"¡Espadones, fuera de Indonesia!"
El influyente Ejército indonesio rumia el abandono del protagonismo político que le exige una sociedad en cambio
ENVIADO ESPECIAL"¡Son el enemigo!", decía la estudiante apuntado, furiosa, desde el autobús a los soldados que cortaban el paso a la caravana de autobuses que volvía a la universidad protestante de Trisakti tras pasar toda la tarde yendo de un lugar a otro del centro de Yakarta, reclamando con pancartas y gritos el juicio del ex presidente Suharto. Era la cruz de la moneda que mostró su cara en mayo, cuando los estudiantes ocuparon durante varios días el Parlamento indonesio y pusieron fin a 32 años de una dictadura paternalista que no pudo hacer frente a la crisis económica asiática. En aquellos días de mayo, los soldados eran vistos como aliados, y el general Wiranto, jefe de las Fuerzas Armadas, como el ángel de la guarda que convenció a Suharto de que no tenía otra salida que la dimisión. Hoy, Wiranto es insultado por los estudiantes, y los propios militares agonizan sobre qué papel deben desempeñar.
El Ejército fue decisivo en la lucha por la independencia indonesia de Holanda, proclamada en 1945 y no reconocida por la metrópoli hasta 1949. De entonces viene el influyente papel en la vida política de aquella tropa genuinamente popular, sus privilegios, el respeto, entreverado de reverencia y miedo... todo ello sometido ahora a un intenso proceso de revisión. La muerte de unos estudiantes en Trisakti en mayo aceleró la caída de Suharto, y la muerte de otros estudiantes el pasado día 13 de noviembre junto a la universidad católica de Atma Jaya ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia estudiantil y de una sociedad que quiere dejar de sentirse tutelada por una fuerza tan físicamente pequeña (400.000 hombres para un país de 200 millones y más de 17.000 islas, que mide 5.000 kilómetros de un extremo a otro) como políticamente gigantesca. Las muertes de Atma Jaya se produjeron cuando ya la Asamblea Consultiva Popular (MPR, Parlamento) había decidido reducir la presencia del Ejército en los escaños desde los actuales 75 a 55.
El Ejército indonesio está embarcado desde hace más de 40 años en una llamada dwingfunsi (doble función) -la propia de las armas y otra de ascendiente político y económico- a la que le ha llegado su hora. "El Ejército se tiene por el guardián de la Constitución y de la ideología del Estado", dice Aristides Katoppo, un analista en la oposición al régimen de Suharto. La ideología del Estado está recogida en los cinco puntos de la Pancasila, que hace obligatoria la creencia en un solo Dios, la unidad nacional, el consenso, la armonía entre todos los pueblos y la justicia social, principios muy enraizados en el alma indonesia. "Pero los militares son realistas y saben que en el futuro deben reducir su papel político-social y centrarse en seguridad y defensa", agrega Katoppo. Lo que los generales desean es un proceso controlado de cambio, "ni mucho, ni demasiado rápido y que rija la Pancasila". El cambio llega en un mal momento, pero los militares "están tan imbuidos de su papel de garantes constitucionales que harán lo que diga un presidente constitucional", señala Katoppo. Los militares están "desacreditados y desautorizados" por sus últimas acciones, y también por un pasado que, si llega a ser juzgado, les costará muy caro por su corrupción económica y las violaciones de los derechos humanos. Y como el árbol está caído, se hace leña de sus años de complicidad de todo tipo con el Golkar, el partido de Suharto y, hoy, del presidente, Yusuf Habibie. El propio Abdurrahman Wahid, el líder islámico que aspira a ser el próximo presidente de Indonesia, dice que "no hay que preocuparse, el Ejército está muy asustado". "El Ejército sabe que es parte del problema y que debe ser parte de la solución", mantiene Katoppo, amigo personal de militares.
El Ejército está unido de puertas hacia fuera, pero dentro hay fricciones sobre cómo evolucionar: entre nacionalistas (la mayoría) e islamistas; entre veteranos y jóvenes; entre suhartistas y profesionales. "Pero lo quieran o no, tendrán que cambiar", dice otra fuente. El cambio hacia la militarización -los militares indonesios aborrecen la expresión "volver a los cuarteles", porque desde la academia han absorbido la doctrina de que no hay áreas civiles y militares en la sociedad- se producirá poco a poco, en un plazo de cinco años.
Wiranto es un hombre clave para el cambio. Es un general de 51 años que ha hecho su carrera en los despachos, lejos del sudor de los regimientos, que cuenta con los dedos de una mano a quienes le serían leales en caso de crisis. Fue número uno de su promoción y remató sus estudios de Estado Mayor con un trabajo sobre comercio internacional. Más tarde efectuó una investigación sobre derecho medioambiental.
Un curioso abanico de intereses civiles que está en las antípodas del general Prabowo, el yerno de Suharto, caído en desgracia en el mismo momento que su suegro. Prabowo era un general de los de testosterona. Otro general lo define como "un psicópata capaz de todo", lo que le valió la expulsión del Ejército en el momento que desapareció Suharto. Un intelectual que conoce a la familia de Prabowo dice: "Si Prabowo hubiese sido jefe, esto sería como Birmania". Un tribunal de honor quitó el pasado verano a Prabowo el derecho a llevar uniforme, pero Habibie sigue sin firmar aún la orden de expulsión del Ejército. Se ignora su paradero, y hay militares que, en solidaridad con él, han renunciado a los uniformes y están a lo que él diga.
Aquí entra la teoría de la conspiración y del cuanto peor, mejor. Las muertes de Atma Jaya y los asaltos a iglesias y mezquitas de estos días forman parte de una estrategia dirigida a crear caos y a desacreditar a Wiranto, según algunas fuentes. Indonesia carece en la presente crisis de líderes que dirijan las ansias de cambio populares, y muy pocos indonesios conceden crédito político a Habibie.
Nurcholish Madjid, rector de la universidad musulmana Paramadina Mulya, cree que una situación de desorden generalizado podría servir para que Suharto se presentara otra vez como salvador del país, al igual que en 1965, cuando ahogó en sangre un intento de golpe de Estado comunista.
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