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El santo que pudo reinar

Su presencia es sutil y omnímoda a la vez. San Fernando da su nombre a una calle de Sevilla, a un cementerio, a una caja de ahorros (en el congreso internacional sobre su reinado se hablará de la financiación de la conquista), a un equipo de baloncesto entrenado por un melillense como símbolo de aquel frustrado proyecto de una Andalucía castellano-mudéjar. "Es el rey de la iconografía", dice José Contreras, cronista de la ciudad, que muestra su figura en sillones, en bajorrelieves, en arcones, hasta en el uniforme de la policía municipal. En escenografía, sólo existe un precedente. Cuatro siglos después de su muerte, el rey fue elevado a los altares para no ser menos que su primo hermano san Luis, rey de Francia, canonizado mucho antes por méritos de cruzada "aunque en realidad lo mató la peste", según el medievalista Laureano Ruiz. Sevilla se engalanó a mediados del XVII para celebrar la canonización que daría un día de libranza a generaciones venideras. "Aquello fue la releche en vinagre", comenta el historiador León Carlos Álvarez Santaló. "Hubo batallas navales en las calles de Sevilla, una explosión de barroco". Hay discrepancias sobre la idoneidad de esta celebración demediada. Según Manuel González Jiménez, catedrático de Historia y coordinador del congreso, ahora es la ocasión de poner en su sitio al monarca que introdujo no sólo a las huestes invasoras, sino el arte gótico, la música de las Cantigas o la poesía lírica y estrófica en lengua románica; al rey que tuvo en Alfonso X el Sabio un hijo -y tuvo unos cuantos-, que creó en Sevilla una Universidad para el estudio del Latín y el Arábigo y amenazó con degollar o pasar a cuchillo al musulmán que osara tocar un ladrillo del alminar. "Era el emblema de la ciudad", dice el profesor Cómez, "a una jornada de camino se veía resplandecer su bola de cobre. Era como el faro de la ciudad y los musulmanes habían planeado destruirlo". Entre las voces disidentes los hay que hablan de "una secuela de la Expo, de lo emblemático, de la Magna Hispalensis". "Es el pretexto para un acto de afirmación neoborbónica", dice Laureano Ruiz, que no entiende tanto interés por lo mudéjar cuando se dejó morir en los despachos el anhelado proyecto de José Guerrero Lovillo de crear una cátedra de Arte Islámico. El 23 de noviembre de 1248 Axataf, gobernador árabe de la ciudad, entregaba las llaves. Se firmaban las capitulaciones y se izaba la bandera de Castilla y León en el Alcázar y en la Mezquita. "Fue una conquista a sangre y fuego, como todas", asegura el historiador Manuel Moreno Alonso. Este profesor relativiza el peso de lo musulmán. Llega Fernando III a Sevilla y la ciudad recupera un siglo y medio después la figura de un monarca. Fue una revolución relativa. "La ciudad dejó de ser islámica de derecho", dice Rafael Cómez, "el ajuar, el mobiliario, la vida cotidiana seguirán siendo los mismos aunque la gente se llama Pedro o Juan; urbanísticamente la ciudad seguirá igual hasta los tiempos modernos y los techos mudéjares se mantendrán hasta el siglo XVIII. A los monarcas cristianos les gustaban los lujos orientales y la forma de trabajar de los carpinteros árabes".

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Expulsión, no genocidio
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