Slobo se "sadamiza"
Todo el mundo está muy ocupado durante estas fechas tan señaladas. Los más afortunados celebran las Navidades; los cooperantes ayudan en Centroamérica; Bill Clinton bombardea a los iraquíes, siempre bombardeados por Sadam Husein; los republicanos bombardean a Clinton; los europeos se regocijan con la moneda única y los rusos redescubren su entusiasmo por los pogromos contra los judíos como consuelo ante la depresión y la penuria que padecen.Tan sólo Slobodan Milosevic parece tener tiempo de hacer varias cosas a la vez. En los últimos meses ha aplicado algunas de las pocas medidas que aún quedaban pendientes para hacer de Serbia un país nacionalsocialista de manual. Y de paso se ha permitido molestar un poco durante las Navidades católicas con una pequeña ofensiva en Kosovo, eso sí, con armas pesadas para dejar claro que violaba todas las condiciones del alto el fuego impuesto en octubre, como si necesitara demostrar de vez en cuando su capacidad de tomar el pelo a la comunidad internacional.
En enero, durante las Navidades ortodoxas, posiblemente lance otra ofensiva contra unos cuantos pueblos albaneses, mate a unos cuantos civiles o "terroristas", destruya más casas y desplace a más gente, esta vez como celebración de fecha tan señalada.
Pero con ser triste que el último sátrapa de los Balcanes se ría impunemente una y otra vez de la comunidad internacional, esto ya no resulta ninguna novedad y a nadie puede sorprender. Bastante más significativo es lo que está sucediendo en Serbia ante la indiferencia exterior y la impotencia de los divididos, aislados e intimidados sectores democráticos que aún quedan en aquella maltratada sociedad.
Milosevic parece haber concluido que no necesita ya las caretas a las que ha recurrido durante los últimos años. Si en 1989 utilizó a Kosovo para iniciar su ofensiva de conquista de la hegemonía étnica en Yugoslavia que llevó a la destrucción de aquel Estado federal, ahora utiliza la guerra en la provincia de mayoría albanesa para imponer en la práctica un permanente estado de sitio a la población serbia.
Los escasos periódicos independientes han sido clausurados. La universidad, último bastión de cierta resistencia y pensamiento europeísta y democrático, ha sido tomada por los comisarios de esa perfecta simbiosis de fascismo, ultranacionalismo y paleocomunismo que Milosevic ha logrado anclar firmemente en el poder.
Y finalmente, se ha sentido lo suficientemente fuerte como para dar el golpe de gracia al único estamento del que aún podía temer algo que es el Ejército. Desde hace una década viene armando a la milicia con armas pesadas y haciendo de ella un Ejército propio al estilo de la guardia republicana iraquí, en la que prima la lealtad a su persona. Ahora ha decapitado al Ejército regular de los mandos que pudieran interpretar por sí mismos los intereses nacionales y considerarlos no idénticos, o incluso opuestos, a los intereses del gran líder.
En Washington han llegado recientemente a la gran conclusión de que Milosevic es el problema en los Balcanes. ¡Bendita perspicacia la suya! Pero la Administración norteamericana tiene hoy otros problemas que considera mayores. Y los europeos no parecen ver otro remedio que adaptarse a convivir en el continente con un régimen nazi.
Pero tener por inquilino a un criminal vocacional suele ser peligroso, aunque se le tenga encerrado en el cuarto de los trastos. A la mínima se escapa y suele causar muy graves disgustos.
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