El mago y su varita

El de Jordi Savall es, sin duda, un caso único dentro del panorama interpretativo de esta segunda mitad de siglo. Como catalizador, es un maestro a la hora de rodearse de grandes artistas e imbuirles sus ideales. Como violagambista, son muy pocos quienes osarán discutir el papel tan trascendental que ha desempeñado en la moderna recuperación de la viola da gamba, que maneja casi con la magia de un prestidigitador. Como empresario, cuenta ya con su propio sello discográfico, es un hábil negociador, un experto conocedor del mercado y ha creado, en suma, una auténtica imagen de marca.Savall es amigo del riesgo, de la aventura y se aviene mal con las restricciones. Aunque se dedica a lo que comúnmente se entiende por música antigua, lo hace casi siempre desde una perspectiva abiertamente moderna. Por decirlo con otras palabras, Savall no quiere olvidar en ningún momento que tanto él como su público son irrenunciablemente contemporáneos, con todo lo que ello comporta. Sólo así puede explicarse la curiosa ósmosis temporal que se produce entre la antigüedad intrínseca de las obras que integran su campo de acción y la innegable modernidad con que Savall decide arroparla en muchas ocasiones.
Jordi Savall
Jordi Savall (lira, rebab, vihuelas). Pedro Estevan (percusión). Obras anónimas. Auditorio Nacional. Madrid, 3 de diciembre.
El margen de libertades que presenta, por ejemplo, la interpretación de un programa de música medieval como el ofrecido ayer en su recital es amplísimo. Savall lo rellena en su doble condición de intérprete y de coautor. Estamos, así las bautiza él mismo, ante verdaderas recreaciones y realizaciones musicales. Nos movemos, por tanto, en el terreno más de la invención que de la especulación: el es, aquí y ahora, prima sobre el cómo pudo ser. La fantasía de Savall se encarga de completar y estirar la letra, mientras que su desaforado virtuosismo se ocupa de insuflarle un espíritu. El catalán es capaz de hacer malabarismos sonoros con cualquier cosa que tenga entre las manos, sea una caja de zapatos provista de cuerdas o, puestos a ello, el famoso "latín" de Les Luthiers.
Con su comunicatividad innata (raro es el concierto en el que no diserta largamente), Savall hechizó a casi todo el público y, una vez más, se lo llevó metido cual mago en su bolsillo
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