El dulce hogar
ESPIDO FREIRE ¡Ah, qué bonito es pensar que el mundo no tiene fronteras! ¡Qué loable parece el cosmopolitismo, y qué placer que nos digan lo británica que es Bilbao, lo parisina que resulta Donosti! Uno se siente más Europa, más moderno, hasta, si me apuran, más alto y rubio, casi como los guiris que visitan el festival de San Sebastián. Ahora, por ejemplo, a todos nos ha dado por querer ser irlandeses. En fin, los países que deseamos imitar también varían, como la moda. Esta temporada, por ejemplo, se lleva el gris.La semana pasada viajé a Londres: hace unos años las niñas iban a Londres de compras, o a abortar. Para desencanto de los más morbosos, diré que mi objetivo eran las compras, y que, henchida de arrogancia bilbaína, he regresado dispuesta a partirle la cara al primero que me niegue que los vascos damos tres vueltas a los sajones. Es de cortesía reconocer que alguna ventaja nos llevan: el idioma, por ejemplo. Duele comprobar que, efectivamente, pasada la peña de Orduña o el mar Cantábrico, el euskera sirve más bien para poco, mientras que todo el mundo habla inglés. Pero, ¿qué sería de nuestros becarios y de los que se benefician de ayuntamientos y diputaciones sin el euskera? Además, es curioso comprobar cómo hermanan algunas lenguas: en el barrio vietnamita, por ejemplo, un martes por la noche y rodeado de orientales de avieso aspecto, he visto a ciertos vascos de pro hablar en castellano, e incluso pedir ayuda, a un camarero de Burgos. Qué cosas. Pero a los niños, por ejemplo, ni los sacan por la calle. Sin duda los tienen encerrados en casa, torturando a au paires italianas y españolas... Sin embargo, en cuanto llegan a los 16 años los sueltan a todos, y trabajan como cajeros o dependientes. La mayoría estudia, también. Qué insensibilidad. Con lo bien que se lo pasan nuestros chicos en los recreativos, en los bares, los sábados, o haciendo pintadas altamente creativas. Pobrecitos, ya les llegará la hora de trabajar algún día. Esperemos. Y luego, esa manía de encerrarse en museos en cuanto se les presenta la ocasión. En fin, se explica por el mal tiempo y la lluvia. ¿Qué otra cosa van a hacer? Nosotros, en cambio, ofrecemos una variedad mayor. Podemos ir a animar al Athletic; salir de copas. Animar a la Real; ir de vinos. O incluso animar al Alavés, que esta temporada no se ha portado mal. En cuanto a cultura, eh, ahí está nuestro Guggi, que está siempre lleno de extranjeros. Nosotros no entramos mucho, pero es que dicen que lo bonito es verlo por fuera. Además, una civilización inicia su decadencia cuando los jóvenes comienzan a vestir bien por la calle. Ni comparación con el rico atavío indumentario vasco. Ya llegará el buen gusto con la edad. De momento, bienvenido sea todo lo demás. Incomprensiblemente, ya nadie lleva pelos de colores en Londres, ni casi piercings. En dos años o así, cuando llegue aquí la moda, deberemos despedirnos de los coloristas peinados con el aspecto y tacto de una mopa. Para colmo, ese interés casi nauseabundo por los famosos, las series de televisión locales, y la familia real, como si Lady Di no acabara jamás de morir. Nadie puede acusar a nuestra televisión pública de dedicar más de un programa diario a los cotilleos Además, una de nuestras actrices participará en Star Treck. Un papel mudo, pero, en fin. Y no comparemos las series, por favor, esas series vascas que hablan de nuestros problemas cotidianos, esos divorcios, muertes, adulterios, nacimientos ilegítimos y dudas existenciales por las que pasamos todos. Porque la televisión inglesa es malísima, copada de concursos estúpidos, buf, ni comparación. Sí, uno regresa a casa, encuentra periódicos de los que entiende toda las letras, nada de gaélico ni cosas de esas, y lee exactamente las mismas cosas que leyó al partir. Le insultan en los atascos, le arrolla en el metro una bandada de adolescentes desmandados, visita exposiciones desérticas, contempla arrobado las nuevas pintadas y se le dibuja una sonrisa. Qué maravilla, al fin en casa.
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