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Tolerancia a capones

Andrés Ortega

¿Puede imponerse la democracia por medio de la fuerza? ¿Puede imponerse la tolerancia? Bosnia -y Kosovo en un futuro- son los dos grandes ensayos europeos contemporáneos en esta materia. El otro, quizás, es el proceso de paz en Oriente Próximo. En Bosnia, la Comunidad Internacional actúa como una especie de déspota ilustrado colectivo, con el alto representante, Carlos Westendorp, ahora con poderes reforzados tras la Conferencia de Madrid, convocando elecciones, asegurando el pluralismo informativo, imponiendo una moneda común, etcétera. Es decir, aplicando la paz de Dayton. Con ello, se ha logrado parar la guerra, lo que no es poco. Pero también se corre el riesgo -como ha ocurrido en las últimas elecciones- de crear, allí y en otros lugares como Serbia, eso que Fareed Zakaria llama "democracias iliberales", es decir, en el fondo sin tolerancia hacia el otro, al diferente o incluso a la mera oposición.Democracia no es sinónimo de paz, como no lo es de riqueza. Las democracias se meten en guerras ilegítimas. Baste recordar a EEUU en Vietnam, o estos días en el ataque a Irak. Pero se suele considerar, con la historia al apoyo, que las democracias liberales no se meten en guerras entre sí, hasta el punto de que el fomento de estos sistemas políticos forma parte de lo que se viene ahora a llamar la seguridad democrática, como nueva y decisiva dimensión de la seguridad general. Lo que no quita para que pueda haber democracias que resulten tolerantes hacia dentro e intolerantes hacia afuera. Paralelamente, puede haber sistemas no democráticos que resulten tolerantes.

Un ejemplo de esto último fue el imperio austrohúngaro. Fue un "imperio multinacional", es decir, uno de los cinco "regímenes de tolerancia" -sistemas-tipo-, que discierne el norteamericano Michael Walzer, uno de los grandes pensadores políticos de este final de siglo, en un libro excelente que por fin ha sido traducido en España (Tratado sobre la tolerancia, Paidós). Éste régimen y otro, el de la "sociedad internacional" que comporta una quiebra del concepto de soberanía y un crecimiento de la injerencia humanitaria, son antes tolerantes hacia los grupos que hacia los individuos, frente a la "consociación" -Estados bi o tri-nacionales, como Bélgica o lo que podría acabar siendo Bosnia- o el Estado-nación. Éste, según Walzer, es el menos tolerante con los grupos, pero el que obliga a éstos a ser más tolerante con los individuos. Walzer apunta a lo que llama sociedades de inmigración, como EEUU, o Israel (en lo que se refiere no a los palestinos, sino a una creciente multiculturalismo entre los israelíes). La tolerancia, señala Walzer, no es una fórmula para la armonía, pues legitima a grupos anteriormente reprimidos o invisibles y les permite así competir por los recursos disponibles. A este respecto, es importante el ámbito de decisión en el funcionamiento de la democracia. El derrumbamiento de la antigua Yugoslavia se debe en parte en la carrera hacia las definiciones nacionalistas locales de la democracia, liberal o iliberal.

Los tres años pasados desde los acuerdos de Dayton son pocos para cicatrizar heridas, aunque en menos tiempos se abrieron. En Bosnia el sistema electoral no ha favorecido el predominio de los moderados en cada campo, sino que ha legitimado en buena parte a los extremistas. Puede ser que a largo plazo Bosnia no sea un Estado viable, pero si fracasara ahora, toda la zona se volvería invivible. Sólo por eso vale la pena seguir intentándolo. Aunque cueste dinero a Occidente, aunque Westendorp, con la OTAN detrás, tenga que imponerse, aunque haya que pensar que el nuevo orden mundial más que fuerzas armadas de intervención, lo que necesita es cuerpos policiales. Pues de policía se trata.

aortega@elpais.es

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