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Quebec comienza la cuenta atrás hacia el referéndum separatista

Los nacionalistas del Parti Québécois, favoritos en las elecciones de mañana

Enric González

"El lunes empuñaremos de nuevo el arma del referéndum, la cargaremos a conciencia durante unos meses y finalmente nos dispararemos otra vez en el pie". El sarcasmo de Pierre Hébert, comerciante en la calle de Sainte Cathérine de Montreal, resume -si los sondeos no mienten- el estado de ánimo de muchos quebequeses. La victoria del Parti Québécois (PQ, nacionalista) se da por segura en las elecciones de mañana.

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Con ella se inicia la cuenta atrás para un tercer referéndum sobre la soberanía de Quebec y la ruptura con el resto de la federación canadiense. El PQ no ha fijado fecha, pero el referéndum se mantiene en el encabezamiento de su programa. La paradoja es que la mayoría de los votantes del PQ no desean revivir la tensión de la anterior consulta, en 1995, cuando el no se impuso por un afiladísimo 50,6 contra 49,4. Pero tampoco desean renunciar a la amenaza referendaria en sus siempre conflictivas relaciones con el Canadá anglófono. Atrapado en una situación puramente defensiva frente a las otras nueve provincias y, sobre todo, frente a Ottawa, la capital federal, el minoritario Quebec francófono parece aceptar como mal menor una guerra fría que dura ya dos décadas.Las elecciones de mañana eran consideradas, en el conjunto de Canadá, como la gran oportunidad para acabar con el conflicto de Quebec. Desde el punto de vista de Ottawa, había que derrotar al PQ y demostrar que, tal como indicaba el referéndum de 1995, una mayoría de los quebequeses, por estrecha que fuera, prefería seguir siendo canadiense. Hacía falta encontrar a alguien capaz de derrotar a Lucien Bouchard, el carismático líder del PQ; alguien que, legitimado por las urnas, colocara al fin la firma de Quebec al pie de la Constitución (la provincia francófona nunca ha aceptado la reforma constitucional de 1982).

Unidad

El Partido Liberal de Quebec (PLQ) se prestó en cuerpo y alma a la estrategia: su jefe, Daniel Johnson, dimitió para dejar paso al ungido y los militantes aceptaron actuar como arietes de la unidad del país. La operación se completó con una extraordinaria pirueta: el líder del Partido Conservador Progresista de Canadá, Jean Charest, dejó su puesto en Ottawa y asumió la jefatura del Partido Liberal de Quebec, en el que nunca había militado. Charest, un hombre joven (40 años) con gran capacidad dialéctica y un futuro prometedor, desembarcó en Quebec presentándose a sí mismo como "el salvador de Canadá". Durante unos meses, en verano, Charest superó en popularidad al nacionalista Bouchard. La victoria liberal parecía muy posible.Charest, sin embargo, cometió dos errores. El primero, comprensible en un hombre que procedía de las filas conservadoras, fue redactar un programa económico ultraliberal en una provincia de tradición socialdemócrata. El segundo, cuando el primer ministro federal, el liberal -y también quebequés- Jean Chrétien, declaró que no estaba dispuesto a hacer nuevas ofertas para acomodar a la provincia díscola en el orden constitucional, él se mostró de acuerdo. Desde aquel día, en octubre, la sombra de la derrota flotó sobre su campaña electoral. En el decisivo debate de los candidatos en televisión, Bouchard le asestó la estocada final: "Usted y Chrétien", le espetó, "son la pareja ideal: uno no pide nada y el otro no ofrece nada".

Mientras Charest se desgañitaba con la amenaza de que una victoria del PQ supondría "de forma irreversible" la ruptura de Canadá, su habilísimo rival diseñó una campaña perfectamente ambigua. Bouchard prometió un nuevo referéndum, por supuesto, pero matizó que sólo lo convocaría cuando se dieran las condiciones para ganarlo. "No podemos permitirnos una nueva derrota", dijo. Era un buen argumento para dejar que la espada siguiera alzada, lo que aseguraba el voto nacionalista, pero sin dar señales de que el golpe fuera inmediato. Bouchard supo ser tan contradictorio como la sociedad quebequesa.

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Se trata de una posición muy costosa. Quebec paga desde hace años la incertidumbre sobre su futuro, ya que numerosas inversiones se desplazan a la contigua y absolutamente canadiense provincia de Ontario, y el Gobierno federal mantiene en el mínimo su aportación.

Si Bouchard renueva mandato, lo primero que hará será estudiar concienzudamente los resultados. "Simplificando, una victoria muy amplia permitirá celebrar pronto el referéndum; si es menos amplia habrá que tomarse un tiempo", explica un dirigente del PQ en Montreal. Bouchard volverá a provocar enfrentamientos con Ottawa, tratará de que el cada vez más duro Gobierno federal o las demás provincias, hastiadas de la incertidumbre francófona, hieran la extrema sensibilidad quebequesa y aprovechará un momento de máxima tensión para convocar el tercer referéndum. El que, según el PQ, ha de ser definitivo.

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