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Los 15 libran en su batalla financiera el litigio entre dos ideas de Europa

El País

La cumbre de Viena concluida este fin de semana ha plasmado el enfrentamiento por la financiación futura -para el periodo 2000-2006- de la Unión Europea (UE). Las líneas divisorias siguen dividiendo a ricos de pobres, agrícolas de industriales, británicos de continentales. Pero, bajo ese espectacular pulso, se ha puesto de relieve que en el fondo se dirime también el litigio entre dos conceptos: una Europa más integrada y comunitaria o una Europa más intergubernamental, trabada sobre la mera coordinación entre los países.

Nadie dice querer menos Europa. Viena ha puesto al desnudo la gran incógnita. ¿Cómo, con qué formato se hará esa más Europa? ¿Con un impulso integrador y una fuerte matriz común? ¿O sólo desde la coordinación intergubernamental, o sea, desde el lento tejer de unanimidades?La respuesta la dará en gran medida el resultado de la batalla financiera, no sólo sobre el reparto del presupuesto, sino sobre algo previo, si se reduce o no el volumen total de gasto. Porque "no habrá más Europa sin más dinero", como dijo el presidente del Parlamento Europeo, el español José María Gil-Robles, desflorando ese nuevo debate.

Algunos, y no sólo los pobres, asumieron ese enfoque. "La exigencia de rigor financiero no debe significar una condición de crecimiento cero", alertó el primer ministro italiano, Massimo D"Alema. Para él, eso significa que los ahorrillos deben realizarse en los gastos agrícolas, "sin sacrificar" los estructurales o de cohesión ni, "en general, los gastos de inversión, porque son los que impulsan el crecimiento y el empleo".

"No somos partidarios de estabilizar el gasto, porque el presupuesto cero conduce a una política comunitaria también cero", asintió Jean-Claude Juncker, primer ministro de Luxemburgo, el país más rico en términos de renta per cápita. Sin embargo, esas voces no forman todavía coro. Entre otras razones, porque el clamor por más Europa exhibió fracturas argumentales. "España sigue en la vanguardia de la integración europea", se ufanó el presidente de Gobierno español, José María Aznar. Pero tras el primer ministro británico, Tony Blair, ha sido el más activo opositor a la armonización del impuesto de sociedades propuesta por el superministro de finanzas alemán, Oskar Lafontaine. "Sería un absoluto disparate que España aceptase una armonización" de tipos, declaró Lafontaine, sin parar en mientes que armonizar no equivale a uniformizar, sino a veces a establecer horquillas, y que todo impuesto puede armonizarse al alza o a la baja.

Agotada la imaginación

Así, en algunas políticas, los que reclamaban más integración se apuntaron al bloque de los intergubernamentalistas. El esfuerzo para el euro parece haber agotado la imaginación europeísta. La dejación de competencias que supone despierta la obsesión por mantener las soberanías residuales.Y en vez del impulso hacia más comunitarización -más objetivos comunes, más políticas comunes, más dinero común, todo ello gestionado por instituciones comunes-, que auguraba la necesidad de completar la unión monetaria, el tono general se ha inclinado esta vez del lado del intergubernamentalismo.

Es lo que ha sucedido en el ámbito fiscal. Se avanzó en impulsar el tímido Código de Conducta y la armonización de los impuestos sobre los beneficios del ahorro, pero se acotaron los avances fijando que esa cooperación impositiva "no va dirigida a una armonización fiscal general".

Y se ribetearon con una escandalosa revisión de la supresión de las tiendas libres de impuestos, forzada por un poderoso grupo de presión.

Es lo que ha sucedido en empleo. La propuesta franco-alemana recogida en el proyecto de conclusiones, de fijar nuevos objetivos "cuantificados" y "obligatorios" para la reducción del paro, fue diluida: se aprobó diseñar objetivos "verificables", término ambiguo a llenar de contenido, y comprobar si se fía todo, como hasta ahora, a los Gobiernos, o se da un verdadero papel a las instituciones comunes.

Es lo que ha sucedido con la reactivación de la inversión en infraestructuras, reducidas a consolidar los proyectos de grandes redes de transporte, a financiar ya no con emisión de deuda o reservas sobrantes de los bancos centrales, sino sobre todo con pequeñas partidas arañadas de aquí y allá.

No es que todo ello sea nada. Son pequeños pasos. Pero mucho más tímidos que las propuestas originales y, sobre todo, que contrastan con la solemne retórica empleada. Donde hay un progreso prometedor -todavía discreto e intergubernamental, pero en ese ámbito no podrá esperarse demasiada radicalidad en mucho tiempo- es en la política de defensa, en la que se trazarán líneas de trabajo muy pragmáticas.

Y para España, el acuerdo con Suiza supone asegurar los derechos de 90.000 compatriotas allí residentes, al precio correcto de que Swissair entre de lleno a operar los trayectos internos españoles.

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