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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Esperanzas y presagios

SIGUIENDO PASO a paso el guión previsto -que incluía un cierto suspense artificial sobre el apoyo de Euskal Herritarrok (EH)-, Juan José Ibarretxe, candidato del PNV, fue designado ayer lehendakari por el Parlamento vasco. Ibarretxe será el tercer lehendakari después de la aprobación del Estatuto de Gernika y gobernará con un equipo totalmente nacionalista, con la colaboración, a través del pacto firmado el sábado pasado en Vitoria, de Eusko Alkartasuna (EA) y el apoyo, menos explícito pero visible, de EH. El nuevo lehendakari se enfrenta a una situación radicalmente distinta de la de sus antecesores. El terrorismo de ETA ha desaparecido, al menos por el momento, del mapa político, y ha sido sustituido ventajosamente para la democracia por un difícil proceso de paz que debe ser gestionado con extrema delicadeza; y los que antes eran brazo político armado de la estrategia terrorista (Herri Batasuna) son hoy los aliados políticos (EH) del partido que gobierna.No es de extrañar que Ibarretxe, en su discurso de investidura ante el Parlamento vasco, destacase como objetivos fundamentales de la legislatura la consolidación del proceso de paz en Euskadi, para lo que propone abrir un proceso de diálogo con todas las fuerzas políticas "sin exclusiones ni límites", y el aumento del empleo, como pieza fundamental de integración de las piezas sociales más susceptibles de generar violencia callejera. Con todo, el discurso del candidato investido pecó de grandes dosis de generalidad e indefinición; aclaró menos que el programa electoral del PNV.

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No es posible pasar por alto la polarización nacionalista del nuevo Gobierno vasco, ni su dependencia de una fuerza política que hasta ahora ha defendido posiciones violentas y antidemocráticas. No se trata de cuestionar la legitimidad del Ejecutivo, sino de recordar que los presagios expuestos por la oposición no nacionalista tienen muchos puntos de razón. No basta con pedir a los partidos políticos que "no trasladen a la sociedad un clima de división que no existe", porque la propia conformación del Ejecutivo vasco es un mensaje de división, proclamado por su carácter exclusivamente nacionalista. Tampoco es posible aceptar sin más el concepto de ámbito vasco de decisión mientras no se sepa con exactitud el coste político de cada decisión o, en todo caso, no responda a un pacto estricto con el Gobierno de todos los ciudadanos.

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De todo lo anterior se deduce que los temores que suscita el proyecto hipernacionalista que pilotará Ibarretxe están fundados. Estamos ante un producto previamente condicionado por el Pacto de Lizarra y deudor de su filosofía política, que implica aumentar el grado de nacionalismo, de aislamiento y de fijación étnica en perjuicio de la apertura y el intercambio vital. Solamente esos ingredientes propios de un nacionalismo no matizado implican un riesgo por sí mismos. No es difícil predecir que aumentarán las dificultades de interlocución con los partidos estatales, como se puso de manifiesto ayer en la agria diatriba que mantuvo el portavoz del PNV, Joseba Egibar (su intervención contrastó tanto con el tono de Ibarretxe que, de nuevo, hubo la sensación de que existen dos PNV), y su manifiesta incapacidad de acercamiento al PP y al PSOE; que las claves de entendimiento con el Gobierno central deberán ser recompuestas sin que existan herramientas políticas para ello y que una parte de la sociedad vasca esperará con recelo las primeras decisiones del Ejecutivo. Tampoco hay que rendirse al pesimismo. La prudencia exige que sea razonablemente juzgado por sus decisiones; y la elegancia, que se le desee la suerte que merece, sin apriorismos.

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