Ulises y Agamenón en el gobierno
JAVIER UGARTE En este sutil juego de olvido y recuerdo al que hoy jugamos, coincidimos todos, creo, en que el país pasa por momentos delicados. Y salvo algún cándido o cínico, que tanto da, al resto nos ha preocupado, y nos preocupa, la composición del próximo Gobierno vasco. Rotas algunas ambigüedades, sabemos ya que lo formarán los dos partidos nacionalistas democráticos, PNV y EA (con un pretendido apoyo exterior de EH; siempre contando con el letargo de ETA). No es buena noticia. Así las cosas, el ahora se puebla de incertidumbres. ¿Qué puede dar de sí un Gobierno en minoría con apoyo de un grupo desleal a las instituciones, precisamente en este momento crítico? ¿No será rehén de servidumbres no deseadas?, ¿no abrirá un tiempo de inestabilidad fatídico precisamente en esta encrucijada de la historia europea?, ¿no se construirá el país desde la exclusión? Son preguntas legítimas cuando hay tanto en juego. El presente es tan denso -tan informe, por lo demás-, que ya no cabe la huida al pasado inmóvil (que a pocos tienta ya, ciertamente) ni hacia el futuro como utopía (que, ésta sí, la cultiva EH haciendo pie en Lizarra). El presente es demasiado relevante para dejarlo pasar. Si, en esencia, el Gobierno vasco es quien ha de liderar la próxima etapa, la tarea que le espera es inmensa. Deberá llevar una labor de gestión, que ya por sí sola absorbe todo el tiempo de las administraciones de su entorno: adecuar la estructura vasca a la Europa que viene, ocuparse de las comunicaciones (patético el estado del debate sobre el ferrocarril), de la tecnología, de los retos financieros y económicos, de la educación, del tejido urbano, etc. Deberá ocuparse de enmarcar bien los aspectos del final de la violencia y la solución al asunto de los presos para que interfieran lo mínimo en la vida política; colaborar discretamente en esa comunicación. Deberá gestionar escenarios de diálogo institucional que hagan posible una progresiva integración de fuerzas políticas que inaugure un tiempo nuevo apacible. Deberá, finalmente, gobernar para todos. Y todo eso al mismo tiempo. ¿Podrá hacerlo? Los últimos pronunciamientos de los partidos llamados a gobernar parecen negar esa posibilidad; parecen haber olvidado la necesidad del consenso para lo básico. Pero la historia no está hecha de intenciones sino de acciones. Veremos cuáles son éstas. En esa andadura se interpone seriamente un proyecto que algún cándido o cínico se empeña en que lo subestimemos. Me refiero a la llamada asamblea de municipios vascos: un órgano, ya pactado, esencialmente oligárquico y extemporáneo (será una "cosa bonita", pero menor, dice Arzalluz; para contentar a "esos"). En esta democracia de final de siglo, más mediática que representativa, más gubernativa que parlamentaria, actuaría como un poderoso símbolo que restaría seriamente legitimidad al Gobierno. Y en este punto está la clave. Si el PNV y EA están por la apertura y el consenso social, reforzarán el Gobierno. Esa tarea es para un Ulises del nacionalismo, el héroe homérico, el hombre de mar que supo adaptarse mejor a una sociedad cambiante y navegar hasta Itaca. Pero, si el navegante quiere verdadera fortaleza, esta vez deberá sentar junto a él también a Agamenón, pastor de pueblos, hombre de tierra, que unió a los helenos contra Troya. Dos hombres de la nueva generación simbolizan hoy en el PNV la prudencia y la fortaleza, mar y tierra. Si Juan José Ibarretxe quiere un Gobierno reforzado, deberá sentar en él a Joseba Egibar. Dice la leyenda griega que Agamenón era el más alto de los dos estando de pie, pero que sentados Ulises le sacaba un palmo. Eso yo ya no lo sé (tampoco me importa mucho). Sólo espero que prudencia y fortaleza se unan al fin en el Gobierno, pues en ello nos va demasiado a griegos, metecos y otros parias que poblamos este rincón del planeta.
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