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PAUL RICOEUR-FILÓSOFO

"Cada identidad lingüística responde a un problema distinto de convivencia"

Xosé Hermida

A sus 85 años y con muchas décadas de reflexión filosófica a sus espaldas, Paul Ricoeur confiesa sentirse tan desorientado como cualquier joven de hoy. Pero el pensador francés, que se dio a conocer en la época dorada de la fenomenología, cuando brillaban nombres como los de Jean Paul-Sartre, Emmanuel Levinas o Merleau-Ponty, dice que hay que acostumbrarse a esta situación en la que ya no existe un discurso dominante en la filosofía, la moral, la religión o la política, porque ése es precisamente el signo de la modernidad. Ricoeur, que ha intervenido en Santiago de Compostela en un simposio sobre lengua e identidad, recuerda que la convivencia entre idiomas ha sido habitual a lo largo de los siglos y rechaza que el concepto de nación pueda definirse por un criterio lingüístico. Es más, considera "mortífero" que se usen las lenguas como instrumentos para afirmar una identidad.A Ricoeur le cuesta trabajo subir escaleras y administra con modales tan afables como tajantes sus declaraciones a la prensa porque dice que se fatiga muy pronto. Pero el aspecto físico y la coherencia discursiva del filósofo no son propios de una persona de su edad. Ricoeur ha pasado tres días en Santiago para asistir a un simposio titulado Identidad y cultura. El papel de la lengua, que organizó la Sociedad Interuniversitaria de Filosofía, de la que él mismo es presidente de honor.

Ricoeur insiste en que la nuestra es una época caracterizada por la pluralidad y que no hay que perder de vista ese enfoque cuando se abordan cuestiones de tan espinosa actualidad como la convivencia entre lenguas distintas o el uso del idioma como un recurso de afirmación nacional. El filósofo no niega la afirmación clásica de que cada lengua forja una identidad cultural, pero se apresura a matizar: "La identidad siempre está ligada a lo exterior, a lo extraño. La lengua funciona como un mecanismo de comunicación interna entre sus hablantes, pero también como una manifestación hacia el exterior de una comunidad. El hecho fundamental no es la identidad, sino la pluralidad humana. Y el problema para cualquier grupo cultural es cómo situarse ante los otros, preguntarse: ¿cuál es mi lugar entre la pluralidad humana?"

En esa línea, Ricoeur rechaza tajantemente que una nación pueda definirse en función de un criterio exclusivamente lingüístico. "Cada lengua", sostiene, "tiene una función distinta, ya sea cultural, política o económica, y esas funciones se excluyen entre sí. El caso de España es precisamente la demostración de que cada identidad lingüística responde a un problema distinto de convivencia. Puede existir perfectamente un conjunto, aunque dentro de él convivan sistemas distintos de comunicación. Ésa es la visión opuesta al punto de vista identitario, que a mí me parece mortífero".

El dramatismo verbal y la demagogia política con que se plantean hoy estas cuestiones puede hacernos pensar que estamos ante un problema nuevo, el de cómo se logra la convivencia entre lenguas distintas sin que ninguna comunidad se sienta agraviada. Pero lo cierto, explica Ricoeur, es que esta situación ha sido la más frecuente a lo largo de la historia. "Ejemplos como el de Francia", indica, "que lleva casi 400 años de unidad lingüística, son la excepción. La mayor parte de las comunidades humanas siempre han tenido que conocer más de una lengua a la vez. Un hebreo del tiempo de Jesús hablaba arameo en la calle, hebreo en la sinagoga, griego si era culto y latín para relacionarse con la administración. Lo mismo ocurre ahora, por ejemplo, en África. Hay países que no pueden tener una existencia política más que con una lengua extranjera, ya sea el francés, el inglés, el portugués o el español".

El papel del inglés

En nuestros días, el inglés ya está cumpliendo una función parecida a la que desempeñó el latín hasta el Renacimiento o el francés en el siglo XVIII. "Eran lenguas cuasi universales", comenta, "pero sólo para ciertas cuestiones. La universalidad del inglés se refleja en los ámbitos en que más se refleja la globalización: la economía, la innovación tecnológica y el ocio". En definitiva, subraya Ricoeur, una lengua es un instrumento "autorreflexivo y de autoconocimiento", pero que no se afirma por oposición a otras lenguas, sino precisamente en su convivencia con ellas, como lo demuestran la "posibilidad de la traducción o el hecho de que una comunidad pueda aprender un idioma extranjero", formas de una especie de "hospitalidad" lingüística.Este profesor de las universidades de París X y Chicago tampoco cree que la globalización vaya a aplastar las identidades locales. "La prueba es que Europa está volviendo a la regionalización", apunta, "en Alemania, por ejemplo, que es un caso que yo conozco muy bien, los bávaros o los prusianos están reencontrando su propio carácter regional diverso y, por cierto, sin necesidad de tener una lengua distinta. El reto para los próximos años es encontrar un equilibrio entre globalización y regionalización".

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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