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Uno de los principales asesores de Starr deja su puesto en protesta por la actuación del fiscal

La ofensiva demócrata contra Kenneth Starr continuó ayer, horas después de que el fiscal especial hubiera ganado a los correligionarios de Bill Clinton la batalla de su comparecencia en el Congreso. El militante demócrata Sam Dash, que desde hacía cuatro años ejercía como asesor de asuntos éticos del fiscal especial del caso Lewinsky, anunció su renuncia al puesto. "En contra de mi opinión", dijo Dash, "usted aceptó la invitación para ir al Congreso y servir de abogado agresivo de la idea de que el presidente cometió delitos susceptibles de destitución".

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Dash fue uno de los letrados que trabajaron en el Senado hace un cuarto de siglo en la investigación de Richard Nixon por el caso Watergate. Starr sólo tuvo palabras de lamento por la decisión de Dash. "Quiero y respeto a Sam, cuyos consejos me han sido muy útiles en los últimos años", dijo. Pero otras fuentes de su oficina fueron más ácidas. Recordaron que Dash es un conocido demócrata y que fueron los demócratas quienes exigieron que Starr acudiera el jueves al Congreso.Starr ganó la batalla de su comparecencia ante el Comité de Asuntos Judiciales, pero fue una victoria estrictamente personal. El fiscal logró rehabilitar su imagen, según coincidían en señalar ayer la mayoría de los analistas.

Los demócratas bordearon el linchamiento al intentar presentarle como un inquisidor obsesionado por el sexo, pero él logró transmitir una imagen de funcionario probo y tranquilo que cree que "nadie, incluido el presidente, está por encima de la ley".

La investigación del comité sobre el caso Lewinsky y otros que puedan conducir a la destitución de Clinton sigue, no obstante, abocada a un callejón sin salida. El elemento decisivo es que la mayoría del pueblo no quiere que Clinton abandone prematuramente la Casa Blanca.

Starr marcó puntos el jueves, pero no los suficientes. El 62% de los norteamericanos, según la encuesta efectuada ayer por CNN-USA Today-Gallup, sigue considerando, tras escuchar, al fiscal que el Congreso no debería destituir a Clinton. Es un 4% menos que la pasada semana. Un 35% -una variación hacia arriba del 4%- piensa, por el contrario, que Clinton tendría que ser expulsado de la Casa Blanca por el legislativo. Aunque pírrica es una victoria para un Starr al que los correligionarios de Clinton convocaron al Capitolio con la intención de destruirle.

El fiscal soportó impertérrito 12 horas de audiencia parlamentaria, la mitad de ellas protagonizadas por los alegatos contra su persona y los muy hostiles interrogatorios de los congresistas demócratas y el abogado de Clinton, David Kendall. Según la encuesta citada, el 67% de los norteamericanos afirmaba ayer que Starr hizo un trabajo bueno o excelente, frente al 21% que lo consideró mediocre o malo. Su propio índice de aprobación popular, que siempre ha sido muy bajo, subió desde el 31% al 35%. Y es que los congresistas demócratas y el abogado Kendall cometieron el error anunciado: convertir la audiencia en el linchamiento verbal de un funcionario. Atacaron al mensajero, acusándole, entre otras cosas, de "policía del sexo pagado con fondos públicos", pero no refutaron su mensaje.

Los correligionarios de Clinton jamás pusieron en cuestión la veracidad de las acusaciones del fiscal y se centraron en su personalidad, sus motivos y sus métodos. La audiencia terminó entrada la madrugada española. Su último episodio fue el interrogatorio al que Kendall sometió a Starr. Henry Hyde, el presidente republicano del comité, que condujo la sesión con sentido del humor, le concedió al abogado de la Casa Blanca una hora en vez de la media hora que había sido acordada. El interrogatorio enfrentó a dos de los mejores letrados de Estados Unidos. Starr lo ganó a costa propinar golpes directos a la mandíbula del abogado de Clinton. Cuando Kendall le preguntó si había contratado detectives privados para investigar la vida sexual del presidente, Starr replicó: "No, yo no he contratado a Terry Lenzner". Kendall palideció. Lenzner, el jefe de la más poderosa agencia de detectives de Washington, trabaja para los abogados de Clinton. Su misión es buscar basura que arrojar sobre Starr y los testigos contrarios al presidente.

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