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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La mujer del César

SER MÁS blanco que el blanco tiene su precio. El primer ministro británico, Tony Blair, acaba de pagarlo perdiendo a su mano derecha política, Peter Mandelson, dimitido como ministro de Industria y Comercio tras revelarse que no había declarado, como es obligatorio, un préstamo hipotecario (90 millones de pesetas) hecho hace dos años en condiciones muy favorables por su amigo y más tarde colega en el Gobierno, el millonario Geoffrey Robinson, que también renunció el miércoles. Los hechos no ocultan un comportamiento delictivo, sino -y es lo aleccionador- la mera apariencia de deshonestidad en un miembro del Gabinete. Blair llegó al poder prometiendo a los británicos una Administración libre de los escándalos de todo tipo que minaron los Gobiernos conservadores precedentes. Y ha impuesto a sus diputados un estricto código ético.Mandelson -la eminencia gris detrás del triunfo laborista en 1997, después de casi veinte años de ostracismo- cometió un grave error de juicio ocultando su vínculo financiero con el viceministro del Tesoro, que además estaba siendo investigado por el Ministerio de Comercio (cuyo titular era Mandelson) por presuntas irregularidades en sus negocios en el extranjero. Más inexplicable todavía si se considera que el príncipe de las tinieblas, como se le denominaba por su secretismo, se caracterizaba por ser el látigo de las irregularidades económicas de sus adversarios políticos conservadores, además de consumado maestro en lidiar con los medios informativos. Ha sido precisamente un periódico próximo al laborismo, The Guardian, el que ha forzado su caída revelando los detalles del asunto.

El mundano ex ministro de Industria, de 45 años, odiado tanto por la izquierda laborista como por la oposición conservadora, es el autor intelectual de la derechización del viejo partido obrero. Fue el principal responsable de la purga de los eslóganes izquierdistas y de su rompimiento con las estrechas ataduras de los sindicatos. El pragmático Mandelson no ocultaba que compartía las reformas sindicales -verdadera cirugía radical- efectuadas por Margaret Thatcher. El nuevo laborismo libremercadista y no intervencionista, que sigue cosechando en las encuestas británicas altos índices de aprobación, es obra tanto del ministro dimitido como del jefe del Gobierno.

Para Tony Blair, la caída en aras de la transparencia de su confidente y amigo es un serio golpe. No sólo porque devuelve a la vida política alegaciones del tipo de las que dinamitaron a los Gobiernos conservadores de John Major, sino porque abre la espita nunca cerrada de las críticas al primer ministro como hacedor de un partido caracterizado por el amiguismo y el elitismo, en contra de la acrisolada tradición laborista como formación abogada de las masas. La salida de Mandelson priva a Blair de un aliado clave, pero éste es el mal menor. Porque, simultáneamente -bien mayor-, preserva la salud y la credibilidad del sistema político británico.

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