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Reportaje:EXCURSIONES: DEHESA DE BREA DE TAJO

El monte original

Grandes encinas y quejigos forman un bosque bellísimo, reliquia del que antaño pobló el sureste de la región de Madrid

Habíamos oído maravillas de la dehesa de Brea de Tajo. No ignorábamos que figuraba en el catálogo regional de espacios naturales de interés. Y en algún lugar habíamos leído que se trataba del último bosque virgen del sureste. Mas también sabíamos que, sobre el papel, el mediodía madrileño está lleno de espacios naturales interesantísimos que luego, sobre el terreno, son eriales infestados de ríos fétidos, vertederos, graveras, polígonos industriales..., donde puede que habiten la avutarda y la primilla -allá ellas-, pero donde nadie en su sano juicio pasaría un domingo si no es huyendo de la Guardia Civil. Sinceramente, no esperábamos este milagro.El milagro a que nos referimos puede verificarse acercándose a Brea en coche desde Orusco. De este pueblo de la vega del Tajuña sale una carreterilla -la M-229, una sinuosa vecinal de cuatro metros de anchura, frecuentada por tractores y acémilas- que, al poco de cruzar el río, corta una esquina de la provincia de Guadalajara y remonta el arroyo de Valdeolmeña, entre choperas doradas, para colarse de nuevo en la de Madrid por una alcarria salpicada de olivares geométricos y campos de cereales. Tras una curva como hay tantas, se obra el prodigio de la dehesa de Brea de Tajo, presentándose de sopetón a manderecha las colosales encinas y quejigos que han sobrevido durante siglos a la atávica tradición arboricida del agro castellano.

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Pasado el hito del kilómetro 33, justo donde se desvía a la diestra la carretera de Valdaracete formando ángulo recto con la nuestra, surge a modo de bisectriz la pista de tierra por la que vamos a pasear rodeando este bosque secular en el sentido de las agujas del reloj. Mojones blancos con una franja roja jalonan el camino correcto, que discurre entre monótonos olivares; así, hasta llegar en media hora larga -dos kilómetros y medio- a un nítido cruce con otra pista señalizada con cartel de vía pecuaria. Se trata de la cañada real Soriana Oriental, la vieja vía que seguían los rebaños de la Mesta en su trashumar desde las tierras de Yanguas (Soria) hasta los invernaderos del valle de Alcudia (Ciudad Real) y Andalucía.

Por ella tiraremos hacia la derecha, con rumbo norte, guiados por las señales de vía pecuaria y los mojones hasta alcanzar, en otro tanto, el pozo de la Yusera, muy curioso él, con su brocal de piedra caliza y una bañera adosada a guisa de abrevadero. Antes habremos avistado a escasa distancia, en la linde del bosque, las ruinas de una cabaña merinera: un chozo circular de poco más de dos metros de diámetro que, para los pastores, hechos a dormir al raso, era todo un parador nacional. En el pozo de la Yusera, dejaremos la cañada y todas las señales para adentrarnos por el camino de la derecha en la dehesa de Brea, más conocida en el término como El Robledal, un nombre un tanto equívoco pero que tiene explicación. Y es que, entre la masa de encinas (Quercus ilex), descuellan numerosos quejigos o robles carrasqueños (Quercus faginea), cuyas afinidades con los verdaderos robles son notables: agallas, hojas marcescentes...

Aquí, junto a zonas de intacta espesura, veremos soberbios ejemplares de una y otra especie diseminados por labrantíos que tienen algo de jardín japo-nés cuando están recién arados; de campo de golf cuando verdean, y de abigarrado van gogh cuando se cuajan de espigas y girasoles.

El camino que venimos siguiendo desde el pozo de la Yusera entronca enseguida con una pista ancha y buena, que tomaremos de nuevo hacia la derecha para llegar al rato junto a un hermoso caserío. Rodeándolo por la izquierda, la pista desciende rauda hacia la carretera de Orusco a Brea de Tajo, en la que va a dar entre los kilómetros 31 y 32, a tan sólo uno y medio del inicio de esta jornada grata, preciosa, milagrosa.

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