La vida sigue bajo las bombas
ENVIADO ESPECIALSalam aprieta con rabia el pedal del acelerador de su coche. Su único objetivo es llegar a Bagdad antes de que los aviones norteamericanos y británicos empiecen a bombardear la ciudad. Quiere estar allí, en su casa, abrazando a su hijo cuando se escuche el estallido de las bombas, tratando de calmarle y diciéndole al oído, como si fuera un susurro, "mañana, para nosotros, es también Ramadán".
Salam, de 35 años, musulmán shií, comerciante de vocación, oriundo del Sur, forma parte de este amplio sector de la población que ha aprendido a sobrevivir en esta interminable guerra gracias a sus propias reglas de oro, que acostumbra a cumplirlas con absoluta fidelidad, como si fueran su Corán particular.
Para Salam y los suyos, lo más importante es encerrarse en su casa cuando se inician las explosiones, antes que acudir a alguno de los 150 refugios existentes en el país, 45 de los cuales se levantan en la ciudad de Bagdad, y que fueron construidos siguiendo las más modernas tecnologías durante la guerra con Irán, gracias a la cooperación finlandesa.
"No queremos morir dentro de los refugios, por eso permanecemos en nuestras casas", añade Salam, recordando la tragedia de Al Amaria, cuando el 13 de febrero de 1991 un misil inteligente horadó el techo del abrigo, cerró con el impacto herméticamente todas sus puertas y dio paso a un segundo misil que convirtió el lugar en un horno en el que murieron abrasados 394 mujeres y niños.
Salvar la vida es el único objetivo de Salam.
También tratará de sobrevivir económicamente intentando sacar la mejor tajada posible del marasmo financiero en el que se encuentra sumido su país, lo que le ha llevado a convertirse en los últimos años en un acaparador de "cualquier cosa".
Salam ha perdido la confianza en el dinero sonante y ha aprendido con la fuerza de la miseria que el único valor estable son los objetos que ha ido acumulando en su casa y que cualquier día podrá intercambiar por un pedazo de pan, un puñado de arroz o unas manzanas.
Mientras tanto, en la Embajada española, el encargado de negocios, Ignacio Rupérez, ha decidido quedarse en su puesto junto al encargado de las transmisiones, así como otros dos funcionarios de los servicios de información. El resto de la delegación, incluidas esposas, hijos, secretarias y personal subalterno, se ha tomado lo que se llama eufemísticamente en el ministerio como unas "vacaciones adelantadas" en España o en Jordania.
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