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Ese maldito embrollo

La gravedad de los problemas que afectan a nuestra juventud es de tal calibre, o se ha permitido que lo sea, que ya nadie parece responsable. Paro endémico, educación deficiente, contratos miserables, desatención familiar, horizonte cero. No es difícil comprender por qué tiritan las navajas bajo las luces amarillas, por qué las noches se han puesto así de fúnebres, por qué galopan tantos muchachos en un ruido hacia la nada. Y que se metan media botellona o lo que sea. Son los círculos del Infierno, el torbellino de causas y efectos mordiéndose la cola, la sierpe jabonosa en lo profundo del bosque. Pero si malo es el diagnóstico, peor sería la conclusión. ¿A quién atañe principalmente desenredar este maldito embrollo? El complejo sistema de competencias, y de autoridades, que ha creado el Estado de las Autonomías, no es precisamente un modelo de eficacia, y hay que reconocerlo también, para no hacernos un lío definitivo. Y con las discrepancias políticas subyacentes, todo queda listo para el totum revolutum. Cualquiera diría que alguien está desactivando los sistemas. O que no le importe demasiado si los tornillos se aflojan aquí y allá. Cuidado. Los proclives al fascismo siempre actúan de la misma manera. Un reciente estudio de la Comisión de Justicia del Senado nos adelanta el perfil del joven delincuente: entre 14 y 17 años, familia acomodada, fuertes tendencias tribales, consumidores voraces de imágenes violentas. Las clases más modestas no están en esa onda. No nos equivoquemos. También el relajo de la policía, las distintas policías -que esa es otra- ha sido notable en estos últimos años. Sobre todo en lo que concierne a la movida. Y algunos alcaldes permisivos, incluso de izquierda, se han dejado ir demasiado ante la paz urbana. Interesa mucho recordar, en esta hora confusa, que en las sociedades avanzadas los problemas complejos no tienen soluciones simples, sino igualmente complejas. Y que éstas han de ser alcanzadas, al unísono, al detalle y con presupuestos, por todos los que detentan alguna responsabilidad. Un ejercicio convergente de lo que Popper llama "la ingeniería social democrática". Que no es lo mismo que escurrir el bulto, amparándose en la bulla. La Junta de Andalucía acaba de constituir una mesa para abordar los estragos de la movida. Demasiado grande y variopinta parece, pero bueno, démosle ánimo y margen de confianza. Estaremos atentos a ver cada uno de los que allí se sientan qué aporta, cómo y cuándo, y cuánto. Pero tampoco hemos de descansar ahí. Pues los problemas señalados, en su envolvente complejidad, tienen causas estructurales mucho más profundas y nada fortuitas. No lo es que el paro andaluz esté doce puntos arriba de la media nacional, que la población activa crezca también más, que no se ejerza vigilancia sobre los contratos de esclavitud, que el Gobierno central se niegue a reconocer que los andaluces somos 400.000 más, o que esté reduciendo las inversiones públicas en Andalucía hasta cotas temerarias. Curiosamente, en todo eso están muy afectados los jóvenes. Y por eso este maldito embrollo tiene que tener solución. Porque es muy peligroso que no la tenga.

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