"El progreso nos quita muchos pastos"
Fernando Cristóbal cuida de un rebaño de 325 ovejas junto a una fábrica de "microchips" en Tres Cantos (Madrid)
, Entre los chips y el cemento aún caben escenas bucólicas. Como las que protagoniza seis días por semana Fernando Cristóbal Santamaría. Este hombre atezado se levanta con el alba y, tras calentarse al amor de la hoguera, emprende una jornada laboral ajena a los atascos y fijada por el sol. Fernando es un pastor suburbano: cuida 325 ovejas con cencerra junto a pisos o fábricas de nuevo cuño.El señor Cristóbal conoce el terreno que pisa como la palma de la mano. Una palma que cada vez tiene menos hierba y más ladrillos. Desde los 16 años, y ya ha cumplido los 63, pastorea en campos que han cambiado de dueño. Antaño eran de Colmenar Viejo, y desde 1991 forman parte de Tres Cantos, un municipio creado a partir del Boletín Oficial del Estado. "Había muchos viñedos por aquí", recuerda el hombre. Hoy las cepas han dejado paso a miles de pisos, decenas de industrias y hasta un parque tecnológico. Todo, a una veintena de kilómetros de la capital.
Así las cosas, el pastor alterna dos apriscos separados por una autovía: uno queda cerca del parque de bomberos tricantino. El otro, más agreste, se asienta entre el monte de El Pardo y la fábrica de microchips de Lucent Technologies (firma estadounidense antes llamada ATT).
Allí, Fernando contempla la enorme factoría con un punto de ira: "Fíjese, los americanos tienen pastos de un metro de alto que son un peligro, porque se pueden incendiar cualquier día. Les he pedido muchas veces que me dejen entrar con las ovejas en la finca de la fábrica, pero nada, no quieren". "Con las 350 hectáreas que tienen comía mi ganado todo el año", calcula. "Antes de que se instalaran ellos, íbamos allí tres pastores con los rebaños". Pero ahora los circuitos integrados que darán vida a los ordenadores se despreocupan de sus lanosas vecinas.
Ovejas y chips comparten la belleza del paisaje sin mezclarse. Entre unas y otros pasean los madrileños en los fines de semana. También llegan entonces los amantes del motocross. "Suelen ser muy respetuosos. Cuando ven al ganado aflojan la marcha para no molestar", detalla el pastor. Más le molestan los buscadores de setas. "Con tal de coger una son capaces de meterse entre las ovejas". -Cada vez tiene usted más difícil ejercer su trabajo.
-Es cierto. Me parece bien que el progreso llegue a todas partes, porque sin él un país se queda muerto, pero a nosotros nos ha quitado muchos pastos. Los pueblos crecen y nos echan. Y lo peor es que no se respetan las cañadas. Total, que cada vez tenemos menos espacio. Fernando calcula que cuando él empezó a trabajar como "obrero" del pastoreo había más de 50.000 cabezas en el término de Colmenar Viejo. "Hoy no hay ni 5.000, y dentro de 20 años habrá muchas fábricas o muchos pisos, pero no quedará ninguna oveja", sentencia.
El ganado ovino desaparece de la zona; los pastores, también. La trashumancia a la sierra del Guadarrama es un recuerdo de veteranos. Los rebaños que sobreviven lo hacen gracias a las ayudas oficiales, dice Fernando.
-¿Y los hombres que los cuidan?
-Cada vez somos menos. Quedamos nueve asalariados por aquí. La mayoría son magrebíes. No hemos encontrado un español que quiera trabajar en esto, y eso que mi jefe paga 90.000 pesetas limpias y la comida.
-Será porque es un oficio esclavo.
-Eso sí. Se libra un día a la semana, y los otros seis no se pisa la casa, porque hay que dormir en el aprisco para cuidar del ganado. Ya no hay lobos de cuatro patas, pero abundan los de dos, sobre todo en esta época que se paga tan caro el cordero.
Al atardecer, Fernando deja de caminar por los pastizales. Con la ayuda de los perros, lleva las 325 ovejas hasta el redil, una amplia finca vallada. En ella se alza un edificio que alberga una modesta habitación cocina.
El pastor contempla el crepúsculo y pone en marcha la cena, "la única comida caliente del día". El guiso de arroz y pimientos cuece a poca distancia de la cama donde dormirá el hombre. "Me sigue gustando mi oficio. Uno se acostumbra a esto como el albañil a ir al tajo. La diferencia es que, además de estar en la naturaleza, no tengo televisión, pero tampoco me pierdo nada", afirma.
Con el sol ya escondido, el relente crece. Fernando reflexiona mientras vigila el guiso. En estas fiestas no teme a los amigos de lo ajeno: sus lechales llevan tiempo vendidos en canal, a 1.700 pesetas el kilo, y las ovejas nadie las quiere ya. Pero la Navidad tiene otra ventaja para los hombres como él: les otorga un protagonismo del que carece el resto del año, aunque sea convertidos en figuritas de barro o en letra de villancicos. "Los pastores siempre han estado en los belenes. Los ponen muy guapos, limpitos, con unas zamarras estupendas. Son más románticos que nosotros, los de ahora", ironiza. Y es que, cuando se recojan los nacimientos, en Madrid seguirá habiendo pastores. Pocos, pero de verdad.
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