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Los reformistas acusan a los comunistas rusos de instigar el asesinato de la diputada

Con Borís Yeltsin enfermo y asilado políticamente, y sin que se vea salida a la crisis económica, Rusia está ya, de hecho, en plena campaña electoral a la presidencia. Todo cuanto ocurre en los últimos meses se mide en términos de esa lucha por el poder. El asesinato, el viernes en San Petersburgo, de la diputada liberal Galina Starovóitova, colíder de Rusia Democrática, no es una excepción. Ha enconado el enfrentamiento entre los reformistas radicales, hoy alejados del Gobierno, y las fuerzas comunistas y nacionalistas en las que éste parece tener su mejor apoyo. El asesinato es un claro ejemplo de cómo las fuerzas políticas intentan agitar los ánimos antes que templarlos.

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Aún no está definido el rumbo que tomará Rusia en los próximos años. Yevgueni Primakov, el primer ministro, pretende vender la idea de que su Gobierno busca una síntesis entre la economía de mercado y la intervención estatal. Los comunistas y nacionalistas, mayoritarios en la Duma, apoyan aunque con reservas esta línea porque, en su opinión, barre los excesos liberalizadores de los últimos años.Los reformistas radicales (como Anatoli Chubáis y Yégor Gaidar) y los grandes magnates (con Borís Berezovski a la cabeza), cuyo poder se derrumba, plantan cara y buscan un cambio de rumbo. Ambos bandos se acusan de intentar la desestabilización.

Chubáis dice que la diputada estorbaba a "comunistas y bandidos", como si quisiera dar a entender que, al igual que en una novela policiaca, hay que buscar al asesino entre quienes se benefician de su muerte. Sólo que en la situación rusa, esa búsqueda puede tener mil ramificaciones.

No se han vertido muchas lágrimas en el partido comunista por la muerte de Starovóitova, que les flagelaba con frecuencia. La última vez, con ocasión del debate en la Duma sobre el antisemitismo, provocado por unas declaraciones en las que el general y diputado comunista Albert Makashov pedía poco menos que una limpieza étnica por la excesiva presencia de judíos en altos puestos de la política y las finanzas de Rusia.

La tibieza mostrada por el partido de Guennadi Ziugánov hacia su imprudente correligionario provocó una reacción exagerada, con peticiones (de Gaidar y Chubáis) de que se ilegalizase a los comunistas.

Ziugánov contraataca

La campaña fue orquestada por la mayoría de los medios de comunicación, casi todos ellos propiedad de grandes magnates, conocidos como los oligarcas. Los programas de análisis de la televisión, de enorme influencia, disparan con artillería pesada contra el partido comunista, utilizando ahora como munición el asesinato de Starovóitova. Los de Ziugánov se defienden como pueden. Éste condenó el asesinato, y aprovechó para atacar la ineficacia de los órganos de seguridad, "que no han resuelto ni uno solo" de los grandes crímenes de los últimos años.Su correligionario Guennadi Selezniov, presidente de la Duma, advirtió que no hay que utilizar el atentado para atacar al principal partido del país. Una opinión expresada también por un dirigente de la reformista Nuestra Casa es Rusia, Vladímir Rizhkov, quien, en línea por una vez con Ziugánov, declaró que "el Estado es incapaz de proteger la libertad y la vida".

Hace unos días, agentes del Servicio Federal de Seguridad (FSB, heredero del KGB) aseguraron dos cosas insólitas: que sus jefes les ordenaron asesinar a Berezovski y que el FSB es un nido de secuestradores y ladrones. Sobre ese organismo recae la responsabilidad de descubrir a los asesinos de Starovóitova.

Sin un poder sólido en el Kremlin, y con un Gobierno en el centro de todos los vientos, el riesgo de desestabilización es evidente. Es una de esas situaciones en las que empieza a pensarse en un hombre fuerte que ponga las cosas en su sitio. En el bando teóricamente democrático, quien parece ajustarse más al retrato-robot es el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, que lleva meses forjándose una base política y que, hoy por hoy, es el más firme aspirante a suceder a Yeltsin.

Oleg Sisúyev, vicejefe de la administración presidencial, lanzó ayer el primer empujón para que Primakov entre en liza. Primakov tiene 69 años, dos más que Yeltsin. Casi jura que no aspira a llegar al Kremlin. Pero eso mismo aseguraba de la Casa Blanca (sede del Gobierno) el día antes de decir que sí.

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