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Bouchard, el héroe visionario

Enric González

Es un extraordinario orador, un hombre cultísimo que lee a los clásicos en griego y latín y es capaz de citar de memoria cualquier pasaje de Marcel Proust. Pero lo esencial está en sus ojos. La mirada de Lucien Bouchard es sombría, amenazante, irónica en ocasiones, terrible cuando se dirige a sus adversarios. El líder del Parti Québécois nació en Jonquière en una familia muy pobre. La religiosidad de su madre marcó su personalidad: es tenaz, reservado, austero y colérico.Su figura resultaba ambigua en 1995, cuando asumió el liderazgo nacionalista. Frente a la sinceridad casi brutal de su antecesor, Jacques Parizeau, forzado a dimitir tras la derrota en el último referéndum, Bouchard ofrecía un perfil pragmático, escasamente apropiado para la tarea mesiánica de la independencia. Su tortuoso pasado agravaba las dudas: comenzó en las filas liberales, pasó por la Embajada canadiense en París, siguió como ministro del conservador Brian Mulroney y, tras un periodo como jefe del Bloc Québécois en Ottawa, regresó a Quebec.

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Su programa tuvo mala acogida. Se fijó la misión de reducir gastos, afrontó las protestas sindicales y a mitad de mandato parecía condenado a la derrota. Entonces intervinieron los elementos. Primero fue un virus que le carcomió la pierna e hizo necesaria la amputación. Después, una tormenta de hielo. La silueta del hombre mutilado haciendo frente a la catástrofe, cojeando con su bastón entre ruinas y témpanos gigantescos, se imprimió en la mente colectiva. Bou-chard emergió de la tormenta convertido en un héroe místico, un imparable capitán Achab que había vencido a la desgracia. Su política, además, empezaba a dar resultados. Ahora, pocos discuten que su gestión como primer ministro merece buena nota. A ello une los discursos convincentes, el carisma de su inteligencia, sus ojos llameantes y su cojera. Está en la cincuentena, pero transmite la imagen de un anciano bajo el peso de una misión histórica que debe llevar al final.

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