Adam del Monte lleva el eco de la guitarra flamenca al pentagrama
Estrena un concierto sinfónico en Boston y presenta su primer disco
Cada vez está más claro que el flamenco no entiende de fronteras, razas ni banderas. Judío originario de Rumania, Adam del Monte se ha criado entre los tablaos españoles y los conservatorios ingleses e israelíes; vive en Los Ángeles desde hace cinco años y es el último ejemplo del creciente aliento universal de lo jondo. Viaje a un nuevo mundo, su primer e impactante disco (Sonifolk), refleja en mil matices toda la impura pureza del flamenco. La técnica imaginativa de Del Monte suena clásica y oriental, alegre y honda, jazzera... Y en febrero estrenará en Boston un concierto sinfónico.
Adam del Monte podría pasar sin problemas por un judío ortodoxo, con esos ricillos y esa barba de manual, pero nada más alejado del fundamentalismo que la actitud vital y artística de este joven de 22 años, virtuoso de los dedos y los idiomas: habla en hebreo con su padre; en inglés- andaluz con sus dos hijos, y en spanglish con su mujer, la bailaora californiana Laila del Monte.
El tocaor no suelta la guitarra en toda la entrevista, mientras habla con pasión del estreno, el próximo 12 de febrero en Boston, de su Concierto flamenco para guitarra y orquesta y enseña el tocho enorme de partituras que ha escrito: "Es muy difícil meter el flamenco en un pentagrama", explica riendo. "A veces, para meter un solo compás te tiras dos horas. El flamenco es una música oral, no limitada por el papel y la analítica. Está llena de conceptos muy sutiles, de matices... Bruckner o Mahler se pueden parecer algo, pero el aire, el duende, el soniquete, eso es casi imposible de reproducir".
Dividida en tres movimientos clásicos (soleá, siguiriya y bulería), la obra dura 34 minutos e intenta coger lo mejor de cada cosa, dice Del Monte. "El poder y la fuerza de la orquesta y el sabor del flamenco. He intentado escribirlo claro, pero me temo que cuando empecemos a ensayar habrá problemas con los profesores".
Aprendizaje
Y no es que a Del Monte le falte base para componer. Desde muy niño, el hijo del cimbalista, flamenco Dino del Monte ha combinado el aprendizaje escolástico de la guitarra clásica (en la Royal College de Manchester, la Whatford School y Jerusalem), con los mejores cursillos nocturnos de las cuevas flamencas del Sacromonte o Madrid, al lado de maestros como Pepe Habichuela o Gerardo Núñez, más alguna actuación aislada acompañando a cantaores (tocó para Morente en el Teatro Real).
Ahora, la balanza parece inclinada hacia el flamenco. "Primero está el flamenco; luego, Dios, y después, el resto del mundo".
En Estados Unidos se le reconoce como un intérprete capaz de mantener muy alto el listón en los dos campos. A principios de año, ganó el prestigioso con curso de clásica Stotsenberg, y hace ya tres que actúa con su grupo, Flamenco Fusión, por teatros y universidades de todo el país. "Allí hay cada vez más interés por el flamenco. Hay mercado, público y educación. Van más yanquis que hispanos, pero cuando van los hispanos se vuelven locos. Los sajones lo ven como una cultura muy rica, como una tradición en movimiento. Por Paco de Lucía sobre todo, saben que es una música que ha cogido cosas del jazz, de la clásica, de todas partes, y que las ha asimilado muy bien. Y el público siente mucha curiosidad. Tanta, que si tocas y no explicas lo que haces, aunque hayas estado bien no les gusta".
Pero hace falta mucha reflexión para seguir innovando, dice Del Monte. "El eco que inventaron Paco de Lucía y Camarón está agotado. Paco es capaz de dar a luz cosas brillantes, concebidas por encima de sus limitaciones. Pero la guitarra no puede andar sola. El alma del flamenco es el cante, y el cante va a evolucionar con la guitarra, pero la guitarra necesita alma para aterrizar. Aunque hagas armonías nuevas, cuenta más la expresión, la fidelidad espiritual. Y eso lo da el cante, porque es la raíz, la mano más grande hacia el pasado".
Babelia
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