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La Comunidad ha enterrado 440.000 toneladas de residuos peligrosos en San Fernando

El centro de almacenamiento de tóxicos abre sus puertas por primera vez en 11 años

Vicente G. Olaya

A las afueras de San Fernando de Henares, a escasa distancia del parque regional del Sureste, se levantan unas instalaciones públicas desconocidas para la mayoría de los ciudadanos. A ellas sólo se puede entrar mediante un permiso expreso de la Consejería de Medio Ambiente y por una única carretera de acceso. Una barrera permanece cerrada a cualquier persona ajena a la planta. Se trata del depósito de seguridad de la Comunidad de Madrid, lugar al que van a parar los residuos industriales más peligrosos que se generan en la región, incluidas las inocentes pilas que gastarán los niños en las próximas navidades. En su explosivo subsuelo permanecen ocultas cerca de 440.000 toneladas de residuos tóxicos y peligrosos.

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Amiantos, tierras contaminadas y pilas

El depósito de seguridad de San Fernando fue inaugurado en junio de 1987 entre las quejas del vecindario. El alcalde de la localidad, entonces del PCE, llegó a paralizar las obras en persona, y la Comunidad, entonces gobernada por el PSOE, tuvo que imponer su voluntad mediante la aplicación estricta de la Ley del Suelo. En juego estaba dónde meter las miles de toneladas de residuos tóxicos que cada año genera una región de cinco millones de habitantes, y que no pueden terminar en un vertedero convencional por los grandes problemas ambientales que ocasionarían.Ahora, la alcaldesa de San Fernando, Montserrat Muñoz (IU), sigue oponiéndose a este vertedero en su municipio y se queja de que incluso ella tiene vedado el paso. "Aunque yo sea la máxima autoridad de San Fernando, no puedo entrar, a no ser que la consejería me dé un permiso expreso", se lamenta. Asimismo, los técnicos municipales, cuando quieren inspeccionar la planta, deben pedir cita a sus responsables para concertar día y hora.

Lo primero que llama la atención de este vertedero es su limpieza y la falta de olores. Más que un basurero, parece un campo de fútbol de tierra. Sobre la superficie sólo se descubren bidones en perfecto orden, tierras de diferentes colores (amarillas, rojas, verdes...) y máquinas hidráulicas trabajando. Los operarios, encerrados en cabinas estancas, extraen grandes cantidades de arcillas para enterrar los desperdicios que llegan. De esta forma, se rodea con un manto protector de arcilla cada cargamento.

El complejo, que ocupa 34 hectáreas, aunque sólo tiene construidas cuatro, acogió en su interior el año pasado 82.000 toneladas de basuras altamente tóxicas, de las que más de 20.000 eran residuos de la incineradora de Valdemingómez, planta que aún no tiene dónde echar sus peligrosos desperdicios.

Los residuos son almacenados en los llamados depósitos de seguridad, asentados sobre superficies arcillosas y que están aislados del suelo por una capa de polietileno, recubierta de gravas y nuevas arcillas. El fondo está recorrido por una tubería de drenaje que vierte directamente los posibles lixiviados sobre una pileta de seguridad. Cuando ésta se llena, un camión cisterna transporta el líquido a la estación de tratamiento de Valdebebas, también de propiedad pública, donde se destruyen o se envían al extranjero.

La gran superficie arcillosa natural sobre la que se levantan los depósitos fue excavada en gran parte durante los años sesenta y setenta. El material obtenido fue empleado para la fabricación de los ladrillos con los que fueron construidas las urbes metropolitanas del sur de Madrid.

La Comunidad eligió, por la escasa porosidad de los terrenos, las afueras de San Fernando como lugar idóneo para levantar el que fue considerado primer depósito de seguridad de España. Según los técnicos regionales, una gota de agua tardaría cerca de 300 años en atravesar un metro de su arcilloso suelo. Se calcula que bajo los depósitos hay más de 35 metros de tierras arcillosas. La instalación está compuesta, principalmente, por un laboratorio donde se analizan las sustancias, dos grandes depósitos donde se vierten los residuos tras su análisis, una planta para neutralizar algunos de los productos tóxicos y una pileta para recoger los lixiviados producidos por el contacto de los residuos con el agua de lluvia.

El análisis de las sustancias se lleva a cabo para impedir que dos compuestos incompatibles químicamente entren en contacto. Con ello se evita que se produzcan reacciones que puedan provocar la puesta en marcha de las alarmas medioambientales. Los responsables de las instalaciones saben con bastante precisión, mediante un sistema de coordenadas, dónde se encuentran todos los elementos que se entierran en el subsuelo.

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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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