por la desconfianza que experimenta ante la capacidad de su Gobierno para servir al Estado construyendo buenas carreteras gratuitas y fiables.

La catástrofe de Nochevieja en la A-6 es un magnífico argumento en contra de la pretensión de Fomento de prolongar hasta Segovia la autopista de peaje. Humillados y ofendidos, los cautivos del 31-D tuvieron que pasar por las horcas caudinas del peaje y abonar 410 pesetas a los responsables humanos de su odisea, que con el cobro manual de su inaudito impuesto prolongaron aún más la retención de los usuarios de este servicio privado.

No sé si a estas alturas se estará formando ya una asociación de afectados por el síndrome del Guadarrama, pero resulta confortador comprobar la capacidad de aguante de unos ciudadanos, por su estirpe tildados de belicosos, que soportaron impávidos, más bien gélidos, el expolio que culminaba su tragedia navideña.

Para muchos aún no había finalizado el sufrimiento, algunos estuvieron a punto de perderse en el último y bien conocido tramo del camino cuando no vieron parpadear en el horizonte las luces familiares de sus pueblos segovianos. No las difuminaba la niebla, no las velaba el manto de la nevada que había borrado hasta el último trazo del asfalto y que les obligaba a guiarse por el instinto; simplemente se habían apagado por una avería del tendido eléctrico producida por una maléfica interacción de la naturaleza.

Con la nieve y la ventisca, algunos árboles se habían quebrado y caído sobre los cables de alta tensión. La culpa era de los árboles, que siempre obstaculizan el avance del progreso; la culpa estaba en el viento, y en la nieve, que dificultaron el acceso de los equipos de reparación a las líneas cortadas. Tal vez las compañías eléctricas implicadas en el desaguisado no tengan problemas a la hora de pagar las indemnizaciones a los afectados gracias al billón y pico de pesetas que el Gobierno acaba de concederles a nuestra costa para que compitan en el mercado libre, pero autopista no hay más que una y, al parecer, no goza de muy buena situación económica; si no, resulta difícil explicarse este oprobioso cobro del peaje del 31, realizado con premeditación, nocturnidad y alevosía sobre unos infelices que habían soportado más de cuatro horas de encierro entre los gases de sus vehículos, al borde de la asfixia y del ataque de nervios.

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Una vez más, los equipos de emergencia públicos y privados destinados a luchar contra las inclemencias meteorológicas no pudieron actuar a causa de las inclemencias meteorológicas, y una vez más sufrieron los usuarios las consecuencias mientras los culpables se envolvían en la impoluta y caprichosa coartada de la nieve.

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