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Triunfalistas y agoreros

España va bien. Es la consigna del presidente Aznar y también la percepción de un relevante porcentaje de la ciudadanía encuestada. En los primeros meses del Gobierno del PP se adoptaron medidas audaces. Por ejemplo, la devolución a sus lugares de origen de algunos emigrantes ilegales amordazados con cinta aislante y rebajados de cualquier ardor reivindicativo gracias al suministro de unas dosis apropiadas de haloperidol. Fue entonces cuando, en respuesta a un periodista inquisitivo, Aznar acuñó una de esas expresiones que adquieren enseguida carácter definitorio de una época determinada. "Había un problema", dijo el líder, "y se ha solucionado". El problema, más allá del caso concreto al que se aplicó por primera vez la frase, eran los socialistas en el poder. La solución, su venturosa sustitución por el PP.El pregón electoral de Aznar había sido el de la generosidad con el inminente vencido, el de "pasar página". Pero aquella mínima ventaja en las urnas impedía cualquier magnanimidad y alguien proyectó agrandar las diferencias con un ajuste de cuentas a los predecesores. Así que, en cuanto se adecuó La Moncloa para darle el necesario aire de familia, la primera tarea emprendida fue la de pasar las páginas hacia atrás, con un aire vindicativo que se hubiera pensado capaz también de arrastrar consecuencias higiénicas y de servir de vacuna contra los propios excesos. Pero enseguida cundió la idea de que los abusos detectados bajo los Gobiernos del PSOE distaban de ser consecuencias indeseadas de su prolongada estancia en el poder. Se explicaban como la inevitable derivada de esa anomalía que el socialismo en el Gobierno representaba.

Contaba de primera mano Arturo Soria y Espinosa cómo a la altura de agosto de 1945 don José Ortega y Gasset, a quien esperaban procedente de su exilio lisboeta algunos incondicionales, apenas puso pie en el andén de la estación ferroviaria de Atocha, dio su primera impresión sobre el régimen advirtiendo: "¿Qué se puede esperar de Franco?: pemanes y desmanes". Así, los populares entronizados como árbitros de la nueva elegancia política decían a partir de mayo de 1996 con aire de superioridad y malicia retrospectiva: "¿Qué podía esperarse del PSOE?: roldanes y desmanes". Por el contrario, los del PP habían suscitado nuevas esperanzas de regeneración. ¿O eran sólo ilusiones? Porque afloran casos de corrupción del PP en Burgos, en Valladolid, en Valencia, en Zamora, en Lugo y en el Ministerio de Industria y Energía o en la Agencia Tributaria y las respuestas de los portavoces cultivan la misma decepción de los tiempos socialistas.

Lo primero que hacen los populares cuando se piden explicaciones por los escándalos visibles es recitar la tabla de los perpetrados en los años socialistas. Luego, añaden cuán injusto sería generalizar, insisten en que se trata de casos particulares y piden que se espere la palabra de los jueces. Les falta el canto de un duro para invocar la presunción de inocencia, que tanto denostaron. Pero aquí nadie pretende generalizar. Por el contrario, lo que se reclama al PP es que particularice, es decir, que proceda a erradicar a esas gentes abusivas de las propias filas. Pero, en vez de rectificar, el ministro Josep Piqué se pone en jarras para decirnos que es de su pasado en Ercros del que se siente más orgulloso y para asegurar que volvería a conceder al prevaricador Pérez Villar la subvención otorgada para un concesionario de automóviles.

Amanece el presidente Aznar en el Congreso imponiendo, a quienes censuran la subvención de Villar, la tarea de cambiar la ley bajo la cual parecería que era obligado concederla. Pues no es eso, señor Aznar. Coincidimos en que las bicicletas son para el verano, pero rechazamos que las subvenciones deban adjudicarse a los prevaricadores, cualquiera que haya sido su hoja de servicios. Cuidado con el cierre de filas porque la pendiente de la solidaridad inquebrantable con los afines conduce al abismo. Otra cosa es que los más incondicionales, los que ya le atribuyen carácter carismático y omnisciente, estimen que el líder de La Moncloa se apunta al proceder evangélico de aguardar hasta la siega para separar entonces el trigo de la cizaña. En todo caso, ¿qué pasa aquí cuando cualquier dulce objeción al triunfalismo convierte al objetor en agorero? ¿Por qué pareciera que el candidato Borrell se apunta a ser favorecido sólo por cuanto nos perjudique?

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