Batiburrillo
Debo de estar tan lejos, que ya no entiendo nada. O quizá todo se deba, más que a este aire puro de la lejanía, a la conjunción político-periodística, para la que la palabra rigor tiene más que ver con el rigor mortis que con el rigor conceptual. ¡Qué capacidad tienen unos y otros para coger un concepto, vaciarlo del todo y lanzarlo como una de esas hélices con las que juegan los niños para molestar al personal ! O de asir un concepto, tal si fuera una pera, y al tiempo que la muestran -la pera, vamos- decir que la quieren, como si no la tuvieran ya agarrada. La querencia se convierte de este modo en una negación de la realidad, y la pera deja de ser la pera en mano para convertirse en el Santo Grial. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el ámbito vasco de decisión. O con la soberanía, eso que ya todos saben imposible aquí y en Calatayud, pero a la que quieren convertir no se sabe muy bien si en tótem al que adorar o si en el fantasma de la mosca cojonera. Ya la conocen. De verdad que da grima comprobar que el debate sobre el futuro del país gire en torno a conceptos ahuecados. Al menos los de EH tienen el mérito de dejarnos bien claro lo que quieren. Quieren territorios, por ejemplo, y eso son siete peras y no el Santo Grial. O quieren una Asamblea de Municipios Vascos gobernada por los de su cuerda, que tome decisiones y achuche o acorrale a nuestras instituciones democraticas. Ellos no han esperado a que se constituya una mesa de partidos para lanzar su pla. Al fin y al cabo, a los del nuevo gobierno ya los tienen bien agarrados por la zona preferida de la mosca. Hablan, si, de soberanía, pero hablan de ella para que los demás se mareen en sus profundidades. Para ellos eso se traduce en planteamientos muy concretos. Los demás, mientras tanto, hacen juegos malabares con sus ideas-manzanas, tantas y tan diversas, que parecen fruto de un concursillo inacabable. En realidad, no saben lo que se puede hacer. Ni siquiera lo sabe Jonan Fernández. El casi nunca habla de peras, sino que prefiere hablar de frutas o, más allá, de vegetales, o más allá de la materia viva o, más allá de la sopa cósmica. Y llegados a ese punto, los procesos se diluyen en un algo indiferenciado en el que todo puede ser igual a todo. Así, cuando dice que "es más fácil y nos interesa más en este momento hablar de la revisión crítica, la autocrítica del pasado de que otros conceptos (sic) como el del perdón", nos está llevando una vez más al terreno de la sopa cósmica. Ese harakiri conceptual del totum revolutum, tan retórico, elude las responsabilidades individuales, los sufrimientos individuales y la naturaleza delictiva de determinadas actuaciones. Todos somos quizá responsables de algo, pero no todos somos responsables -esta vez sin quizá- de actuaciones criminales. Y el problema es el crimen. Algo parecido ocurre con su interpretación de Lizarra. El texto de la declaración podrá decir lo que Jonan Fernández quiera, pero sus consecuencias están a la vista de todos. De todos menos de él. En este asunto nos recuerda a un director de orquesta que dice estar dirigiendo una determinada sinfonía cuando es evidente que la orquesta está interpretando otra. Todas sus artes se dirigen, sin embargo, a convencer al auditorio de que la sinfonía que escuchan es la que él dice. Es lo que hace al afirmar que el texto de Lizarra no es soberanista y al poner como ejemplo de su carácter abierto y plural la formulación de su preámbulo: "Siendo distintas las concepciones que existen sobre la raíz y permanencia del conflicto..." Ahí se le acaba la cita, pero se le olvida la continuación de esa frase "...expresadas en la territorialidad, el sujeto de decisión y la soberanía política, éstos, se constituyen en el núcleo de cuestiones fundamentales a resolver". O sea, se nos definen ya la raíz y la causa de la pervivencia del conflicto, acotándose de entrada las materias a discutir. Las peras están dadas, pero él prefiere hablar de la compota originaria. Y hasta se distancia de la disposición adicional, considerándola una opción más de ese batiburrillo de ideas imaginativas que tan bobaliconamente fascina a quienes buscan aun solución para encontrar tal vez el problema. Más que de Stormont, quizás habría que hablar de brain storming. O de un stormy future, es decir, de la derrota de la democracia.
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