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Una antológica en Marsella propone la revisión de 30 años de "instalaciones"

La exposición se ha realizado en gran parte con fondos procedentes del Pompidou

Georges Pérec decía que "vivir es pasar de un lugar a otro procurando tropezar lo menos posible". Los comisarios de la exposición marsellesa 50 especies de espacios -abierta al público hasta el 30 de mayo de 1999- dan al visitante la oportunidad de recorrer no menos de 50 espacios distintos del Museo de Arte Contemporáneo de Marsella. Esos espacios han sido creados, entre otros, por Joseph Beuys, Vladímir Tatlin, Louise Bourgeois, Broodthaers, Piero Manzoni, Daniel Buren, Malevitch, Lucio Fontana, Ilya Kabakov, Bruce Nauman o Gilbert & George.

Disponer de más de 4.000 metros cuadrados para exponer instalaciones creadas entre 1960 y 1992 es poco frecuente, y aún lo es menos el poder jugar con los fondos de un museo como el Centro Georges Pompidou, hoy en obras y con su colección convertida al nomadismo. Las instalaciones no sólo necesitan espacio, sino también de un clima favorable. En Marsella cuentan con ambos factores, y el cubo de Imi Knoebel puede ensimismar la salle blanche, el museo imaginario de Broodthaers puede hallar su lugar, al mismo tiempo que Buren llena el espacio de agujeros simétricos o Kabakov perfora el techo para escapar del encierro. Un mismo emplazamiento, casi un mismo volumen y forma, da lugar a propuestas distintas, cuando no opuestas.

Padres fundadores

El recorrido comienza con una evocación de los padres fundadores. La maqueta de Tatlin para un monumento a la III Internacional, así como una serie de objetos de arquitectura suprematista de Malevitch o el simple recuerdo Demonstration room, de El Lissitzky, sirven para tender un puente histórico negado por muchos de los artistas representados, que han preferido a veces escoger la falsa progenitura de la abstracción estadounidense, de los Stella, Pollock o Newman, antes que aceptar la pesada herencia de unas vanguardias que se pusieron al servicio del comunismo o del fascismo. Y los padres no deseados o rechazados no acaban aquí: Lucio Fontana, Yves Klein y Piero Manzoni son incluidos entre las referencias básicas para comprender una evolución que duda entre la cerrazón autorreflexiva y el reduccionismo conceptual. La confrontación, en igualdad de condiciones, de tantos trabajos distintos es cruel para algunos -los seis dibujos murales en tinta china de Sol LeWitt o alguna escultura de Tony Cragg no merecen más que una nota a pie de página- y favorable a otros -las construcciones psicoanalíticas de Bourgeois, las enigmáticas arquitecturas de Reinhard Mucha, el inventivo rigor de Nauman, salen potenciados-, mientras unos terceros permanecen en el terreno de lo indescifrable, tal y como sucede con Beuys. Su Fond VII, con sus centenares de láminas de fieltro aplastadas por unas rutilantes puertas de cobre, remite al camino sin salida del artista chamán, pero desprovisto de cualquier competencia especial que justifique lo que de único pueda haber en su mirada.50 especies de espacios, por su carácter casi irrepetible, es una oportunidad única de tener una visión de conjunto de toda una familia de la contemporaneidad artística. Como sucede siempre en esos casos, la bolsa de valores fluctúa, pero eso no es lo más importante. Lo que cuenta es la posibilidad de comprender, de dar sentido a las excepciones, de situar las rarezas, de leer un periodo relativamente largo (30 años) y de imaginarse cuáles son las vías que vale la pena tomar y las que llevan derecho al muro. Sin duda, el humor radical de Broodthaers, Manzoni, Gilbert & George o Tinguely es el que mejor expresa y resume la época, pero también queda claro -la longeva práctica del citado en último lugar lo revela- que su potencial no escapa al desgaste de la fórmula. La doble negación -ni inscribirse en la continuidad tópica del lenguaje ni ser alternativa o recambio del momento- permite volar alto, pero quema las alas.

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