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Volver a ser península

El barrio de La Tafalera de Elda, en la actualidad, es una isla poblada de aborígenes que van a la suya y a la que sólo llegan los que han naufragado en la marea de la droga. Pero hubo un tiempo en que este montículo donde se elevan edificaciones precarias fue península, un brazo de tierra que servía de puente a los que llegaban de fuera antes de integrarse en la urbe. En los duros tiempos de la posguerra, muchas personas llegaron a Elda en busca de un trabajo que les permitiera llevar a casa un plato de lentejas. Encontraron el suelo más barato en La Tafalera y allí adquirieron parcelas para levantar sus casas. Permanecían en el barrio los años necesarios para reunir el dinero que les permitiera comprar una casa en el pueblo. Elda era Nueva York y La Tafalera una isla de Ellis llena de inmigrantes deseosos de prosperar. Llegó un momento en que todos los que pudieron abandonar el barrio se marcharon, y sólo se quedaron los derrotados por la vida. Y La Tafalera no volvió a ser el barrio obrero que había sido en sus orígenes, sino el limbo al que han quedado condenados los excluídos del sistema. Así permanece ahora. Prueba de la desintegración del barrio es la inexistencia de una asociación vecinal, pese a que en el momento de su creación, los habitantes de La Tafalera constituyeron una de las primeras plataformas vecinales de toda España. "La Tafalera no presenta problemas de delincuencia", asegura Francisco Ruiz, educador que se pasa el día convenciendo a los niños del barrio y a sus padres de lo importante que es ir a la escuela. Ruiz se refiere a que, pese que se conoce la existencia de familias que se dedican al tráfico de drogas, no es un barrio en el que se produzcan situaciones de violencia. Como muchos otros núcleos desfavorecidos, una de sus principales carencias es la falta de infraestructuras. Un desierto en la ciudad No hay tiendas. No hay oficinas. No hay talleres. Los vecinos deben abandonar el barrio para ir a comprar y, de este modo, no se crean vínculos con su lugar de residencia, que se ve reducido al papel de sitio donde malviven. El Ayuntamiento trabaja para encontrar soluciones que consigan revitalizar el barrio. Uno de los campos de actuación es el urbanístico. Una primera iniciativa consistió en la canalización y acondicionamiento del río Vinalopó, a cuyo cauce se asoman las casas. "El río estaba fatal. Era un foco de infecciones", relata la concejala de Servicios Sociales, María del Carmen Orgilés. Ahora dicurre en orden y en sus orillas existen jardines por los que pasear. El siguiente paso será la construcción de un vial que atraviese el barrio y lo conecte con la ciudad. El obstáculo para realizarlo son las casas que habría que expropiar y demoler. En una zona donde se alzan edificaciones ilegales de la noche a la mañana y con una población transhumante que vende y revende propiedades sin escriturar, localizar al titular original de una vivienda resulta una tarea detectivesca. El barrio, pese a lo reducido de sus dimensiones, tiene tres partes claramente diferenciadas. El núcleo original lo constituyen las casas bajas, viviendas unifamiliares de desigual condición que han ido pasando de propietario a propietario. Allí se encuentran casas de fachada alicatada hasta el techo que conforman un paisaje no muy diferente de los cascos viejos de la mayoría de pueblos de la Comunidad Valenciana, pero también viviendas que son casi chabolas con un patio anejo consagrado a los desperdicios. Un poco alejados del centro del barrio se levantan tres bloques de pisos que se conocen popularmente como las 40 viviendas. Estos edificios, en cuyo sótano se ubica un centro social y que quedan enfrente del colegio al que acude la mayor parte de los chavales del barrio, disfrutan indudablemente de mejores condiciones que el resto de casas. Algunos de los vecinos más desfavorecidos se conectan a su red de saneamiento cuando tienen problemas de suministro de agua y en sus fachadas aparecen antenas parabólicas instaladas junto a persianas desvencijadas. Existen algunos apartamentos que han sido tapiados por orden municipal al quedar vacíos. Con esta medida se pretende evitar que una familia recién llegada ocupe la casa o que se conviertan en madriguera para el trapicheo de estupefacientes. Aunque las jeringuillas, cucharillas quemadas y otros utensilios para la manipulación de heroína pueden verse en buena parte de las calles sin asfaltar del barrio, la droga anida en la parte alta, donde se encuentran las viviendas más maltrechas. De buena mañana llegan los adictos que todavía mantienen una doble vida y madrugan para evitar que se les vea en La Tafalera a plena luz del día, y más tarde aparecen los desahuciados. Los viernes, día de cobro en las fábricas, el comercio aumenta. Los trabajadores sociales han desarrollado una técnica para intuir dónde se vende droga. Algunos vecinos pegan suelas en su casa para la industria del calzado. Si en una casa hay dinero y huele a cola todo está en orden, pero cuando entra dinero y no se sabe de dónde viene, es casi seguro que proceda del narcotráfico.

Planes y más planes

Desde que, en 1992, la titularidad del Barrio de Acción Preferente pasara al ámbito municipal, el departamento de Servicios Sociales ha puesto todo su empeño en ofertar a los habitantes del barrio -y especialmente a los más pequeños-una gran variedad de programas que faciliten su inserción social. A los educadores les preocupa especialmente el absentismo. En La Tafalera existen 1.480 habitantes censados, el 22% de ellos en edad escolar. Sacar a los niños de la calle para meterlos en las aulas y mantenerlos ocupados con juegos y actividades el resto del día es uno de los principales objetivos de los trabajadores sociales. Una tarea difícil cuando también hay que luchar contra la falta de tradición educativa de sus padres. Un chiquillo que juega al fútbol con su hermana adolescente evita contestar a Ruiz cuando éste le pregunta por qué no ha ido a clase. "Su madre me ha dicho antes que ha pasado la noche vomitando", comenta. A juzgar por el ímpetu con el que patea la pelota, el niño ha sufrido una recuperación milagrosa. Más arriba, en la parte alta, una niña que dice tener menos edad de la que aparenta no quiere ir a clase porque asegura que "el maestro le pega porque no se sabe la lección". Cuando le desmontan su coartada, recurre a la lógica infantil: "¿Por qué voy a ir, si no me gusta?" En el barrio hay un colegio de acción educativa singular, el Sempere Guarinos, al que acuden la mayor parte de los niños del barrio, mientras que el resto de los escolarizados estudian en el Virgen de la Salud, limítrofe con el barrio. En el primero, el énfasis se pone tanto en la transmisión de conocimientos como en la implantación de hábitos de conducta e higiene. Por las tardes, las instalaciones se convierten en sede del club infantil, donde los chavales pueden divertirse con actividades de ocio inexistentes más allá de sus paredes. En las vacaciones estivales no se baja la guardia, y se transforma en escuela de verano. Los más mayores los cursos y programas que se realizan en el centro social García Lorca. La Asociación Gitana de Elda organiza allí cursos de informática, espacios de encuentro para las mujeres y marca pautas de convivencia para los residentes en las 40 viviendas. Para paliar el paro y sus consecuencias, el Ayuntamiento contrata anualmente a seis jóvenes. Son muchas las iniciativas que, pese al recorte del 50% de la subvención por la consejería en 1996, se llevan a cabo en el barrio. "Pero por muchos que desarrolles, nunca son suficientes", se lamenta Orgilés mientras sube una ladera hacia la Tafalera alta. A un lado del camino, bajo una covacha inmunda, se oye la voz de dos hombres a los que la esperanza sólo les llega hasta el siguiente chute.

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